Dos naciones que se caracterizan por la hostilidad extrema que prevalece entre una y otra, Irán e Israel, han experimentado esta semana vuelcos dramáticos en lo social y lo político, abriendo nuevas interrogantes acerca de lo que puede esperarse en esa zona a corto plazo.
En el caso de la nación persa, la decisión gubernamental de recortar drásticamente los subsidios a la gasolina, originada en la crisis económica que padece a raíz de la reimposición de sanciones por parte de los Estados Unidos, desató protestas masivas a lo largo y ancho del país.
La reacción represora de las autoridades fue inmediata, registrándose poco más de un centenar de muertos, así como actos vandálicos en los que propiedad pública y privada fue atacada. El gobierno cortó de inmediato el servicio de internet con objeto de dificultar la comunicación entre los participantes en las protestas, decisión que se vio obligado a revertir hace un par de días, en razón de los trastornos que la falta de ese servicio significaba para áreas clave del funcionamiento de la vida nacional. Por lo pronto la calma se ha impuesto, pero lo ocurrido constituye una clara señal de un descontento profundo en la sociedad iraní que ha sido reprimido por décadas.
En cuanto a Israel, esta semana fue también rica en cambios. El miércoles en la noche se venció el plazo con que contaba el general Benny Gantz, líder del partido Azul y Blanco, para formar gobierno, luego de que su opositor del partido Likud, el premier Benjamín Netanyahu, fracasara igualmente antes que él en el mismo intento. Eso significó que una tercera elección se tuviera que plantear para los primeros meses de 2020, ya que la posibilidad de que una solución a este impasse se consiga en las próximas tres semanas es remota en extremo. La incertidumbre y la consecuente condición de inseguridad ante la carencia de un gobierno firmemente al mando, mantiene a la sociedad israelí en vilo.
Una sacudida adicional ocurrió al día siguiente cuando, finalmente, el fiscal general Avichai Mendelblit anunció su largamente esperado dictamen acerca de si el primer ministro, Netanyahu, debe ser enjuiciado por los cargos que se le imputan de soborno, abuso de confianza y fraude. Al confirmar que en efecto así va a ser, el escándalo fue mayúsculo ya que este nuevo elemento altera muchas de las predicciones que se tenían acerca del futuro político de la nación.
Una de las inquietudes, que afloraron inmediatamente después del anuncio del fiscal, provino precisamente de la respuesta pública que dio Netanyahu en una conferencia ante los medios una hora después. Ahí, el aún primer ministro en funciones arremetió contra la fiscalía, la policía, el sistema de justicia y los medios de comunicación, acusándolos de haber armado una cacería de brujas en su contra. Muy al estilo trumpiano, se pintó como víctima de una conspiración. De hecho, uno de los términos utilizados por el premier en su alocución acusatoria fue la de estar siendo objeto de “un intento de golpe de Estado”, afirmando la necesidad de “investigar a los investigadores”.
Esta arremetida de Netanyahu, que indudablemente promueve una descalificación de varias de las instituciones clave que garantizan el Estado de derecho y la práctica de la democracia en el país, constituye una maniobra peligrosa capaz, no sólo de erosionar la credibilidad de la ciudadanía respecto a tales instituciones, sino también de generar violencia. Porque no cabe duda que esas afirmaciones, en boca del mandatario, muy bien pueden ser escuchadas por sus simpatizantes como una luz verde para violar el marco normativo legal que rige la vida nacional.
Bien sabemos que descalificar a las instituciones o “mandarlas al diablo” no puede sino augurar arbitrariedades de todo tipo, explosiones de violencia y una mayor posibilidad de la instauración de regímenes autoritarios, libres para hacer y deshacer ante la ausencia de contrapesos.
La virulenta reacción de Netanyahu ante la decisión de la fiscalía indica, sin duda, que ante la muy real factibilidad de su enjuiciamiento está dispuesto a dañar gravemente la institucionalidad democrática de Israel a fin de salvarse.
Aún es pronto para imaginar cómo terminará este drama, pero lo que desde ahora puede percibirse son las nefastas consecuencias que acarrea la desmedida ambición de perpetuarse en el poder.
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