Sobreviviente de la Alemania Nazi: “Estar vivo es un milagro”

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Era una sosegada noche que avanzaba con la delicada luz de los postes del barrio Charlottenburg en Berlín, capital de la Alemania nazi. El viento merodeaba sigiloso anunciando el final de un día ordinario: la media noche estaba cerca. Peter Werner Schmoller, a sus 96 años, recuerda con lucidez las calles plagadas de vidrios y la anarquía reinando bajo el exorcismo abominable de un odio que no tenía sustento. La violencia desmedida usurpó la paz de miles de judíos.

Los alaridos contaminaron las calles, los cristales no dejaban de quebrarse, uno a uno, a un solo compás, en contratiempo, con silencios breves. Parecía “La sinfonía del horror de Nosferatu”. Una tormenta frágil de afilados vidrios se posó sobre la comunidad judía en toda Alemania y Austria.

El 9 y 10 de noviembre de 1938,  hordas nacionalsocialistas  revelaron su odio en complicidad con autoridades gubernamentales alemanas y austríacas: el pogrom (palabra de origen ruso que significa destrucción) denominado la Kristallnacht, la Noche de los cristales rotos.


El poder de Adolf Hitler  profetizaba un holocausto. Su dominio  avizoraba muerte. El calvario del “pueblo escogido por Dios” según las Sagradas Escrituras, apenas comenzaba.

La familia de Peter se salvó gracias a la ayuda de la secretaria de su padre Erich, Teddy Radtke,  quien los refugió en su departamento por varias semanas. La familia Radtke era alemana de fe protestante.

Peter relata que mientras permanecieron escondidos consumió más de 50 cigarrillos por día y grandes cantidades de alcohol para controlar sus nervios y ansiedad.

Cuenta que el miedo los tenía cautivo porque día a día continuaban las redadas de los nazi invandiendo casa por casa, departamento por departamento, en búsqueda de algún judío para torturarlo, despojarlo de sus pertenencias y llevarlos a campos de concentración.

“Agradecemos eternamente a la familia Radtke por arriesgar su vida por nosotros, mantuvimos un miedo constante, no había Estado de Derecho, el Gobierno alemán hizo cuenta que nada sucedió, pensé que mi vida sería corta, estar vivo era verdaderamente un milagro, nos quedamos allí hasta que volvió una relativa calma”, narró y agregó: “Permanecimos encerrados en un ambiente muy pequeño, y en constante tensión. Sentíamos un profundo miedo”.

El primer incidente de este tipo se registró en un disturbio antisemita en Odesa en 1821. Los verdugos de los pogromos estaban organizados  localmente, tenían el apoyo de las autoridades para violar, torturar y masacrar a las víctimas judías.

La Noche de los cristales rotos fue la reacción de los nazis tras el asesinato, el 7 de noviembre de 1938, de Ernst von Rath, secretario de la embajada alemana en París por un joven judío polaco de origen alemán llamado Herschel Grynszpan.

Los ataques antisemitas fueron orquestados por Hitler, organizados por el ministro de Propaganda Joseph Goebbels,  y materializados por miembros de la Sturmabteilung (SA), la Schutzstaffel (SS) y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por el Sicherheitsdienst (SD), la Gestapo y otros elementos represores. Goebbels pronunció un fuerte discurso antisemita ante los miembros del partido Nazi en Munich, quienes se congregaron para conmemorar el aniversario del fallido Putsch de la cervecería de 1923, el primer intento de Hitler de tomar el poder a través de un golpe de Estado.

Después del evento, funcionarios nazis ordenaron a las tropas de asalto (SA) y a otros aliados del partido que ataques en a los judíos y destruyeran sus hogares, comercios y centros de culto.

“Es muy penoso los recuerdos que conservo en mi mente de ese acontecimiento tan brutal. Nuestra libertad estaba siendo coartada por rebeldes sin causa, sabíamos que nuestra vida no sería igual”.

Los judíos afirmaron que la Kristallnacht abrió el camino a la Shoá (Holocausto judío), diez meses antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Para un joven de 18 años fue una experiencia espeluznante. “Recuerdo que cuando pudimos salir lo primero que vi en la planta baja del departamento fue una librería judía totalmente destruida por una horda organizada, las calles no eran las mismas, la violencia se apoderó de todo”, expresó.

Los ataques de los nazis fueron numerosos. Destruyeron 7500 comercios pertenecientes a las comunidades judías, quemaron más de 1200 sinagogas, profanaron cementerios, saquearon viviendas, destrozaron hospitales y escuelas. La cifra de semitas asesinados supera los 100 y más de 30.000 fueron deportados a campos de concentración en Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau.

Algunas mujeres judías fueron arrestadas y llevadas a cárceles locales. Se prohibió que los negocios de propiedad hebrea  reabrieran a menos que fueran administrados por no judíos. Además  se les impusieron toques de queda, que limitaban las horas del día en que podían salir de sus casas. A los niños  se les prohibió ingresar a museos, parques públicos, lugares de recreación,  y fueron expulsados de las escuelas públicas. Ante estos hechos, muchos  se suicidaron  y otros más abandonaron el país.

A tan sólo cuatro  años de cumplir el centenario, Peter Schmoller no encuentra explicación alguna para justificar los brutales ataques de esos días que hicieron las noches llenas de desconcierto y amargura. “No sabíamos si entrarían violentamente al departamento donde nos refugiamos, no hay nada que justifique tanto odio”, manifestó.

Según el testimonio de varios sobrevivientes, el desenlace de estos sucesos fue provocado por una campaña promovida por el gobierno alemán a través de Goebbels quien llenó de odio a grupos radicales nazi a través de los medios de comunicación.  “Se difundió una campaña en contra de los judíos, la muerte del cónsul alemán sólo fue la excusa para los ataques, no tenemos como agradecer a los Radtke, el sólo hecho de que estuviéramos escondidos allí, esa familia pudo haber sido asesinada”, declaró.

Un mes después  de los acontecimientos la familia Schmoller temía por su seguridad. La presión social y política para los judíos era intensa. Toda esta situación los llevó a emigrar,  zarpando en el barco “Andalucía Star” el 4 de febrero de 1939 rumbo a Buenos Aires Argentina, país que les dio cobijo hasta el día de hoy.

El papá de Peter, Erich Schmoller,  fue un juez privado en Berlín y héroe de la Primera Guerra Mundial, condecorado con la Cruz de Hierro en segunda y primera clase, méritos que no le sirvieron de nada porque fue declarado enemigo de Alemania debido a la represión antisemita.

Peter trabajó toda su vida en Argentina, actualmente reside en el barrio Belgrano. Formó una hermosa familia junto a su esposa Lore de Schomoller quien falleció hace 3 meses a sus 91 años de edad. Tuvo 3 hijos, sus 9 nietos y 7 bisnietos lo llaman cariñosamente “Peta”. Este hombre casi centenario dice que su vida es plena, siente que, todo lo que añoró lo consiguió. Trabajó durante largos años ayudando a las comunidades judías que eran víctimas de ataques antisemitas.

Schmoller enfatizó que anhela con todo su corazón que este hecho nunca ocurra en ninguna parte del mundo, expresó que “desea profundamente” que ningún ser vivo enfrente la angustia que él padeció.

A 78 años de la Noche de los cristales rotos, Peter mantiene esas vivencias en su mente y corazón. Las canas demuestran la sabiduría que acumuló durante todos sus años.

En ocasiones, sus pensamientos divagan en aquellos siniestros momentos que le tocó vivir.

 

 

 

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