Tentación populista: controlar a sus bancos centrales

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Hay mucho en común entre los gobiernos populistas actualmente presentes en el escenario internacional. A pesar de matices diferenciadores aquí y allá, comparten casi siempre formas lingüísticas parecidas donde abundan las expresiones de un nacionalismo extremo que pueden muy bien calificarse de patrioterismo, lo mismo que visiones dicotómicas de la realidad donde se traza una línea clara entre “nosotros los buenos y ellos los malos”.

Aquí quiero referirme, sin embargo, a un aspecto relacionado con el manejo económico al que se muestran proclives varios de los gobiernos populistas hoy tan en boga. Se trata de la tendencia a anular o pasar por encima de la independencia de los bancos centrales para adueñarse así de las decisiones acerca de la política monetaria de la nación en cuestión. Los motivos para esta conducta pueden variar, pero por lo general tienen que ver con la necesidad de estimular artificialmente la economía con objeto de cumplir promesas de campaña, o, bien, para generar una prosperidad momentánea previa a coyunturas electorales, cuando hay urgente necesidad de captar votantes y conservar el poder.

Durante la década de los 70 esas prácticas fueron comunes y con efectos catastróficos tanto para el erario público, como para el bolsillo del ciudadano común. El cambio hacia bancos centrales independientes capaces de operar con una racionalidad económica profesional ajena a intereses políticos particulares del gobernante en turno fue producto de las lecciones dejadas por esas recurrentes crisis. Y aunque no resultó una fórmula perfecta exenta de errores, en el comparativo entre la situación de los años 70 y la posterior, no hay duda de que esta última ha sido infinitamente más estable y eficiente.


Actualmente, y tal como lo señala el analista Fareed Zakaria en el Washington Post, se observan seis ejemplos claros de gobiernos populistas que maniobran para anular o disminuir la autonomía de sus respectivas bancas centrales. Se trata de los gobiernos de Turquía, Estados Unidos, India, Sudáfrica, Italia y Filipinas. Los movimientos que en cada caso se han hecho para tal propósito pueden resumirse de la siguiente manera:

El presidente turco Erdogan emitió a fines del año pasado un decreto presidencial que le permite a él nombrar al liderazgo del banco central. Mediante esa medida consiguió que en marzo pasado la institución inyectara artificialmente a la economía recursos por dos mil millones de liras con el fin de asegurar triunfos del Partido de la Justicia y el Desarrollo en las elecciones locales que se celebraron poco después.

Donald Trump, por su parte, ha estado acosando persistentemente a la Reserva Federal, exigiéndole reducir tasas y tomar medidas de emergencia para estimular la economía. Para conseguir esos objetivos planea nombrar dos candidatos dóciles a su persona para formar parte de la junta directiva de la Reserva.

En India, el primer ministro Narendra Modi cambió varias veces los gobernadores de su banco central, hasta que consiguió colocar a uno dispuesto a someterse a las políticas económicas del mandatario. Desde entonces, las tasas han sido manipuladas dos veces, al tiempo que Modi extrajo cuatro mil millones de dólares del erario para comprar los votos de campesinos pobres.

En Sudáfrica está en proceso de cambio la estructura de su banco central que se caracterizaba por regirse autónomamente.

La coalición gobernante en Italia, encabezada por el vicepresidente y ministro del interior Matteo Salvini, le ha declarado la guerra al liderazgo de su banco central disputándole la custodia de cien mil millones de dólares en reservas de oro. Hacerse de esos recursos y manejarlos a discreción puede ser la fórmula para salir temporalmente de los apuros económicos actuales del país, sin importar cuándo y cómo pagar luego la factura por ello.

Finalmente está el caso de Filipinas bajo la presidencia de Rodrigo Duterte, quien también ha comisionado a un aliado político cercano para encabezar el banco y poder así manejarlo sin restricciones.

No cabe duda de que el tipo de relación que los gobiernos populistas establecen con sus bancos centrales como institución clave en el manejo de la política monetaria de su nación es un buen termómetro para medir el grado de empoderamiento y de centralización del poder alcanzados por esta clase de regímenes, tan propensos a debilitar o aun desconocer a los diversos organismos autónomos que puedan imponer algún límite a sus proyectos.

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