En esta era digital que todo lo acelera, la historia corre más deprisa que nunca. Mucho más de lo que los tiranos árabes y musulmanes habrían soñado en la peor de sus pesadillas.
Antes, las revueltas sociales se gestaban durante generaciones y el efecto dominó tardaba otro tanto en extenderse. Ahora, alguien se inmola en Túnez y prende una mecha que se extiende por todo el islam.
Después de Túnez y Egipto, en Irán, Libia, Argelia, Yemen, Jordania, Bahrein y Marruecos – por ahora – los dictadores ya se rasgan las vestiduras.
Cuando Einstein predijo que los conflictos del siglo XXI no se desenlazarían entre naciones, sino entre civilizaciones, no podía anticipar hasta qué punto las tecnologías de la comunicación iban a trazar este desconocido campo de batalla.
El celular y las redes sociales se convirtieron en el arma más mortífera para derrocar a los déspotas que, anclados en el poder, vienen sometiendo a sus pueblos con la aceptación – expresa o mal disimulada – de las grandes potencias mundiales.
Igual que, tras del 11-S, Occidente descubrió que su riqueza no lo liberaría del terror fundamentalista, la población árabe y musulamana comienza a entender al fin, gracias a los avances tecnológicos que derriban fronteras, que vivir bajo el yugo de un dictador no es ningún designio divino, que la libertad no es una enfermedad occidental, sino un bien por el que vale la pena luchar.
De la Edad Media al tercer milenio en sólo un click.
Los tiranos árabes y musulmanes no miden bien los efectos devastadores que la libre circulación de la información puede tener en la conciencia de sus súbditos, hasta ahora resignados a la miseria, el nepotismo y la corrupción.
Las dictaduras pretenden silenciar las voces de sus pueblos y cortan los servicios de celulares e Internet. Pero Google, Facebook y Twitter mandan. Y lo hacen para retornar la palabra arrebatada. Así, un programa creado por Google transforma los mensajes de voz, que los ciudadanos dejan en tres números telefónicos internacionales, en mensajes de texto que son transmitidos por Twitter. A través de los mismos números telefónicos, también se puede oír los avisos dejados.
Más allá de los pormenores técnicos, esta iniciativa es una bofetada más a las dictaduras y, de paso, un aviso a todos aquéllos que, desde sus sillones, contemplan el mundo como un tablero de juego. El polvorín de Oriente Medio y la siempre presente amenaza del islamismo radical sitúan a Occidente ante un nuevo desafío.
Las masas siguen siendo manipulables, pero cada vez va a ser más difícil acallarlas y mantenerlas en la ignorancia. Las redes sociales no causan ni hacen revoluciones, pero las socializan; los pueblos se mueven sin líderes elegidos con el dedo y hablan sin consignas preestablecidas.
Falta saber si estaremos dispuestos a escucharles.
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