En 2006 había menos de 200 refugiados africanos viviendo en Israel. Actualmente, la cifra supera los 30 mil. La oleada de estos “condenados de la tierra” ha crecido exponencialmente debido al empeoramiento de sus condiciones de vida en sus lugares de origen. Las guerras, las matanzas, el hambre y la persecución por motivos religiosos, étnicos o políticos forman parte de la historia, siendo Sudán y Eritrea los principales expulsores de gente, aunque también abundan los que huyen de Costa de Marfil, Somalia, Nigeria, Ghana, Congo y Sierra Leona.
Son miles de personas las que día con día arriesgan la vida para encontrar refugio en alguna parte. La mayoría aspira a llegar a Israel y para ello debe recorrer un largo trayecto que los hace cruzar por Egipto donde beduinos cumplen el papel de guías o “polleros” que los conducen a través del desierto del Sinaí y muy frecuentemente abusan de sus clientes de manera extremadamente cruel. Hay reportes cada vez más numerosos emitidos por la organización Médicos por los Derechos Humanos en Israel (MDHI), de que los refugiados africanos, con una gran frecuencia, son torturados, asaltados, violados y tomados como rehenes durante meses hasta que las familias de los cautivos pagan por su liberación sumas que oscilan entre dos mil 500 y tres mil dólares, habiendo casos en los que la cifra puede alcanzar hasta diez mil dólares. Durante su cautiverio, los presos, hombres y mujeres, son sometidos a toda clase de abusos físicos incluidas torturas consistentes en descargas eléctricas y colgamiento por las manos o los pies, lo mismo que violaciones y privación de agua y comida por largos lapsos.
En muchas ocasiones, cuando son liberados, pasan a correr el nuevo peligro de ser “cazados” por guardias fronterizos egipcios, quienes les disparan a matar porque no existe disposición alguna del gobierno de El Cairo de tolerarlos o brindarles asilo. Por ese motivo la MDHI ha hecho un llamado al gobierno egipcio a localizar a quienes están en cautiverio y al menos asegurarles el pasaje a un tercer país. La MDHI ha señalado que actualmente sabe de 220 refugiados mantenidos como rehenes en el Sinaí, de los cuales 80 ya llevan presos más de un mes, mientras que 140 fueron capturados apenas la semana pasada. De hecho, en el desierto de Sinaí pueden encontrarse regados los esqueletos de un buen número de refugiados que no consiguieron llegar a alguna parte segura.
El problema sin duda tiende a agravarse. Crece la oleada de los buscadores de asilo y aumenta en Israel la alarma ante ello. Hoy se encuentran en ese país más de 30 mil refugiados africanos y muchos de ellos están en campos de detención temporal a la espera de clarificar cuál será su destino final. Para Israel la imposibilidad de seguir absorbiendo las crecientes cantidades de quienes aspiran a llegar allá ha hecho que el gobierno de Jerusalén planee construir una valla fronteriza que impida el paso. Se sabe que esta clase de éxodo no tendrá fin y por tanto se ha abierto el debate acerca de cómo manejar esta contradicción entre, por un lado las obligaciones morales y humanitarias de acoger a los perseguidos, y por el otro, la capacidad nacional de absorber a una creciente muchedumbre de refugiados.
A todas luces, se trata de un gigantesco problema humanitario en cuya resolución deberían participar no sólo Egipto que se ha negado a acogerlos, e Israel que los ha recibido parcialmente, sino la comunidad internacional representada en este caso por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). La inenarrable tragedia de estas grandes masas de desesperados que deambulan en medio de condiciones terroríficas buscando un lugar donde su sufrimiento termine, exige menos palabras vacías y más actos de solidaridad real de parte de los organismos que presuntamente fueron creados con el fin de ayudarlas y que hasta ahora han hecho muy poco por ellas.
Artículos Relacionados: