Una mochila llena de odios y rencores. ¡Qué pesado y cuanto lugar ocupa! Hablamos en forma general y particular ya que cada persona tiene una historia para contar. Algunas son más duras que las otras pero ninguna es una tarta de zarzamora. Cada quién ha tenido momentos duros que han producido una marca en quien las vive y muchas veces hasta la siguiente generación. Desde luego, hay grandes diferencias pero nadie ha salido sin un rasguño; pienso en quienes han sobrevivido guerras y persecuciones con las consecuencias que esto implica. Pienso en aquellos que tuvieron que huir y dejar todas sus pertenencias para salvar el pellejo; se necesita una gran fuerza interior para no enloquecer y contagiar a quienes están cerca. Pienso que es importante aprender a viajar ligero por la vida.
Hay heridas que no sanan tan rápidamente como otras y algunos que las han vivido tienen como regla no permitir que desaparezcan. Esa forma de lealtad se puede guardar por muchos años y dañan profundamente a quienes participan de ello. Ramón fue un hombre de buena posición económica y social, tuvo que huir de Alemania en 1938: ahora era un hombre roto, amargado y con una gran depresión en el alma. Había luchado para salvarse y salvar a su familia, traicionado a varios de sus parientes que confiaron en él; habría hecho cosas peores si la oportunidad su hubiese presentado.
Su esposa, Leonor, nunca preguntó como había conseguido las grandes sumas de dinero necesarias para escapar de Europa en momentos tan trágicos como los que habían vivido; siempre tenía la cara húmeda y estaba vacía, parecía preocupada y en otro mundo, escuchaba voces que nadie más oía; solo hablaba con voz alegre cuando hablaba con los muertos, con la familia que dejó atrás. Estaba ausente e indiferente y adquiría alguna fuerza cuando advertía a su hija de los peligros a los que estaba expuesta. Peligros que fueron reales allá y entonces pero que en el lugar y momento donde vivían quedaban fuera de realidad; estaba tan dependiente de su marido que no pudo ver con sus propios ojos.
Clara, la hija, que llegó a este país a los 3 años de edad tuvo que sufrir mucho. Vivió como animalito apartado de los demás compañeros porque su padre no le permitía convivir con ellos, “porque lo único que perseguían era su fin” Palabras que Clarita no entendía pero las metió en su mente como si fueran el único camino que existía en la vida.
No sabía quien era ni de donde venía, tema prohibido en su casa, pero sabía que tenía que esconderse de los demás para que no la dañaran. Su padre que nunca pudo recuperarse, la sometió desde pequeña a su pobre y triste manera de ver el mundo. Era propensa a la melancolía y testaruda; su corazón estaba lleno de miedos y no había lugar para la alegría. Tuvo que huir de la casa paterna demasiado joven para tomar un camino menos tortuoso que aquel en el que le tocó nacer.
Cuando Clara tuvo su primer hijo, con frecuencia estaba contenta de que su padre al cual aborrecía, no hubiera conocido a su nieto. De que no pudiera verter palabras venenosas en los oídos del niño; el precio de eso fue que ese niño no conocía su pasado ni tenía referencias conscientes de su origen. Esto hacía que tanto Clara como su hijo estuvieran colgados del aire ya que sabían poco o nada de su pasado. Tema prohibido en la casa paterna.
El terror en el que había nacido y vivido durante sus primeros años estaba oculto dentro de su alma pero no había reflexionado sobre esas vivencias y todo había quedado enterrado pero haciendo daño. Por mucho que te disfrazas de alguien diferente hay cosas internas ocultas que no podemos esconder y saltan al primer rasguño. Hay que desenterrar algunas vivencias para poderlas tirar por la borda.
Todos tenemos cosas guardadas en el alma y en el corazón que hemos heredado sin embargo muchos si logran ponerlas de lado y devolverlas al momento o a la persona que le ha tocado esa suerte. Tiene que haber claridad entre lo que fue y lo que es. No embarrar el presente con un pasado, triste y doloroso, al cual hay que respetar y saber colocar en el lugar que le corresponde. El cajón del los malos recuerdos. Desde luego marcando una diferencia entre el pasado y el presente cuando los años han pasado.
Mercedes, David y Rogelio habían presenciado cuando pequeños la muerte de sus padres y madres a manos de los soldados. Lo que unió a este pequeño grupo fue un destino compartido y el afán de vengarse pero tardaron 50 años en encontrar rastros de los asesinos. Todo este tiempo vivieron con una sed de venganza, lógica, justificada pero el espacio ocupado por ese sentimiento no permitió que otros ocuparan ese lugar; había demasiada tristeza y desesperación.
Cuando pudieron vengarse, entendieron que habían dedicado su vida a esa venganza y no tenían claro si había valido la pena ya que no les devolvió lo que habían perdido. Reconocieron que habían vivido demasiados años pendientes de una venganza justa pero que no les había traído el consuelo que buscaban desde que eran pequeños. Vivieron atrapados con una idea y no se permitieron ver otra forma de vida que incluyera ese dolor y también dejara espacio para la alegría. Cuando perdonamos y tratamos de olvidar, no le hacemos ningún favor al otro sino que nos lo hacemos a nosotros mismos; dejamos una carga que nos tiene atrapados y no da espacio para otras vivencias.
Me ha tocado ver hijos que están tan enojados con sus padres que no se dan cuenta el tiempo va pasando y que ellos se han hecho viejos o están enfermos; tienen la vista nublada y ese enojo que han cargado por muchos años son los lentes a través de los cuales ven. Los que logran desprenderse de las ataduras del pasado disfrutan de un presente sin tantos enojos y dan cabida a una mayor número de alegrías. Hay que aprender a disfrutar las alegrías sin culpas cuando estas se presentan.
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