Los tres tuvieron oportunidad de hablar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: El presidente de EE.UU, Donald Trump, el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás. Sinceramente, es difícil decidir cuál de los discursos fue el peor.
Netanyahu habló como si estuviera participando de alguno de esos enfervorizados mitines en el Comité Central del Likud con aplausos tribuneros incluidos. Abbás parecía un arengador en medio de una reunión de la Liga Árabe. El discurso de Trump fue más bien un “Miren que bueno soy”. No cabe duda que la complicada política interna norteamericana le exige más al mandatario que una sonora enunciación de verdades audaces para ambas partes en conflicto.
Toda esta telenovela no fue más que otro recordatorio de la endeble condición actual de los esfuerzos destinados a lograr la paz y del nivel de sospechas mutuas que presenta cada una de las partes cuando se trata de saber si lo que realmente desea la otra es una solución de dos Estados para un solo pueblo o de dos Estados para dos pueblos.
Lo explicaré. Pero, antes quiero señalar que fue “Haaretz” quien resumió bien las actuaciones por parte de Netanyahu y de Abu Mazen: “Si nos basamos en estas dos narrativas de demanda y de denuncia, parecería que el conflicto israelí-palestino hubiera viajado en una máquina del tiempo hasta el final del siglo pasado, borrando de un plumazo décadas de diálogo para gran alegría de los extremistas de ambos lados. La meta vuelve a ser no la paz, sino el hecho mismo del contacto directo entre las partes, e incluso ese objetivo está desdibujado”.
Y es en ese punto donde nos encontramos: preguntándonos si ambas partes serán capaces de mantener conversaciones alguna vez, por no mencionar la posibilidad de negociación de un acuerdo aplicable. Sin embargo, israelíes y palestinos actúan como si el tiempo estuviera de su lado. Ese es el mayor de los peligros.
Estamos ante un “Nuevo Oriente Medio”, pero no ese del que hablaba Shimón Peres. Al dejar el terreno completamente desprovisto de propuestas diplomáticas, con tantos personajes de carácter inestable dando vueltas por aquí – como terroristas palestinos de Hamás o la Yihad Islámica lanzando misiles, morteros o barriletes incendiarios sobre poblaciones israelíes desde Gaza; o como colonos extremistas mesiánicos israelíes entregados a ocasionales acciones de violencia en Cisjordania – lo único que se propicia es la generación de muy serios problemas ya que muchos de los viejos cortafuegos han desaparecido.
Si hoy estallara un nuevo enfrentamiento entre Israel y Hamás en Gaza no se podría confiar en que el presidente de Egipto, Abdel Fattah el-Sisi, sea quien contenga las llamas. Lo que sí hay ahora es un débil presidente turco, Recep Tayyip Erdogán, interesado en avivarlas en dirección a Israel, y otro ruso, Vladimir Putin, que ante dicha situación en la franja costera le convendría seguir mirando sólo a Siria. Y si la violencia palestina se llegara a extender también por Cisjordania, Abbás, en el final de su carrera, podría anunciar que decidió disolver la Autoridad Palestina y que ya no estará dispuesto a oficiar más de policía de Israel en los territorios. Eso terminaría de sepultar los tan destartalados Acuerdos de Oslo. Por lo tanto, los planes de paz – por imperfectos que fueron, y sin embargo, tan vitales para la seguridad de Israel – se desmoronarían definitivamente.
Teniendo en cuenta estos riesgos, cualquier gobierno israelí responsable – menos el actual – debería decirse a sí mismo algo así como: “Tenemos mucho más que perder que los palestinos en caso de que todo esto colapse. Así que mejor hagamos un último esfuerzo. Abbás declara que no participará de tratativas con Trump como mediador y sin un congelamiento en la construcción de asentamientos. Pensamos que no dice la verdad: Ya le dimos un congelamiento parcial de 10 meses hace varios años y no hizo nada con él. Pero hay tanto en juego aquí que vamos a ponerlo a prueba otra vez. Vamos a ofrecerle, por ejemplo, una moratoria total de seis meses en la construcción de asentamientos. ¿Qué son seis meses en la historia de un pueblo con más de 5.000 años de antigüedad? Ya tenemos casi medio millón de colonos establecidos allí. Se trata de una estrategia del tipo “victoria-victoria” que de ninguna manera pone en peligro nuestra seguridad. Si los palestinos todavía se resisten, ellos serán los aislados, no nosotros. Y si finalmente deciden conversar,¿quién sabe? Tal vez podamos llegar a algo que impida una nueva guerra”.
Eso es lo que un líder israelí visionario haría ahora. Pero cuando el gobierno de Bibi demuestra no tener intención alguna de llevarlo a cabo, no hace más que acrecentar los temores palestinos de que Israel quiere en realidad dos Estados: ambos para sí. Es decir, el Israel anterior a 1967 y el posterior a 1967: Israel, Cisjordania y Jerusalén Oriental.
Sin embargo, la dirigencia palestina podría hacer mucho más aún para alentar tal propuesta, ya que lo único que conseguirá obligar a Netanyahu a tomar una decisión es el centro político israelí. Ya lo hizo antes. ¿Por qué no habría de lograrlo ahora? Cuando la silenciosa mayoría de Israel vio como Tzáhal se retiró unilateralmente de Gaza y arrancó de raíz los asentamientos allí para recibir a cambio ataques con misiles; cuando comprendió que las pasadas propuestas de retirada de largo alcance hechas por los anteriores primeros ministros moderados no obtuvieron nada a cambio; cuando escucha que los palestinos insisten en el derecho al retorno de sus refugiados – no sólo a Cisjordania, sino a todo Israel -, entonces se multiplican los temores israelíes de que los palestinos sigan anhelando tener dos Estados, ambos para sí: Cisjordania y el Israel anterior a 1967. Si Abbás se refiriera de un modo más directo a esos temores, Bibi tendría que enfrentar una presión interna mucho mayor para tomar decisiones.
Hemos retrocedido realmente hasta el comienzo mismo de este conflicto. Hasta que cada parte no sea capaz de garantizarle a la otra su firme intención de alcanzar dos Estados para dos pueblos – no sólo para uno -, y su confianza en que ambas pretenden lo mismo, nada bueno sucederá. Todo lo contrario: ante la falta de esperanzas y el exceso de desesperación, ya nos encontramos en las vísperas de nuevas acciones bélicas.
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