Slender Man y nuestros miedos modernos

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Ayer, mientras leía los detalles de una noticia particularmente horripilante que ahora compartiré, pensaba en nuestros miedos. Mucho puede entenderse de una sociedad si se analiza el origen de sus temores. Es imposible, por ejemplo, comprender el efecto que tuvo Orson Welles y su transmisión de La Guerra de los Mundos sin analizar a fondo el momento histórico por el que atravesaba no sólo Estados Unidos sino el mundo. Las dos grandes guerras habían dejado al planeta con los nervios de punta y la idea del “otro” como invasor se había implantado de manera irremediable en el subconsciente colectivo. Welles no hizo sino interpretarlo a la perfección. Algo parecido puede decirse de la obra literaria de Lovecraft, que debe su eficacia no sólo a la pluma notable del propio autor sino al ambiente de angustia y emoción ante el principio de la mayor era de descubrimiento científico de la humanidad. Si las montañas de la locura no son una advertencia ante los desplantes megalómanos de la humanidad moderna, no sé qué son. Ejemplos sobran, el caso es que lo que nos aterra también nos define y revela.

Todo esto para platicar la historia de un crimen reciente en Estados Unidos. Ocurrió en Wisconsin durante el fin de semana: dos niñas de 12 años trataron de asesinar a una compañera de la misma edad a la que llevaron a un paraje boscoso antes de propinarle diecinueve puñaladas. Milagrosamente, la chica agredida logró sobrevivir. Cuando las detuvieron, las responsables sacudieron a medio mundo cuando revelaron el extraño motivo de sus acciones. Habían tratado de matar a su amiga para intentar  comunicarse con un monstruo llamado Slender Man. Y dígame si esto no dice mucho de nuestro tiempo: Slender Man es un personaje ficticio creado enteramente por la imaginación de miles de lectores en Internet. Surgido en el 2009, en un sitio llamado Something Awful, Slender Man nació de la imaginación de un artista de nombre Victor Surge. Hábil con el photoshop, Surge publicó algunas fotografías donde era posible ver a un hombre vestido de negro, extremadamente alto y delgado y con el rostro pálido, sin facciones, casi como el memorable demonio del Laberinto del Fauno de Guillermo Del Toro. A eso sumó algunas leyendas particularmente macabras, que hablan del Slender Man como una aparición de mal agüero. La imagen y la historia original resultaron tan atractivas que Slender Man pronto se volvió el protagonista principal de un sitio de Internet llamado creepypasta, el equivalente a una wikipedia de historias de horror. De ahí han surgido cientos – quizá miles – de historias sobre el personaje. El caso es que Slender Man es el primer auténtico monstruo de la era cibernética: nació y se ha desarrollado enteramente en blogs y páginas de Internet.

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Así como en otros tiempos el folclor ha creado a figuras como el coco, el boogey man y otros apariciones mucho más extrañas como el diablo de New Jersey, Slender Man es “hijo” del caldo de cultivo creativo de Internet. Los foros están llenos de supuestas imágenes, avistamientos e historias, algunas de verdad efectivas y aterradoras. Es un mito urbano curado con extraordinaria devoción. En cierto sentido, el ascenso de Slender Man como figura de la nueva mitología demuestra que Internet también se ha convertido ya en la memoria colectiva de nuestra generación: el sitio donde habita no solo nuestro conocimiento sino nuestra imaginación. Por eso no me sorprende que, en la imaginación de dos adolescentes obsesionadas con el mundo virtual, Slender Man haya ocupado un lugar reservado para las obsesiones y las pesadillas. De acuerdo con los primeros reportes de la policía, las chicas de Wisconsin se habían metido en la cabeza que ahí, en el bosque, podrían convocar al monstruo a través de un sacrificio humano. “Estaban convencidas de que Slender Man de verdad existe”, decía alguien cercano al caso hace unos días. Así de fácil: la realidad virtual se está deshaciendo del adjetivo. Mala cosa, porque en Internet hay cosas mucho, mucho peores que el hombre delgado y mudo que veo ahora, inmóvil, en la pantalla de mi computadora.

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