Un pensamiento la detenía en inquietudes

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Esa ranura donde se insertan los pensamientos seguía abierta al recuerdo incómodo sin destino ni principio.
A segundo plano pasaba la molestia de aquel sinuoso recuerdo, su mayor estorbo era descubrir por qué había dejado que ese recuerdo siguiera estando ahí, con fuerza, con movimientos, con aroma y color.
Olía a calle de edificios altos y pocos negocios, ajardines sin niños, a adultos cansados, a trabajo y bullicio.
La luna invitaba a ser acariciada desde los tentáculos de su fulgor. El frío, aunque nocturno, se percibía sin más.

El recuerdo continuaba y esa era la molestia. No el recuerdo en sí, sino que siga latente cual movimiento otoñal de hojas caídas crujientes al paso del viento.

-Un recuerdo debe ser de algo que haya pasado, que sea configurado dentro de un pretérito vivido, pero ¿Qué fue eso que viví?


Se preguntaba mientras creía que la conciliación somnolienta pesaba más a cada instante.

-Tal vez, si cierro mis ojos, me gane el sueño y no logre descifrar cuál es el recuerdo que deseo recordar – decía, mientras se movía encima de sus afraneladas cobijas mirando la lámpara apagada de su techo.

Ese techo que le transportaba al pasado pues en él recordaba cuando lo contemplaba de niña para disuadir de a ratos los tormentosos pensamientos de los exámenes escolares.

-Techo: tú que siempre has sido mi máximo confidente, te suplico no me hagas dormir y dime cuál es el recuerdo que me atormenta. Dime por qué me atormento al no saber, siquiera, cuál es ese recuerdo.

De pronto, y muy a lo lejos, se oye el tic tac del reloj de la sala. Como si de pronto hubiera empezado a funcionar. Como si quisiera decir algo.

Ella se destapa para visitar de cerca el sonido de las manecillas. Siente la loza helada sobre sus suaves plantas de los pies, pero no se pone sus chanclas. Prefiere el frío suelo que la despierta para llegar concentrada y lograr recordar.

Tic tac, tic tac, tic tac…
Entendió que ese sonido era música rítmica. Entendió que el paso del tiempo es la materia que maneja el Universo. Entendió que el mismo sonido estaba hablando con ella.

-Dime – le dijo con inocencia al reloj.

Sintió que el reloj se burló de ella por hablar con relojes.

-O sea, ¿te puedes burlar, pero no puedes oír o hablar? Soy yo quien debo burlarme de ti por no poder hablar mientras toda la existencia está envuelta en tus manecillas inquietas e incansables.
Si tienes algo que decirme, que sea de una vez porque el frío ya me está afectando los pies más de lo que quisiera.

De pronto se sonrojó como quinceañera frente a su galán en medio del vals.
“Tiempo de vals” de Emanuelle, se imaginaba mientras su rubor se iba acentuando cada vez más, a cada paso hacia su camita.

Por fin recordó el recuerdo que la traía sin dormir. Ese recuerdo ladrón de sueños, que quita las noches mientras aumenta su belleza lunar.

-Lo que nos perdemos por irnos a dormir. Pensó.

El reloj le recordó su constante apuro al salir de trabajar. Le recordó que el apuro es hijo de la distancia. Le recordó que la distancia en tiempo se acorta cuando se intenta viajar más rápido. Le recordó que el transportarse a velocidades inalcanzables para el desplazo por medio del cuerpo se logra con máquinas que puedan ser movidas de manera veloz.
Recordó entonces cuando tiene que viajar en combi para llegar o regresar de su trabajo.
Recordó que conoció a alguien que conoció a ella ese mismo día.

Sin pensarlo, la silueta de sus labios dibujaron una hermosa media luna naciente mientras sus ojos empezaban a cargar el nocturno peso del manto obscuro que cubre el cielo.

Recordó aquel chico que pronto conocerá un poco más.

Decidió dormir para seguir soñando sin interrupción como si fuera posible decidir qué sueño soñar.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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