En los años 60 se dieron muchos cambios. No se trató solamente de romper con todo lo establecido sino que en literatura fueron dándose nuevos géneros que verdaderamente abrieron muchas compuertas. No fue solamente la publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez que prácticamente nos botó en la cama, en un parque, en los cafés, leyendo como enloquecidos, que si no conocíamos a Cortázar y a Borges, a Silvina Ocampo comparándola con Simone de Beauvoir en Europa, la compañera de Sartre nos codeabámos, anhelando más que nada ser parte de ese conglomerado universal que leía hasta la fatiga o ¿qué no han leído a Camus? ¿Y qué me cuentan de Vargas Llosa y Fuentes mientras embutidos en el el Ulises de James Joyce no pegábamos ojo, noches y días enteros, siempre con mil libros a la mano, que Günter Grass y la super prolífica Doris Lessing., El cuaderno Dorado y Marta Quest.
Caray, que en esos días leíamos en tumulto, cientos y miles de páginas sin preocuparnos de nada más, lo más válido era convertirnos de alguna
manera en un coloso literario, leer hasta la misma muerte sin importar nada más.
Entonces cayó en nuestras manos Carlos Castañeda que nos voló hasta el techo y Ray Bradbury.
Con qué placer leímos las Crónicas Marcianas y Fahrenheit 451, a lo vil, en las playas, en las cafeterías de las escuelas descubriendo que existía un mundo más allá de nuestras narices, en las ferias de los Estados Unidos, en naves que se iban al espacio y formaban colonias, de pie y de cabeza tantas imágenes, los tatuajes adquiriendo vida propia, en fin un mundo tan colorido que sin pensar anhelábamos un contacto espacial, un nuevo universo tan único y especial que una y mil veces me seguí en el camión, sin ruta, de ida y vuelta, perdida en un mundo tan fantástico, tan de Bradbury, tan ajena a todo que lo leí y releí, entre los toques que se daban mis cuates, los hongos de María Sabina, sin importarmos la ropa, haciendo el amor a diestra y siniestra, los hippies más increíbles y excéntricos, con la música de Bob Dylan y los Beatles, esperanzados en que el mundo no pararía allí, paz y amor alineados en una larga cola, muy lejos del planeta tierra y esperando nuestro turno para poder comprar un hot-dog.
Y ahora Ray Bradbury muere entre el tránsito del planeta Venus, lo que no veremos hasta después de un nuevo siglo, entre las profecías Hopi y el calendario maya por lo que sé y entiendo que Ray Bradbury no se ha ido, no se irá nunca, un breve fragmento en el tiempo, un instante en que los de más allá han venido por él, sacarlo de este planeta tan en revuelo, tan sin compasión, un río de almas perdidas, las millones de voces a punto de reventar.
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