Ante la orden ejecutiva promulgada por el nuevo presidente, Donald Trump, la cual busca prevenir la entrada de ciertos ciudadanos del Medio Oriente a los Estados Unidos, se ha suscitado una ola de reacciones muy negativas en contra del nuevo comandante en jefe. La orden ejecutiva decretada por el presidente Trump, busca prohibir por un periodo de 90 días la entrada de personas provenientes de Irán, Somalia, Yemen, Libia, Irak y Sudán, y hasta por 120 días en el caso de los sirios. Dicha medida persigue que se creen nuevos métodos de evaluación a la hora de permitir que una persona de alguno de los países previamente mencionados pueda entrar a los Estados Unidos (por ejemplo, asegurarse que ningún familiar cercano a dicha persona haya tenido vínculos yihadistas). A pesar de ello, ¿por qué entonces es vista esta movida como una racista, si en el 2011 Obama prohibió la entrada de refugiados iraquíes por un periodo de seis meses tras haber sido descubierto que dos refugiados iraquíes en Kentucky habían tenido vínculos yihadistas? Incluso, en el 1993 el presidente, Bill Clinton, le mintió a los haitianos que escapaban de su país deportándoles tan pronto ascendió al poder, pero previamente diciendo lo contrario para ganar la simpatía de dicha comunidad en pleno escenario electoral.
Desde mi punto de vista, muchos personas no tomaron en sentido literal lo que decía Trump durante sus mítines y ahora que como presidente cumple con sus promesas lo atacan imparablemente. Tanto en la arena política y mediática estadounidense, a muchos les choca el que tengan un presidente que cumpla su palabra. Aunque tras las protestas sociales, el combate judicial que se dió en Nueva York donde dicha orden ejecutiva fue “paralizada” y el rechazo común de 16 de los 22 fiscales generales demócratas a esta orden, la decisión del nuevo secretario de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, John Kelly, de permitir que las personas que provengan de los países prohibidos lo puedan hacer si ostentan sus “green-cards” fue muy acertada. Y aunque hoy ha sido erradicado el nuevo sistema de inmigración por la administración Trump, estas polémicas medidas serán el comienzo del encendimiento a la mecha de una bomba que va a explotar. Por otro lado, la realidad es que ver a una familia iraquí el pasado Sábado que nunca pudo salir de Egipto con sus “green-cards” a la mano, (y tras haber vendido su casa, sus vehículos y haber gastado todos sus ahorros para así lograr su “sueño americano”), le parte el corazón a cualquiera. Aunque esto haya cambiado, aún así denota los errores de la medida de nuestro presidente.
Por otra parte, el presidente Trump ha dejado claro que buscará darle prioridad a la entrada de cristianos maronitas y ortodoxos sirios a los Estados Unidos. Algo que según él, Obama no hizo. Sin embargo, según Pew Research Center, en el 2016, 37,521 cristianos refugiados fueron admitidos en los Estados Unidos, mientras que 38,901 musulmanes también fueron admitidos en los Estados Unidos durante el pasado año fiscal. Aunque muchos consideran esta acción de Trump como un acto “racista” y “anti-musulmán” porque el porcentaje de musulmanes en estos países fluctúa entre el 87%-98%, argumentar esto está fuera de contexto totalmente. Lector, la situación política en ninguno de estos estados es una de paz atestada. El mejor ejemplo es Somalia y Yemen. Escenarios de los que nadie en Occidente habla y los cuales son estados fallidos al igual que Siria e Irak.
Ante este contexto, me pareció también interesante ver en el escenario internacional al régimen teocrático de Irán dando reciprocidad a la medida de Trump. Sin embargo, y en este caso en particular, es Irán mismo quien se aleja del segundo influjo de turismo más grande del mundo y la economía más grande del mundo. Irán prefiere seguir aislando con sus “tests” de misiles balísticos, mientras apoya a regímenes chiitas en la región y fomenta la expansión del terrorismo por el mundo. Por lo que su proyecto de “reinsertarse al mundo” ha quedado paralizado. En conclusión, me parece que es tiempo de que los estados árabes y musulmanes comience a limpiar la imágen de la religión que practica en promedio el 93% de sus ciudadanos. Es tiempo de que condenen y combatan, como lo hace el rey Abdalá II de Jordania, el radicalismo que nace del salafismo, el wahabismo y otras corrientes (tanto suníes como chiíes) para que así la imagen del islam resurja y pueda combatir la islamofobia y la estigmatización a la que se enfrentan. Este tipo de acciones asegura a largo plazo el que tanto en los Estados Unidos, como en Occidente en general, la perspectiva hacia esta religión pueda mutar de modo gradual, para bien.
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