Los pasados 22 al 25 de junio de 2014 se celebró en Jerusalén una Cumbre de la Prensa Judía, promovida por el gobierno de Israel a través de su Departamento de Prensa y con la colaboración de los Ministerios de Exteriores, Turismo y Diásporas (adjunto al de Economía). En total, asistieron unos 140 invitados de todo el mundo. El programa contó con invitados de primerísima línea, entre ellos el presidente del país Shimón Peres, su Primer Ministro Biniamín Netanyahu, el Ministro de Economía Naftali Bennett e incluso (fuera de lo anunciado) el presidente electo Reuvén Rivlin. Ello supuestamente dotó a la cumbre del máximo nivel. Y escribo supuestamente ya que hubo algunos fallos importantes que deslucieron el encuentro.
El primero y más importante fue que todas las charlas, debates, mesas redondas y preguntas se desarrollaron única y exclusivamente en inglés, sin traducción, lo que produjo desconcierto y algunas protestas entre muchos periodistas, especialmente de los procedentes de países francófonos e hispano-parlantes. A pesar de las quejas, la organización no pudo (ni aparentemente intentó) solventar este importante escollo comunicativo, lo que llama particularmente la atención siendo el anfitrión un país cuya población se distingue por su pluralidad lingüística.
Sin embargo, este tipo de cumbres suelen ser más interesantes por lo que sucede entre bastidores que por lo que sube al escenario, y así, por ejemplo, de forma natural surgieron lazos y contactos entre los representantes de los medios en castellano que allí estuvimos: de Argentina, Chile, México, Costa Rica y España, aparte de los de lenguas cercanas, como los de Brasil e Italia. No fueron los únicos: en muchos casos también intercambiamos datos de contacto con periodistas francófonos de Francia y Canadá, y anglófonos de Estados Unidos y Reino Unido, además de otros países como Rusia, Ucrania, Grecia o Dinamarca.
La organización basó la participación de los asistentes en algunos paneles en los anglófonos casi exclusivamente: del medio centenar de conferenciantes a los que escuchamos apenas uno era francés y otro portugués, aunque tuvieron que exponer sus posturas únicamente en la lengua de Shakespeare. E incluso en la ronda de preguntas lo más habitual fue que dieran paso casi exclusivamente a los periodistas en aquella lengua, lo que nos hizo sentir a los demás bastante desplazados. Y no siempre el problema era la barrera idiomática, ya que muchos de nosotros sí comprendemos y hablamos el inglés (y el hebreo, que hubiera sido una interesante opción), pero mi sensación es que el concepto de la diáspora en Israel cada vez más se acerca a un monopolio de aquellos asentados en Estados Unidos. Pareciera que el resto de las comunidades no importásemos en la misma medida.
En varios discursos oficiales se reiteró la reciente aprobación por parte del gobierno israelí de un presupuesto dedicado a invertir en la identidad de las diásporas, aunque el propio ministro Bennett a cargo de ese tema reconoció que no había aún ningún plan sobre cómo llevar a cabo ese cambio y, nuevamente, parece que la misión será nuevamente un desarrollo “a la americana” para responder al creciente problema de la asimilación de los jóvenes judíos de aquel país, sin vínculos emotivos al Estado de Israel. Por ninguna parte he oído, por ejemplo, que se vaya a potenciar el rescate de los valores culturales e históricos acumulados por nuestras comunidades durante decenas, cientos o miles de años (como en el caso de España).
La idea en sí de una cumbre como esta es maravillosa, siempre que no se utilice como un instrumento para amplificar políticas internas. Esperaba que no sólo nos hablasen sino que también nos escucharan, pero ese espacio no existió. Pero no fue, de ninguna manera, un esfuerzo vano, ya que lo principal son las conclusiones que deberían derivarse para seguir adelante y organizar nuevos encuentros. Mi primera recomendación es actuar a diferentes niveles, organizando una próxima cumbre (no dentro de mucho) para medios que comparten un paisaje cultural, lingüístico y político semejante, por ejemplo, de Latinoamérica y la Península Ibérica, a los que sumaría medios judíos en español de EE.UU. e Israel, mucho más abiertos que en esta ocasión al debate interno y con encuentros no sólo con representantes del gobierno israelí, sino también con dirigentes de organizaciones en la diáspora.
Hablando con los colegas quedó patente la similitud de muchas de nuestras problemáticas de comunicación y la diferencia con los planteamientos de otras regiones: por ejemplo, el tratamiento que el conflicto de Oriente Próximo recibe en la prensa y mass media de nuestros países de origen. O, en otro orden de cosas, el alcance de nuestra percepción: por ejemplo, me resultó llamativo que un medio de Estados Unidos se vanagloriara de pensar las noticias más allá de las necesidades de la comunidad local, de su propia ciudad, cuando desde un medio tan modesto y una comunidad judía tan exigua como la de España la premisa básica de RadioSefarad.com siempre ha sido no sólo cubrir las necesidades y responder a las inquietudes de todo el país, sino de todo el mundo, incluidos los no judíos que se interesan por nuestra gente, religión y cultura, con la única condición de que puedan entender la lengua con que se lo decimos.
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