Un suicidio

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art4269 11Me encontré en una cafetería con mi amiga psicóloga Dolores, estaba muy entusiasmada con un trabajo que estaba preparando sobre el suicidio. Con este objeto, se dedicó a reunir material sobre célebres suicidas. Nos quedamos conversando un buen rato.

– ¿Sabías que muchos suicidas no se matan por desilusiones o por situaciones económicas difíciles?

– Dolores, yo creo que alguien que se suicida debe tener muchos problemas.


– No, no siempre, estás en un error. Hay gente se quita la vida cuando está en su mejor momento. Si no, cómo te explicas que escritores y actores famosos, jóvenes y mimados se suiciden. Claro está que el suicida es una gente con alguna deformación mental, eso lo se. Pero hay los que yo llamo “los enamorados de la muerte” o “enamorados de Tánatos”.

– ¿Cómo está eso Dolores? Es una teoría muy extraña.

– Mira hay gente que siente una gran atracción por la muerte. Les encanta pensar que pueden fijar la fecha de su muerte. La planean, acarician la idea y buscan efectos espectaculares para cuando la llevan a cabo. Sí, no estoy loca, eso es así, les da una sensación de omnipotencia.

– Bien, tú sabrás mejor que yo, yo no soy psicóloga. Posiblemente tengas razón, es verdad que hay suicidas que preparan todo cuidadosamente para su muerte. Ahora recuerdo al poeta Silva, fue a ver a su médico y le pidió que dibujara un círculo sobre el lugar exacto del corazón. Esa noche organizó una velada e invitó a sus amigos, fue como una despedida, cuando todos se retiraron se dio un tiro en el corazón. Pero él vivía muy acosado por sus muchas deudas y problemas económicos. Mishima y Virginia Woolf que eran muy reconocidos, también se suicidaron ¿quién sabe que motivos tendrían?

– Es posible que fueran enamorados de la muerte ¿no lo crees así?

Tienes razón, de una manera u otra los problemas se arreglan. No tanto los mentales, creo yo. Pero la teoría que planteas, es sumamente interesante y digna de tomarse en consideración.

– Hay también muertes naturales que son en realidad suicidios. Gente que se enferma, cultiva la enfermedad y se deja morir. Ciertamente, es diferente, pero hay un deseo de escapar de la vida.

– Dolores, de verdad estamos muy necrófilas, esta conversación es muy

fúnebre. Se que estás inmersa en tus teorías sobre el suicidio, pero ¿podríamos hablar de otras cosas? Por ejemplo de las nuevas obras de teatro, películas o lo que gustes.

– Debo complacerte, ya hablé suficientemente sobre el tema.

Estuvimos hablando de varias cosas, Dolores es muy entretenida y pasé un rato muy ameno. Me pareció fascinante el tema del suicidio tal como ella lo planteó, quedó dándome vueltas en la cabeza. Estuve rememorando todas las historias de suicidas que conocía. Evidentemente, no le faltaba razón a Dolores.

Un día recibí en mi oficina la llamada de mi amiga Lucía, su voz me pareció rara, era como de llanto. Me pidió que nos viéramos, tenía que hablar conmigo personalmente y lo más pronto posible, le dije que podía verla esa misma tarde.

Lucía es una gran amiga y una persona muy inteligente. Se casó muy joven, su matrimonio se terminó en un corto plazo, solo tuvo un hijo al que adoraba, se dedicó a él y a trabajar; es muy trabajadora y bastante exitosa. Durante varios años no pensó en el amor, no tenía tiempo para eso. Hacía unos dos años conoció a un prominente hombre de negocios, él era relativamente joven y sumamente acaudalado. Alberto, así se llamaba, se había separado recientemente, de su esposa en condiciones deplorables. Su mujer estaba desquiciada y le hacía la vida imposible. Tuvo varios intentos de suicidio y amenazaba matarse junto con sus dos hijos, cada vez que tenían disgustos. Alberto sufría mucho por esto, después de tratar de arreglar su matrimonio en repetidas ocasiones, desistió. No había remedio, su vida era un verdadero infierno, debía divorciarse. La esposa estaba furiosa, no quería divorciarse, en venganza no le permitía a Alberto ver a sus hijos y dijo que si él intentaba quitárselos, los mataría primero y se mataría ella después. Él decidió no insistir y esperar a que pasara un tiempo mientras su mujer estaba en terapia. Logró que los abogados la convencieran de que necesitaba una psicoterapia, Alberto también estaba con un buen psicoterapeuta. Emprendió el largo y penoso camino legal para terminar su proceso de divorcio, quería también recuperar a sus hijos. Él era un padre amantísimo, no estar con sus hijos era muy doloroso.

Cuando conoció a Lucía estaba destrozado, lo tenía todo para ser feliz, lo único que le faltaba era poder ver a sus hijos. Lucía fue maravillosa para Alberto, tenía una gran alegría de vivir, encontraba soluciones para cualquier problema. Era una mujer muy valiente y su ejemplo fue muy benéfico para Alberto. Se enamoró de ella, deseaba finalizar su divorcio y casarse con ella. Lucía le pidió que esperaran un tiempo, él tenía que solucionar sus problemas primero. Ella no querría que por soledad y desesperación se lanzara a sus brazos, podría ser que más tarde se arrepintiera: esperarían. Entretanto, estaban viviendo una hermosa relación, eran felices.

