Siria y Marruecos: diferencias claras

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Aunque separados por una considerable distancia geográfica, Marruecos y Siria comparten muchas características. Los dos son países árabes cuyos máximos gobernantes, el rey Mohamed VI y el presidente Bashar al-Assad son hombres jóvenes, más o menos de la misma edad. Ambos se educaron durante su juventud en Occidente y asumieron sus respectivos cargos casi al mismo tiempo y en circunstancias bastante parecidas, cuando había altas expectativas de que tales nuevos liderazgos pudieran promover reformas largamente esperadas por sus respectivos pueblos. Siguiendo la tradición monárquica marroquí, Mohamed sucedió a su padre Hassan II muerto en 1999, mientras que en 2000 Bashar fue investido presidente de la República Siria luego de la muerte de su progenitor Hafez Assad.

Muy pronto las diferencias se hicieron notar. Mientras que las promesas de reformas genuinas, apertura y pluralismo político nunca se concretaron en Siria y el feroz totalitarismo del régimen se mantuvo vigente con tan sólo algunos toques de maquillaje, en Marruecos sí se dieron pasos positivos para avanzar hacia una mayor apertura: se adoptó el plan de “Equidad y reconciliación” que permitió la incorporación legal a la vida política de la disidencia, de tal suerte que partidos políticos diversos consiguieron ubicar a sus miembros en altos círculos gobernantes, incluso en el puesto de primer ministro. Sin embargo, en la medida en que las reformas fueron limitadas y permanecieron sin resolverse temas torales como el débil desarrollo económico, la falta de transparencia, la corrupción y la no independencia de las instituciones judiciales, entre otros, los vientos de la primavera árabe también llegaron a Marruecos como lo hicieron en Siria.

Pero a estas alturas de la evolución de los movimientos de protesta populares en los dos países, es bastante claro que las reacciones de quienes están en el poder han sido bien diferentes. Por una parte, Assad y su ejército continúan recurriendo al asesinato, la tortura y el desplazamiento masivo de la cada vez más nutrida disidencia sin importarles la creciente cuota de sangre que está cayendo sobre sus hombros al pretender acallar el descontento del pueblo. La cifra de muertos, desaparecidos y refugiados en busca de asilo en Turquía aumenta día con día no obstante la multiplicación de las condenas y sanciones internacionales.


Distinta ha sido la respuesta de la monarquía marroquí la cual ha decidido emprender con seriedad el camino de las reformas que demanda la gente.

La semana pasada, con sólo tres días de diferencia, Assad y el rey Mohamed emitieron sendos discursos dirigidos a sus pueblos. En ellos se manifestó sin duda la diferencia abismal que existe en el manejo de las crisis que ambos enfrentan. El rey marroquí se dirigió a su público usando cinco veces la expresión “mi querido pueblo”, enfatizando que él es su primer servidor y detallando las planeadas reformas constitucionales para expandir los poderes del Parlamento y la independencia judicial, reformas que serán sometidas a referéndum dentro de un mes.

Su tono fue siempre conciliador, sin descalificar las demandas de la disidencia ni acusar a ésta de ser producto de una conspiración. En lugar de ello anunció que las reformas también contemplan la protección de los derechos humanos incluyendo garantías de juicios justos, la criminalización de la tortura, de las detenciones arbitrarias y de cualquier forma de discriminación, con garantías también de respeto a la libertad de expresión y el acceso a la información. En contraste, el discurso de Assad en la Universidad de Damasco mezcló un ambiguo llamado al diálogo nacional con amenazas y acusaciones a los disidentes a los cuales calificó de conspiradores y promotores de un inaceptable sabotaje, señalando que “no hay solución política para quienes portan armas y matan, ni reformas a través de la destrucción, el sabotaje y el caos”. Los ríos de gente que huye y la cuota de manifestantes asesinados en los días subsiguientes dan fe de que las salpicadas alusiones de Assad a la necesidad de un diálogo nacional han sido sólo un recurso retórico sin visos de convertirse en realidad. Así, las matanzas prosiguen.

Fuente:Excélsior

Acerca de Esther Shabot Askenazi

Licenciada en Sociología egresada de la UNAM (1980), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana. (1982-1985) Fue docente en la ENEP Acatlán, UNAM durante 10 años (1984-1994). Actualmente es profesora en diversas instituciones educativas privadas, judías y no judías.De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional" tratando asuntos del Oriente Medio.Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior donde trata asuntos internacionales.Es comentarista sobre asuntos del Medio Oriente en medios de comunicación electrónica.Publicaciones:"Los orígenes del sindicalismo ferrocarrilero". Ediciones El Caballito S.A., México, 1982.En coautoría con Golde Cukier, "Panorama del Medio Oriente Contemporáneo". Editorial Nugali, México, 1988.Formó parte del equipo de investigación y redacción del libro documental "Imágenes de un encuentro. La presencia judía en México en la primera mitad del siglo XX" publicado por la UNAM, Tribuna Israelita y Multibanco Mercantil, México, 1992.Coautora de "Humanismo y cultura judía". Editado por UNAM y Tribuna Israelita. José Gordon, coordinador. México, 1999.Coordinadora editorial de El rostro de la verdad. Testimonios de sobrevivientes del Holocausto en México. Ed. Memoria y Tolerancia, México, 2002.Redactora de la entrada sobre "Antisemitismo en México" en Antisemitism: A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution". Ed. ABC CLIO, Chicago University, 2005."Presencia judía en Iberoamérica", en El judaísmo en Iberoamérica. Edición de Reyes Mate y Ricardo Forster. EIR 06 Enciclopedia Iberoamericana de Religiones. Editorial Trotta. , Madrid, 2007.Artículos diversos en revistas de circulación nacional e internacional.

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