Tengo miedo de convertirme en agua: el idioma de mi pueblo.
Es un pueblo al que yo ya había olvidado, en las profundidades oscuras submarinas, y no supe que estaban hablando de monstruos que los atacaban, monstruos de muerte.
Comencé a hablar de las olas, a ver si juntos podíamos sumergir a la superficie y reconocernos. No, no nos reconocimos, había una pared de arrogancia, cubos de hielo entre nosotros. Ellos deseaban la muerte simplemente para desaparecer.
Como padre, atrapado en su histeria, recé a mi Dios que me envíe la enfermedad, su enfermedad, la enfermedad de las oscuridades, para reconocerlos. Para reconocerlos tenía que ser como ellos. Tenía que reencarnar en ellos para ver sus padecimientos, sus arrugas y envejecimientos, sus redes de pescadores y malos olores, entrar en sus cuerpos insanos como en brújulas por sus ojos, entrar en ellos, y padecer, sufrir, morir junto con ellos, en ellos, para acercarme, alcanzar, aquello que estaba oculto, en retrovisores imposibles, tumbas de mar del ayer.
Entre en ellos, y enfermo de muerte, vi la luz. Y Dios dijo “Que se haga el agua”, y se hizo el agua.
Ellos salieron a las superficies a cantar y danzar, y yo me quede enfermo en la muerte de las profundidades, sufriendo un profundo exilio de sí mismo, de mí mismo, de ellos. Llorando en mi devastamiento que era el suyo.
Eso eran ellos, abrazos, y ahora los comprendía, comprendía el día de su yo, su reloj que no avanza, sus olas que no se vuelcan, su estar inquieto.
Algo se los quería comer, ¿eran ellos mismos?
Era el sufrimiento de no pertenecer, de ser diferentes.
Entonces la Voz dijo, si Hagar volviera a las tiendas de Abraham habría paz. Y así seria, habría paz, si estuviéramos dispuestos a morir ya, a elevarnos, a olvidarnos de las separaciones, a morir una y otra vez, hasta que terminen los círculos, los remolinos, las devastaciones entre nosotros, hasta que terminara la arrogancia.
Y al ver la luz, comencé a ver colores, y al salir, salir hacia ellos, dije, lo que me duele, es que no puedo estar con ustedes, no puedo llorar con ustedes, no puedo hacer el amor con ustedes, el castigo me separa.
Una Voz me preguntó: “¿Estás dispuesto a morir?”
Sí, estoy dispuesto a morir por ellos si eso los hará felices, si eso les dará esperanza, y entonces mi monstruo desaparecerá, será enterrado en el pasado, como una historia para guías de museos, o un reloj que no avanza y finas líneas de sal marina en el horizonte, y solo quedara el sol, y la alegría, y los bailes y las danzas y la música y los colores y los gritos y el alcohol, y la fantasía de su ser. Su existencia y su identidad.
Olvídate de mí por favor, yo ya no existo, ya no soy importante, perdí mi ser en la tierra del fondo, y ni en mar me convertí.
Tengo miedo de convertirme en agua: el idioma de mi pueblo.