Silencio

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Silencio. Escucho un silencio permanente, un silencio firme, hay silencio en mi aliento, en mi corazón… únicamente percibo la sangre corriendo por mi frío cuerpo. Mis pensamientos están brotando junto a la lluvia, como gotas de tinta.

Cada gota un nombre, cada gota un apellido, cada gota una comunidad, la lluvia, llorando. El barro aferrándose a nuestros pies, suplicando que conmemoremos e inmortalicemos este momento, los árboles siendo los cómplices, humillados, guardando entre sus ramas gritos, sueños esfumados, delatando tantos secretos, los árboles secos de tanto llorar. La nieve nos roza las caras, intentando secar nuestras lágrimas. En silencio.

Portando la bandera de Israel en mi espalda,  tomada de la mano de algún cómplice; algún testimonio de la miseria que estábamos presenciando, apretándola fuerte en silencio, siendo cuidada por algún ángel, por algún amigo. Compartiendo tantas emociones, custodiarnos unos a los otros con tantos pensamientos, argumentos y tantas tantas dudas sin respuestas, recordando generaciones y comunicándonos con las miradas. Estábamos en Polonia, nuestras almas regresan a marchar.


Marchando por comienzos, cuando en otros momentos fueron finales: con cada paso firme oprimiendo el odio, la insensibilidad y atrayendo  la reminiscencia. Marchando por conocidos, por desconocidos… por nombres que te “suenan”, por destinos entrelazados, por ellos aferrados, aterrados, anhelando con últimos suspiros de vida. Por ellos, de aquí o de haya, por mí, por todos los que no pudieron estar aquí.

Sin poder evitarlo mi cuerpo entero estaba temblando  y esta vez no era culpa del frio invernal, era como si se escucharan pasos detrás de nosotros y la niebla se los llevara y los escondiera, la neblina tan llena de esencias, tan llena de nombres y apellidos encarcelaba sonrisas, las últimas caricias de los recién enamorados, la niebla que sentenciaba las tristes miradas de las madres a sus hijos, sustos y gritos acallados en el ambiente. Se oyen más voces que ecos, siendo tan similares, tan impulsivos, tan compatibles… diferente tiempo, mismo lugar: una y otra vez.

Era como si por momentos escuchábamos la declamación de los adoloridos poemas, como si nos abrigara el ritmo del triste violín propagándose ante nuestros oídos, danzando tristemente sobre nuestro cuerpo, era como si estuviéramos viendo los dibujos siendo trazados por los pequeñines en el viento, evaporándose ante nuestros ojos.

Todo tan inaceptable, tan triste… todo pasó bajo el suelo que me está sosteniendo, cada escondrijo  una historia de separación, de muerte, de intento de escape, de tentativa de conseguir un pedazo de pan, de agonizantes últimos  segundos de vida. Cada rincón esconde tambaleantes momentos, historias desgarradoras, familias destrozadas, inocentes humillados. Cada rincón disimulando los últimos besos de los enamorados, recubriendo los últimos respiros de libertad. Cada rincón culpándose.

Mis ojos llenos de lágrimas no logran absorber aquellos edificios: aquellos encubridores de tanta miseria, orgullosos portando la tranquila nieve, que alguna vez cubrió cuerpos en las calles. Aquellas construcciones siguen de pie, injustamente ellas siguen de pie y mis hermanos no. Incertidumbre en el aire y aquel lugar se encuentra ante mis propios ojos. Mis pies queriendo escapar, no comprenden por dónde estoy caminando, surreal y a la vez tan real… senderos afligidos, historias en otros momentos y después de tantas décadas: regresamos, retornamos, gritando a todo pulmón, en silencio, tan dentro de nuestras almas: “Aquí estamos nuevamente, Am Israel Jai”, marchando por igualdad, por la memoria, para que esta tierra no se olvide de nosotros, para que estos campos cabizbajos recuerden nuestras miradas, reconozcan nuestro resuello. Otras épocas, mismas esencias.

Camino con interrogantes hacia D-s (intentando tener fe), hacia mí misma, e inclusive hacia mi identidad. A la misma vez no olvido recitar algún perek de tehilim  agradeciéndole a Boreolam que esté parada aquí, le agradezco con pasión que nos ha hecho regresar con vida y salud al propio infierno de nuestro mundo.  No puedo dejar de pensar en mi familia, en mis cimientos en casa, del futuro exitoso que me espera como periodista, de todos aquellos sueños tan llenos de potencial a punto de cumplirse: de lo placentera y preciosa que es mi vida, de lo bendecida que soy. En ciertos momentos caminaba cabizbaja, sintiendo un poco de culpa por estar aquí  parada en estos campos de exterminio, en donde se destruyeron familias, sueños, hogares enteros: tapada, con algunos “snacks” en mi mochila, con mi celular en la bolsa listo para mandarle a mis padres un: “los extraño” o “los amo, no puedo esperar a verlos”, me siento culpable de haber tenido la bendición de entrar a una cámara de gas y salir con vida, de cierta forma era injusto.