Alberto parecía otro, estaba contento, tranquilo. Su abogado consiguió que le dejaran ver a sus hijos una vez por semana, paulatinamente su mujer iba cediendo. Si seguía mejorando, no le quitaría a los hijos, una vez convenido el divorcio, los niños podrían pasar temporadas con él, inclusive los llevaría de viaje. Lucía los conoció, iniciaron una relación amistosa con ella. Le daban mucha lástima, eran tímidos y parecían asustados, pobrecillos habían sufrido mucho con los problemas de sus padres. Pasaron así dos años, Alberto quería definitivamente, casarse con Lucía, ella ya se sentía más segura y prácticamente había accedido. Tenía sus miedos, pero Alberto era tan bueno con ella y su hijo, que bien valía la pena intentarlo. A veces le preocupaba ver a Alberto muy ensimismado y triste, pero era solamente a ratos. Él le contaba al principio de su relación que muchas veces tuvo deseos de quitarse la vida, decía que le atraía la idea de la muerte. Lucía pensaba que hablaba solo por hablar.

¿Qué le pasaría a Lucía? Pronto lo sabría. Ya casi era hora de que llegara. Oí el timbre, me anunciaron que la señora Lucía había llegado. Venia con anteojos oscuros, estaba bastante agitada. Cuando nos quedamos a solas, se puso a llorar, me desconcerté, era muy extraño verla tan descompuesta, nunca la había visto así.

Cuando pudo hablar musitó: – Es increíble, Alberto se suicidó.

La noticia me dejó helada; la semana anterior los había visto juntos y parecían muy felices. No supe qué decir. Solo pregunté‚: ¿Cuando?

– Anteayer por la noche, ayer por la mañana lo encontró su sirviente. Como todos los días, estuvo tocando la puerta y al ver que no contestaba, se alarmó y me llamó. Forzamos la puerta y ahí estaba en su cama. Parecía dormido, todo estaba en su lugar, el arma suicida – una pistola – estaba a su lado. Se dio un balazo, curiosamente no había manchas de sangre. Había un orden impresionante, era como si todo se hubiese organizado de antemano. Fue un acto premeditado, me dejó una carta de lo más lacónica: “me cansé, te quiero”… y eso es todo. Estoy triste, enojada, confundida. ¿En qué fallé? No te imaginas cuanto lo llegué a querer. Hace dos días, estuvimos haciendo planes. ¿Porqué‚ si tenía la intención de matarse? Hubiese preferido que me engañara con una mujer, que huyera con ella ¿Pero matarse? no tenía ya motivo, al menos aparente. Cuántas veces me aseguró que mi amor lo satisfacía plenamente, sus problemas estaban prácticamente resueltos. No lo entiendo, no lo entiendo-. Lucía no podía dejar de llorar. – ¡Qué horrible! llamé a sus hermanos, quienes tuvieron que pagar un dineral para callar a la prensa. Tú sabes que se trata de una familia muy conocida, no podían permitir que esta noticia trascendiera.

La sorpresa no me permitía abrir la boca. Al fin le pregunté: – ¿Lucía no será que Alberto tenía alguna enfermedad incurable?

– ¡No, de ninguna manera! Si apenas regresamos de una clínica en donde nos hicieron una revisión muy completa a los dos. Alberto insistió mucho en que fuéramos, él era muy cuidadoso con los asuntos de salud. Ambos, resultamos totalmente sanos. Yo vi todos sus reportes médicos.

Recordé a mi amiga Dolores ¡Alberto era un enamorado de la muerte! Sí, lo tenía todo: dinero, amor, inteligencia y salud, había recuperado a sus hijos. Tal vez, si le fuera dable despertar del sueño eterno, se arrepentiría de haberse matado. Pero ya no había vuelta.

Me encontré‚ diciéndole a Lucía: – Alberto era un enamorado de la muerte.

Me miró con extrañeza. ¿Qué‚ dices?

Le referí entonces, la conversación que tuve días atrás con Dolores. Pienso que Lucía creyó que yo estaba mal de la cabeza. Sin embargo, esta explicación – me pareció a mi – la tranquilizó un poco. Empleé mi lenguaje más convincente, le dije que ella no tenía ninguna culpa del suicidio de Alberto. Al fin nos despedimos. Me quedé‚ con una honda sensación de pena por ella.

Quise exponerle esta teoría a Lucía porque tal vez le ayudaría a entender, o al menos a quitarle la culpa por la muerte de Alberto.

¿ Enamorado de la muerte o un desajustado mental o social? Lo que haya sido, Alberto se llevó su secreto con él.

Acerca de Sara Hazán

Sara Hazán es una pintora, grabadora y escritora mexicana. Nació en Milan, Italia, Desde muy temprana edad, ha vivido en la ciudad de México, en donde ha estado casi toda su vida. También vivió en otros paises algunos años.Su pintura es figurativa, costumbrista y de brillante colorido.Tiene también aficiones de escritora, publicó un libro de cuentos que contiene algunas experiencias que ha presenciado o vivido a lo largo de su vida. Tiene varias obras en colecciones privadas, en Colombia, Costa Rica, EE.UU., Inglaterra e Israel.

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