Suerte te de Dios

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Aquellos pintores que, para adular a sus príncipes, los retrataban rodeados de figuras como la Gloria, el Triunfo o de algún dios pagano, Júpiter o Marte, personificando al poderoso, al que pretendían inmortalizar, olvidaron a la Fortuna, de quien salieron deudores sus amos en los lances de la guerra. Aquellos que si la pintaron acompañando a algún Ludovico o flotando encima de algún Federico, no la pintaron como debía ser: ciega, colmando de dones o dando palos sin ton ni son.

Quien no dejaba de invocarla fue el tirano, Tramafato. Según cuenta su guardaespaldas Graco. Después del descalabro al hundirse su armada, frente a Tejavanes, culpó a la fortuna y a los elementos del fracaso de su empresa, pero igualmente le agradeció el haberle mandado a un salvador Van Hoos, su enemigo, a quien quiso derrotar y que, en cambio, le propuso comprar la isla y, formalizada la operación, cumplió religiosamente sus pagos.

No sé cuales fueron las creencias del tirano -me escribe Barbalila- porque en Jodonia conviven la superchería y la religión “formales”. Pero, aún en el semestre de confusión y desvarío que siguió a su derrota, no dejó de invocar a la diosa Fortuna y ésta, le respondió sonriéndole, enderezando lo que Tramafato con sus golpes insensatos puso en peligro de descarrilar.


Cuando retornó con su fuerza maltrecha, sus hombres estaban inermes y Tramafato solo se ocupó de restablecer su imagen pública. Fueron sus oficiales quienes se ocuparon de rearmarlos. Consiguieron en los almacenes viejos mosquetones e inservibles carabinas y cartucheras sin cartuchos, para dar la apariencia de fuerza, temiendo a los rivales de Tramafato dispuestos a desbancarlo. Pero éstos sólo se dedicaron a presentarlo como un payaso, desaprovechando la oportunidad.

Entretanto llegó a la Isla un personaje que resultó providencial Robert M. Cat, un canadiense regordete, ojiazul, de pelo color zanahoria, de traje a cuadros y corbata, aún en lo más caluroso del día y con un sombrerito ridículo que “no se quitaba ni para dormir”, según decían quienes lo llamaban Bobcat.

Mister Bobcat era comerciante en armas, se presentó ante Tramafato, quien ya estaba al tanto de la precaria condición de sus hombres “leales hasta morir”, y había tenido noticias de que el general Argamato había despojado a don Armodio Marioto de su radioemisora, “La Voz de Oriente”, lo que no vaticinaba nada bueno.

El tirano recibió al traficante, quien desplegó sus suculentos catálogos y muestrarios y, en secreto, concertaron la adquisición de fusiles Uzi, amén de ametralladoras, bazukas, lanzacohetes, parque y uniformes más actualizados, que pagó después de su sigiloso embarque con la primera remesa que recibió de Van Hoos. Armó y uniformó a su guardia personal en secreto.

En un inesperado golpe de suerte, el señor Bobcat salvó a Tramafato del estado de indefensión en que se encontraba, sin que éste lo hubiese buscado. Y cuando se hizo proclamar “por el pueblo” presidente vitalicio, y el general Argamato a través de La Voz de Oriente quiso sublevar al ejército contra Tramafato, éste ordenó que prendieran al rebelde en su domicilio y, cuando Argamato se vio rodeado de soldados con armas y uniformes desconocidos, creyó que habían sido invadidos por alguna potencia.

No fueron como yo creía, el control de las radiodifusoras por parte del tirano, o su reparto de radios entre la tropa o el bloqueo de La Voz de Oriente, gracias al equipo de interferencia instalado en la Isla durante la Guerra Fría, los que salvaron a Tramafato, sino fue la afortunada presencia del traficante y las armas que le llegaron como llovidas del cielo.

En favor de Tramafato hay que abonar que no tomó venganza contra Argamato y sus aliados, sino que en pro de la convivencia entre los clanes y por la paz de Jodonia, los trató con benevolencia e invitó al general Argamato a seguir en las partidas de dominó en el Casino, cosa que no hicieron sus adversarios cuando Tramafato estuvo en desgracia. Ahora el tirano, con la guardia personal poderosamente armada y el control político total, era el amo indiscutible de Jodonia, y podía mostrarse clemente con sus contrincantes, teniéndolos sin quitarles el ojo de encima.

En la simbiosis entre el tirano y su esposa Amorita, ella aportó el buen juicio y él la buena suerte (aunque buena significa perversa).

Con el paso del ciclón “Cunegunda”, que tantos males ocasionó a la población pobre de la Isla, que originó la visita de los senadores norteamericanos, que vinieron a verificar los destrozos causados en la pista de jets, en el precario aeropuerto y el sistema de interferencia instalado para bloquear las emisiones de radio castrista.

Los yankis pudieron ver la destrucción causada por el meteoro. La prensa con el Imparcial a la cabeza, exageró el número de víctimas, mencionando cinco mil muertos (sólo hubo doscientos), los senadores se impresionaron y apoyaron la petición hecha por Tramafato al Banco Interamericano de Avío y Socorro, para obtener un préstamo de varias decenas de millones de dólares para la reconstrucción, temiendo otra Cuba. Dinero que se empleó, a iniciativa de Amorita, apoyada por el corrupto Glutamo, entonces ministro de Reconstrucción, en la realización del Complejo Marítimo Social Santa Carelia Curié, -polo turístico- residencial y hotelero de lujo, erigido para competir con Tejavanes, que vivía del turismo. Los dólares jamás llegaron a los damnificados, ni se devolvieron, engrosando la deuda exterior.

Estas revelaciones me las hizo Graco, al ver en una revista vieja la fotografía de un contingente del Ejército Mexicano, desfilando que recordó aquellos uniformes estrenados, cuando llegó el cargamento enviado por el canadiense.

Revelaciones que ya no
comprometen a nadie pues
el tirano murió hace mucho
y demuestran el poder de evocación que tiene cualquier pequeño
detalle que, abre las compuertas
de los recuerdos.

Acerca de Jacobo Königsberg

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