Tarde filosofal con Cervantes, Kant, Wittgenstein y Aristóteles

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Es delicioso dedicar las ringlas de horas que hay en las tardes a la lectura de los filósofos más importantes, tales como Aristóteles taxonómico, Kant, Spinoza o el platónico Fox Morcillo. Uno entiende que Kant, que nació en una Europa totalmente acostumbrada a las disquisiciones metafísicas, haya enarbolado tamaña obra, tamañas “Críticas”, pero difícilmente cómo Aristóteles, que tenía a la mano más textos tratantes de magia y de religión, pudo ordenar la existencia futura mediante su lógica.

El cansancio intelectual nos hace entender el rechazo que sentía Platón hacia Homero. Tal rechazo ilustra la ojeriza del canónigo del “Quijote” para con los libros de caballería. He concluido que la Literatura exalta, “sublima”, palabra que para los antiguos significó “elevación”; y he resuelto que la Filosofía sosiega.

Antes de escribir estas líneas fatigosas, lector petitorio de triquiñuelas, estaba leyendo el “Quijote”; y antes de leer el “Quijote” leí algunos textos de Arangio-Ruiz, erudito del Derecho Romano, donde se encuentran variadas claves para comprender, sobre todo, qué es Literatura.


Hay filósofos que son grandes lingüistas (Unamuno, Dilthey, Heidegger) y hay lingüistas que son grandes filósofos (Wittgenstein, Menéndez Pidal, Gadamer). Lingüista, aquí, significa “amador del buen lenguaje”. Los primeros interrogan a las palabras y extraen de ellas saberes históricos y hasta políticos, como Marx; los segundos cuestionan la sintaxis de todo pensamiento para darle al lenguaje su prístina condición. Yo creo que soy mejor lingüista, o filólogo, o hermeneuta, que filósofo.

Un género literario que soporta a la Filosofía y a la Literatura es el Periodismo, así, escrito mayúsculamente. Luego, prefiero escribir paliques periodísticos que arengas cuasi infinitas. ¡Qué va a decirse más alto que lo de Kant o Aristóteles! El Periodismo, como está hecho para el gemido impreso y la crítica social, es proclive al Derecho, que bien filosofado nos lleva hasta la romanidad, de sabor siempre filológico. La Filología, ciertamente, es algo así como una dialéctica, como una lucha entre lo material y lo ideal, entre el sonido de las palabras y lo que las tales representan. Pienso que el filósofo que mejor concilia Literatura, que es idealismo, Filosofía y Derecho, es Kant.

No domino del todo el alemán. Cuando las fuerzas son nimias en mí, acudo a la traducción que Morente hizo de la obra de Kant. Morente, decía Marías padre, poseía un saber minucioso, dijéramos kantiano, que hace confiable su traducción de Kant, traducción deliciosa y llena de giros españoles que no hacen perder al pensamiento del meditador ni un ápice de idealidad o de criticismo trascendental.

Yo no sé si comprendo a Kant; lo que sí sé es que Kant comprendía el mundo y su sucia historia. ¿A qué andar barruntando y dando calabazadas contra libros de Filosofía inferiores si podemos leer a Kant? ¡Es mejor, meditó Longino, según comentario de Menéndez Pelayo, una obra cercana a la perfección con lunares que una medianía irreprochable técnicamente! ¿Pero qué es la Filosofía? Fácil me sería citar cinco o diez definiciones, desde las platónicas hasta la medievales, desde las renacentistas hasta las modernas que regala la Filosofía Analítica. La que más me place, por cierto, es la que da Wittgenstein, a saber: la Filosofía es el guardián de la Gramática. Abundo en mayúsculas, como Carlyle, para darle a los tópicos un dejo de entidad y a mi texto pagano visajes griegos.

¿Qué es la Gramática? Es el conjunto de reglas que rigen nuestro lenguaje, que nos sirve, nadie lo ignora, para “posesionarnos” de las cosas. La “posesión”, de acuerdo al Derecho Romano que todo filósofo conoce y hasta domina, se logra usando las cosas; y tal uso se denomina “usucapio”, sólo válida cuando algo se usa con el alma, fundamento ésta de la “traditio”. Sólo quien hace de un idioma su alma se agencia un mundo, por decirlo de algún modo

Lucubró Kant que la conciencia está hecha de tiempo, mas no dice de qué está hecho el tiempo. El tiempo, por de pronto, es movimiento, para citar a Aristóteles. Y el movimiento, bien visto, fue causado por la “divinidad”. ¿Quién causó el primer movimiento de todas las cosas? Las pruebas de Santo Tomás, que mucho se parecen a las antinomias kantianas, afirman que Dios. Y Dios, para no caer en materias teológicas, es la idea de una intuición infinita, ilimitada. Una percepción sin límites es una que siempre es pura, sin condiciones (¿no buscó Kant determinar los principios para hacer posible una “razón pura”, una racionalidad que no dependiera de condiciones materiales?).

