Mucho se ha hablado por estos días de la escalada de tensiones registrada entre la administración del presidente Trump y el régimen iraní. La amenaza del estallido de una guerra de alcances incalculables, el endurecimiento de las sanciones contra el país persa y el anuncio del régimen de los ayatolas de estar reemprendiendo, a modo de represalia, el enriquecimiento de uranio más allá del límite acordado en el 2015, son los tópicos más comentados en los medios de comunicación. Pero algo mucho menos conocido es, sin duda, la encrucijada en que está viviendo la sociedad civil iraní, afectada de manera dramática en su cotidianidad a causa de esta inflamable situación.
Por supuesto, en primer plano están los efectos económicos de las sanciones que golpean el bolsillo del ciudadano común, efectos tales como escasez, devaluación de la moneda, desempleo creciente y todos los etcéteras conocidos que, en general, acompañan a una situación de estrangulamiento infligido a partir de sanciones y bloqueos impuestos desde el exterior. Pero no menos lacerantes están siendo las políticas represivas impulsadas por los sectores más duros y conservadores de la élite gobernante, volcados ahora a imponer a la ciudadanía, de manera mucho más estricta y vigilante, la normatividad islámica en su vertiente extremista. Ante la agresión proveniente de Estados Unidos, visualizado éste como el representante más emblemático de la cultura occidental, la respuesta ha sido enfatizar el respeto a la legislación emanada de la Sharía, o ley islámica, como reacción simbólica de la afirmación de la identidad nacional.
En los últimos meses se ha registrado una campaña de parte de las autoridades para vigilar de manera minuciosa el cumplimiento de las normas que rigen la vestimenta femenina. El tema del velo para ocultar la cabellera se ha vuelto obsesivo, con medidas de carácter policiaco para castigar la infracción de las normas que rigen al respecto. Incluso se exhorta al público a denunciar tales infracciones, a las que se considera como atentados contra la moralidad. El caluroso clima del verano no es pretexto para que las mujeres se salgan de lo establecido. De acuerdo con un alto funcionario del régimen, Soleimán Malekzadeh, “…la falta de respeto por el velo no debe ser visto como un asunto privado, sino como un tema político que ayuda a los enemigos de la revolución a socavar los principios morales de la sociedad iraní”. En este contexto, no es extraño que, por ejemplo, se hayan enviado a la norteña provincia de Guilán, a dos mil integrantes de la milicia Basij de la Guardia Revolucionaria con la misión específica de implementar la salvaguarda del código de vestimenta islámico, obligatorio, ya se sabe, fundamentalmente, para las mujeres.
El resurgimiento con tanta intensidad de la obsesión por el cumplimiento de las normas en el vestido y en el comportamiento cotidiano —igual vigilancia minuciosa se ha estado desplegando respecto al consumo de alcohol— tiene que ver no sólo con el hecho de que se han incrementado las aspiraciones juveniles a vivir con mayor libertad, sino también a que en las condiciones actuales de amenazante confrontación con Estados Unidos, se vuelve mucho más factible debilitar a los sectores políticos moderados, encabezados en principio por el propio presidente Rohani. Hay que recordar que bajo el gobierno de este mandatario fue que se firmó el acuerdo del G5+1 e Irán, así que este personaje y sus allegados han pasado a ser, a ojos del establishment de los ayatolas y la Guardia Revolucionaria, quienes se equivocaron rotundamente al confiar en “el pérfido Occidente”. Además, Rohani se manifestó en el pasado como alguien dispuesto a aflojar relativamente en cuanto a la estricta imposición del código islámico de vestimenta.
La campaña por la reimposición estricta de normatividad religiosa en los aspectos arriba señalados es un efecto secundario del conflicto desatado con la administración Trump a partir del abandono de ésta del acuerdo del 2015. Pero es también un round más en la confrontación entre los moderados y los radicales islámicos de cara a las elecciones parlamentarias que habrán de celebrarse en febrero de 2020. Todo parece indicar que, si las cosas continúan con ese altísimo nivel de tensión, las posturas radicales ganarán terreno como ya lo están haciendo desde ahora. Así que si Trump, Bolton y Pompeo le están apostando a un cambio de régimen en Teherán, el cambio que obtendrán no será el que esperan, sino más probablemente el contrario: un gobierno mucho más radicalizado y en camino de nueva cuenta a retomar su desarrollo nuclear sin cortapisas.
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