Treblinka es “hermoso”. Es un bosque con un espacio escultórico precioso.
Unas piedras simulan una vía del tren. Las vías desembocan en una plancha que simula una estación. A unos metros se levanta un jardín con miles de enormes piedras que rodean un monumento inmenso al centro.
Si uno no supiera lo que fue Treblinka, lo que simbolizan las piedras, lo que estuvo y ya no está, sería un lugar de sueño para celebrar una boda, organizar un día de campo familiar.
Pero Treblinka no era hermoso, era junto a sus hermanos Belzec y Chelmno, campos de exterminio.
No eran campos de trabajo forzado. No eran de concentración y prisioneros de guerra. No producían nada más que ceniza.
A Treblinka lo montaron. En Treblinka asesinaron 800 mil judíos. Cumplida la misión, a Treblinka lo desmontaron.
Era un campo de propósito específico: matar a los judíos polacos. Lejos de todo. Donde no viera nadie. Donde no hubiera quien escuchara los gritos ni el llanto, ni respirara el olor a quemado, ni protestara, ni dijera pío.
Por eso la reja no tenía electricidad. No era necesaria.
El tren llegaba. El andén simulaba una estación de tren europea. Había un reloj que marcaba las seis. Había un restaurante. Había una taquilla. Todo era de utilería, pintados sobre paredes de madera.
En solo dos hora éramos procesados. Dos horas entre el tren y la chimenea.
Hoy en Treblinka no hay más que piedras con nombres de lugares, países, ciudades, aldeas de donde venían los muertos cuyo destino final fue ese bosque. Algunas de esas aldeas, como Tycocin, ya no tiene judíos. Otras ya ni siquiera existen.
Hay solo una piedra que lleva el nombre de una persona: la que honra la memoria de Janus Korczak y los doscientos huérfanos de Varsovia a los que acompañó en su ultimo viaje.
Un kadish más.
Emprendemos el camino hacia Varsovia.
Varsovia la verde, la bella, la casa de apenas mil judíos en el 2018.
Varsovia y su sinagoga donde recibimos el shabat con rezos, con risas, con cantos y danza.
Entonamos todos el rezo sobre el que descansa la judería:
SHEMAAAAAAAA ISRAEEEEEEEEL, ADONAY ELOHEU. ADONAY EJAAAAD. SHEMAAAAAAAA ISRAEEEEEEEEL, ADONAY ELOHEU. ADONAY EJAAAAD.
Lo entonamos, lo rezamos juntos a todo pulmón.
Hemos venido a Polonia a decir algo más que plegarias. Hemos venido a decir que aquí seguimos, que aquí seguiremos.
Ilustrado y editado por Daniela Mansur. Texto de Alberto Mansur.
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