Expliquémonos. La memoria, “retina de la percepción”, estiba recuerdos sobre recuerdos, que tienen forma, límites. Olvidar sirve para percibir “mejor”, sin fronteras, mas no para interpretar. Una percepción sin memoria, siempre inmediata, nada reconocería y siempre estaría sorprendida, asaltada, arrobada, transida. Interpretar es inteligir y sólo se inteligen las creencias, que llegadas a deshora, para usar el castellano cervantino, pasan por revelaciones, reflejos de lo que hay muy al fondo de nuestro corazón. La expectativa, ha escrito Wittgenstein en sus “Philosophische Bemerkungen”, tiene que ver más con la “búsqueda” que con la “espera”.

¿Qué pasa mientras “buscamos”? Pasa que la lengua discurre, se mueve. En nuestra más sórdida soledad percibimos el movimiento del lenguaje, es decir, de la “consciencia”, del “tiempo”. El tiempo se reanuda cada vez que encontramos lo buscado (leed, curioso e impertinente lector, la obra caliginosa de Proust). La muerte es un “estado mental” sin representaciones, una “intuición pura”, la “nada” o el “todo”; y la “nada”, como el “todo”, no puede verbalizarse, argumentarse, pero sí sentirse. Mas no todo lo que puede sentirse puede expresarse, diría el Gorgias de la “Política” de Aristóteles.

Pintura, música, letras, son impotentes para expresar qué es la “nada”, qué el “todo”… la “muerte”, palabra que nos remonta a la idea de “fuente”, o de “vida”, de “creación”. La palabra “fuente”, “fons”, se usó por vez primera en los estudios humanísticos para meditar qué es una “experiencia pura”, si cabe juntar tales términos, para filosofar acerca de la lectura directa de los textos clásicos, esto es, de los pensamientos vertidos primeramente al hebreo, al latín, al griego, al arameo, etcétera.

Longino aconsejaba que al pensar nos preguntáramos qué diría tal o cual gran autor; bien, pues yo me pregunto qué diría Platón de todo esto. Diría, voto a tal, que el lenguaje es una caverna. Y yo digo que el lenguaje es caverna, espelunca, porque caminamos en ella, porque la alongamos con palabras, que son pasos que da la consciencia dentro de la mente, de la cabeza o como se llame el lugar donde habita el ser. Las palabras del solitario son más largas y espesas que las del amigo de andar entre los hombres.

Las notas de la hermosa edición del “Quijote” que nuestra sabia Real Academia Española dispensa, explican que “gruta” viene de “grotta”, que de aquí nace la palabra “grotesco”. Son harto “grotescas” las viejas pinturas romanas halladas en las grutas, son desproporcionadas, desarmonizadas, inverosímiles, mal hechas merced a la mala elección del pintor de la técnica, del material y hasta del estilo. “Animo et corpore”, diría el romano jurisconsulto, faltó al arte de Roma.

¿Son grotescas nuestras interpretaciones filosóficas porque están imbuidas en el “sermo sapientiae” romano? Tengamos en mente que el lenguaje o idioma que nos cría no es nuestro y que sólo somos usufructuarios de él. La etimología de “usufructo”, “usus” y “fructus”, nos recuerda que somos usuarios de la lengua, gozadores de sus ricuras, no sus dueños, no gente que merced a la usucapión puede dirimirla, trocar su estructura, agrandarla o manejarla a antojo.

La lengua es divina, tanto, que ella decide qué sí y qué no podemos percibir, intuir y hasta sentir. Cervantes, como magno artista, sentía tal divinidad, por lo que en su “Quijote”, donde lo hay todo, alecciónanos con un decir del Caballero de los Leones, a saber: “Porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfría, ni la tierra sustenta”. Querer los filólogos desmentir los mitos y conceptos maravillosos que signan las palabras es desear el derrumbamiento de la Literatura, o pretender que la Filosofía tema a los leones, endriagos y vestiglos que pueblan el “Quijote”, furias que viven en todos nosotros, filósofos propincuos.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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