Todo pasado fue peor

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Ahora que por fin ha muerto Osama Bin Laden y todas las cadenas de televisión del mundo nos regalaron su breve pero intensa biografía en imágenes, podemos volver a analizar por qué esa manía de califa, esa vocación por el pasado, ese arraigo en los viejos arquetipos, todo lo cual nos conduce a Khomeiny, quien, aunque era shiíta, tenía como el asesino saudí un mayor amor por el pasado que por el futuro. Tras vivir algunos años en Francia, donde por lo visto no aprendió nada ( ¡ y ésta es una señal para los miles de europeos que piensan que los árabes o los turcos acabarán por asimilarse a los valores occidentales!), el persa regresó triunfante a su país decidido a retroceder siglos e imbuido de un odio que aún rezuma aquí y allá en Irán y en muchos de sus países vecinos. ¿Tan mala opinión tenían del presente, Khomeiny y Osama, como para emplear sus bibelots electrónicos y sus sofisticadas armas descartando las ideas liberales y abiertas que las hicieron posibles? ¿Por qué todos los revolucionarios en los que queramos pensar-de Galileo en lo astronómico a Lenin en lo político, de Pasteur en lo biológico a Picasso en lo estético-, sin descartar los aportes del pasado miran siempre hacia adelante en aras de una mayor libertad de acción para más y más gente, mientras que Osama y Khomeiny miran hacia atrás? ¿Ignoran acaso que todo pasado fue peor? ¿Acaso es mejor la teocracia que la democracia?

El estilo es el hombre. Las apariencias no siempre engañan. La creencia islámica de que lo inmutable-en ropas, ideas, sentimientos-es mejor que lo mutable, lo cerrado mejor que lo abierto ( y la ortodoxia judía va por el mismo camino), revela una gran pobreza espiritual, la errónea creencia que hace que la valva se tome por perla y el rito se piense superior al sentido. Ciertamente y como bien demostró Eric Fromm en un libro inmortal, la libertad da miedo. Cambiar es más arriesgado que repetir viejos patrones de conducta, los cuales, y en su momento, fueron también ellos cambio y renovación. Reconozcamos que el arquetipo que pulsó el corazón de ambos personajes, Osama y Khomeiny, es el sacerdotal, más proclive al ocultamiento que a la revelación. Conservador y mojigato, este arquetipo desconfía tanto de la mujer como de lo espontáneo. Tiende a administrar iluminaciones de otros y a despreciar a quienes no piensan como él. Esa tendencia saturnina, no obstante, acaba por fagocitar lo mismo que preconiza. Creyendo combatir lo que llaman el mal no hacen más que barrerlo bajo las alfombras, y me temo que de alfombras hay incontables en el Islam.


En tecnología, y por qué no en política social, parece tener más éxito una mentalidad flexible con capacidad de innovar y crear nuevos útiles de trabajo, que aquella que atrapada en la nostalgia por la gloria del pasado piensa que la raíz es superior a la flor. La cerilla es sin duda mejor que las varillas de madera que se frotan, del mismo modo que la cooperación abierta es infinitamente superior al egoísmo jerárquico. Por tanto, y hasta que no se desmonte ese arquetipo sacerdotal para ser reemplazado por otro más liberal y abierto, el Islam no hallará el camino hacia el destino radiante con el que sueñan muchos de sus más lúcidos fieles. Podemos, los judíos, convertir a Herzl en un profeta, pero lo cierto es que fue un visionario anclado en su tiempo, laico y obstinado. No un jasid con ropas oscuras, conservador e indiferente a las leyes de la tierra. Tampoco fue un teólogo sino un hombre práctico que además creía en sus sueños, alguien que pensó no en lo que los demás podían hacer por los judíos sino en lo que los judíos podían hacer por sí mismos. Claro que tuvo un problema a ojos de Khomeiny y Osama, ¡era sionista! Enfatizó el trabajo y la investigación, no demonizó el progreso ni culpó de todos nuestros males a otros.

Sin un hombre de esas características será difícil que veamos, en nuestros días, sociedades islámicas capaces de vivir y superar codo a codo con otras culturas los problemas que nos planteará el mañana. De modo que: ¡ulemas de todo el mundo, muftíes y líderes de la Umma, poneros a leer Alteneuland y después hablamos! Dejad la espada y empuñad el arado. Dejad de satanizar a otros y comenzad a disipar el azufre de vuestro propio trasero. Menos fórmula uno y más hospitales, universidades, trabajo y justicia social. Menos diatriba y más pensamiento. Menos desprecio y más admiración.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.