Un medio oriente en proceso de cambio

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El año 2011 simboliza indudablemente el inicio de una revolución histórica en el Medio Oriente. Muchas de las crisis que caracterizaron hasta hoy a la región reflejaron brechas étnicas y religiosas, cuyas bases se encuentran en la estructura social fragmentada de naciones que surgieron como resultado de los procesos colonialistas que llegaron a su fin en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, en las últimas décadas se han dado en todo el mundo árabe procesos demográficos que produjeron una población joven que constituye un alto porcentaje de la población general (entre 50 y 75%). Mientras que el nivel de educación de los jóvenes aumentó, en la mayoría de los países del Medio Oriente el crecimiento económico no fue lo suficientemente alto para garantizarles empleos e ingresos adecuados. Gran parte de estos jóvenes permanecieron desempleados y con pocas posibilidades de tener un futuro mejor.

Paralelamente, la revolución de los medios de comunicación en el mundo globalizado, y como parte de ella el aumento de las posibilidades individuales de recibir información de diversas fuentes que no dependen de la información que los gobiernos desean difundir, crearon las bases para la propagación, principalmente entre las crecientes generaciones jóvenes, de una sensación de insatisfacción creciente ante los resultados del desarrollo socioeconómico. En los últimos meses, con la ayuda del fenómeno de la Web 2.0, como se le conoce, dicha sensación de insatisfacción se consolidó en lo que parece ser un “orden del día cívico”, que condujo a las protestas masivas y al “efecto dominó” que presenciamos en diversos países, desde el norte de África y hasta el Golfo Pérsico.

Las imágenes de los últimos meses y a la vista de los logros que se están dando y están caracterizando a parte de esos países, han inspirado movilizaciones masivas en pos de reformas frente a los regímenes autoritarios. Ciertamente, el panorama demográfico, las divisiones étnicas, la economía y la situación geoestratégica son distintos en cada país, y también es distinta la forma en que cada régimen enfrenta los llamados al cambio. En algunos casos, como en Túnez y en Egipto, los gobiernos demostraron sensibilidad y no intentaron aplacar con fuerza las manifestaciones.


En países con regímenes más extremistas y opresores, como Libia e Irán, el panorama es diferente. Cabe destacar, que el valor de los manifestantes frente a los gobiernos que no dudan en utilizar la fuerza militar en contra de sus ciudadanos no es algo dado ni natural y merece el reconocimiento serio y el apoyo de la comunidad internacional, más aún frente al reto de que estos regímenes no logran aplacar las ansias de reformas y libertad.

Nos encontramos en el pleno desarrollo de acontecimientos que todavía es prematuro predecir cómo acabarán y cuáles serán sus resultados. El papel de la comunidad internacional debe radicar en el apoyo a todas las fuerzas que promueven las reformas, la libertad, los derechos humanos, los derechos y la equidad de género y la difusión del conocimiento, entre otros objetivos– fuerzas de una sociedad civil autónoma y auténtica que se encuentra en proceso de constitución. Sin sociedad civil, no podrán formarse sociedades pluralistas que posibiliten la igualdad de oportunidades para todos. En su contra existe un peligro real, y es el que las fuerzas extremistas y antidemocráticas aprovechen las reformas y la apertura para implementar una agenda contraria a todos los valores que sirven de base para las aspiraciones de los pueblos de la región y que se expresan hoy en las manifestaciones masivas. Si esas fuerzas logran convertirse en una parte integral de los nuevos gobiernos en formación, serán capaces – debido a estar mejor organizadas que otros sectores y por su disposición a utilizar métodos violentos – de llevar a estos países a una realidad mucho más penosa y poner en peligro la paz.

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