Mientras recordaba a mi familia no dejaba de preguntarme y entristecerme por las historias de separación repentina entre las familias: es decir ¿Quién les regresará los últimos “te quiero”? ¿Quién les dará los besos que sus padres no les pudieron dar? ¿Quién se despedirá de ellos, antes de incumbir a la muerte?

Caras familiares, algunos nuevos conocidos con acentos diferentes, distintas edades y comunidades… con un objetivo similar, juntos intentando comprender la intemperancia del momento, desconocidos que se vuelven conocidos, con alguna mirada que lo abrace y le diga “estamos juntos en esto”, aunque ni siquiera conozca su nombre.  Enfrentando juntos  el poder del pasado y la acción del presente, nuestro presente.

No puedo mentir, sentía que yo ya hubiera estado aquí: reconocía las pequeñas casitas rociadas de nieve, el pavimento que fue recorrido por decenas de zapatos a los cuales no volvieron a sus dueños nunca más, aquellos ciudadanos, aquel acento… todo tan lleno de secretos, tan identificable, tan inconfundible; todo era un espejo. Solo que sin ellos, y ahora con nosotros, los mismos, pero diferentes.  Tal vez no pertenezca a la comunidad “Ashquenazi”, pero eso no me quita el compromiso que tengo como ser humano y como judía de sentirme indiscutiblemente responsable de marchar por la existencia del recuerdo de mi pueblo, de sentirme completamente identificada con las historias personales de los sobrevivientes y de todos aquellos a los que se les arrebató la vida injustamente.

En momentos sentía rencor, resentimiento con la vida, otras veces me sentía orgullosa de ser parte de “Am Israel”, de marchar con conocidos que se volvieron parte de una de las experiencias más importantes y que le dieron más sentido a mi vida, y en otros momentos estaba en silencio, e inclusive hoy en día no he interpretado qué era lo que sentía en esos momentos. Lo único que sé es que la inmortalidad y la conmoción  del momento, de los campos, de las barracas, nos arremetía en silencio, un sigiloso silencio, tan poderoso como los gritos de mis hermanos, como los gritos de los nazis, como los gritos que se esparcían en las cenizas, como los suspiros que gritaban dentro de las almas al pronunciar por última vez el “Shema Israel”.

Quizás nunca lo lograré entender, de dónde provenía ese silencio en mi esencia. Era todo tan confuso, entrar y salir de las cámaras de gas; (cuando estas eran abarrotadas de cuerpos y lo único que dejaban escapar eran inocentes almas), entrar de la mano de mi mejor amigo y tener la bendición de salir nuevamente de la mano. Nosotros no éramos perseguidos, no éramos separados, ni tatuados.  Nuestras miradas y nuestros pasos eran libres.

Uno de los momentos en los que se explicaba perfectamente el sentimiento del “silencio” era al pronunciar el “Hatikva” o el “Kadish”: cada palabra tan repleta de plenitud. Mientras nuestras almas se elevaban con tanta pasión, tanta emoción, tanto respeto a los inocentes… que era casi inexplicable la impresión del momento. Tomados vigorosamente de la mano de algún otro conocido, reconociendo miradas tan llenas de preguntas, reclamos o simplemente lágrimas silenciosas. Todos orgullosos de pertenecer a “Am Israel”, de seguir con vida, de representar generaciones destruidas, de representar comunidades o inclusive familiares perdidos en las sombras. Estamos orgullosos, enalteciendo el nombre de D-s, no perdiendo la fe, a pesar de todo lo que nos ha sucedido como pueblo. Nunca perdiendo la fe. Entendiendo la responsabilidad que cargamos al estar parados en estos lugares, entendiendo que para enfrentar el mañana tenemos que entender el pasado, sentirnos orgullosos y nunca olvidar, aprender a agradecer, a no enmudecer ante la injusticia, ante el odio y sobre todo nunca olvidarnos de quiénes somos y de nuestra misión en este planeta.

A veces me pregunto si el cielo que esta sobre mí fue el mismo cielo que encubrió tantas lágrimas, tantos rezos, a veces me pregunto ¿Cómo es posible que el odio destruya millones de identidades? Y me sigo preguntando ¿Quién le regresara la vida a esta ciudad? ¿Quién arrinconara aquel silencio, tan aturdente?

Acerca de Sofia Salame Chacra

Judía, mexicana y 19 años. Soy estudiante de la carrera de Comunicación en la Universidad Anáhuac en donde me especializare en periodismo y dirección de empresas editoriales, en un futuro pretendo escribir una novela y trabajar en alguna revista de alta moda. Para mí, no hay y no existe un poder mayor al que tiene la palabra y la escritura; creo que es un arte y a la vez es guerra… Soy intensa y lucho por lo que quiero, y al decir esto me refiero a que me encargare de empujar las cosas en las que creo para así poderlas compartir con todos: para generar un cambio o quizás una discusión. Creo en el cambio y creo en el poder de la juventud, en el mérito y el espíritu apasionado de los  chavos de nuestra comunidad, sin embargo también creo en el esfuerzo y en el “si algo se ha roto… arréglalo”. A nosotros los jóvenes nos falta un largo camino por recorrer y por aprender, por luchar y por entender que la vida no somos “uno mismo” sino que somos todos, bajemos el ego, abramos nuestras mentes y hagamos de este país un lugar mejor.

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