Una reivindicación de la política. Entrevista con José Woldenberg

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En nuestro país nos encontramos en una época en la que partidos políticos y sus candidatos despliegan una propaganda intensa en pos de los cargos de representación, mientras que buena parte de la ciudadanía parece estar inmersa en un discurso antipolítico y en una falta de organización que terminan por debilitar a nuestra democracia.

Justamente este es un momento privilegiado en el que resulta más que pertinente hacer un llamado a una recuperación de la política como portadora de un sentido de vida. En esta dirección, en varios de los artículos que ha reunido en su libro más reciente, Nobleza obliga, José Woldenberg hace esa convocatoria en textos en los que rinde homenaje a autores, personajes, libros, películas y obras de teatro.


Sobre ese volumen sostuvimos una charla con Woldenberg (Monterrey, 1952), quien es maestro en Estudios Latinoamericanos y doctor en Ciencia Política por la UNAM, institución de la cual también es profesor. Fundador del sindicato de trabajadores de la UNAM, fue presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática y Consejero Presidente del Instituto Federal Electoral y director de Nexos. Autor de al menos una decena de libros, en 2004 recibió el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de Periodismo de investigación.

ARM: ¿Cuál es la razón de publicar esta recopilación de artículos sobre diferentes personajes, lecturas, películas y obras de teatro?

JW: Bueno, este es un libro que se fue haciendo sin pensar que iba a serlo. Lo que rescataNobleza obliga es una serie de artículos que publiqué en el diario Reformay algunos otros que aparecieron en otras revistas, como la Revista de la Universidad, Configuraciones y alguna otra. Me di cuenta de que todos estos artículos tenían una especie de hilo conductor: eran agradecimientos o reconocimientos a personas, a trayectorias, a libros, a películas que de alguna manera me habían marcado. En un ambiente tan marcado por la mezquindad, pues quise reunir estos textos, que no son más que homenajes, muchos de ellos forjados al bote pronto. Esa es la idea del libro.

ARM: Hay algunos temas que se abordan a lo largo del libro, como lo es el de la reivindicación de la pluralidad, la que se reconoce, por ejemplo, en los artículos sobre Arturo Warman y los indígenas, acerca de Carlos Castillo Peraza y los partidos políticos, así como los dedicados a Gilberto Guevara Niebla y el movimiento estudiantil de 1968 y a Carlos Pereyra y la tradición interna de la izquierda. ¿Cómo ha evolucionado la idea de la pluralidad en la vida política del país? Porque a veces tienden a polarizarse los temas de ella y parece que se cierra la pluralidad.

JW: Yo veo, por el contrario, que la pluralidad sigue asentándose en nuestro país en el terreno político, y que ningún exorcista va a poder difuminarla. Es más, si uno piensa en los discursos dominantes en los años setenta, por ejemplo, pues eran muy poco pluralistas: desde el gobierno había un discurso en donde existía una fuerza hegemónica que se legitimaba con la Revolución y que, si bien reconocía la existencia de otras expresiones ideológicas, no aceptaba que éstas eventualmente pudieran gobernar al país: también creo que desde la izquierda había un discurso revolucionario en el cual una clase o un partido eran la encarnación de todas las virtudes y el resto no eran más que manifestaciones del mal, digámoslo así.

Yo veo que hoy, por el contrario, en el terreno político no hay corriente intelectual, partido político o analista que no reconozca que la sociedad mexicana es una donde coexisten distintos diagnósticos, ideologías, sensibilidades, puntos de vista, gustos, etcétera, y que eso es parte de la riqueza de la sociedad, y que sería un despropósito querer homogeneizar algo que por sus propias características es plural, diverso y complejo.
En ese sentido, yo creo que el pluralismo goza de buena salud, aunque en otro terreno también hay que aceptar que también hay ciudadanos que no se reconocen en los partidos políticos existentes. Eso es cierto, pero, también a diferencia de los años setenta, no creo que hoy exista una corriente política-ideológica significativa en México que esté excluida del mundo institucional.

ARM: Usted se ha definido políticamente como de izquierda democrática; pero en el libro reivindica personajes, ideas y prácticas que en México son reconocidas como de derecha. Aquí están, por ejemplo, Carlos Castillo Peraza y Luis H. Álvarez. ¿Qué puede recuperar la izquierda de la derecha? Me queda, por ejemplo, la idea del reconocimiento de la pluralidad y la de la política como “el arte de lo posible”.

JW: Bueno, yo creo que en el proceso democratizador que vivió México hubo contribuciones muy importantes de la izquierda, pero también de la derecha, por la naturaleza misma de la causa democrática. Ésta implica la construcción de un escenario para que la pluralidad política e ideológica que existe en un país pueda expresarse, recrearse, competir y convivir de manera institucional y pacífica, y, por supuesto, yo creo que en esa dirección los aportes de personas como Luis H. Álvarez o Castillo Peraza para mí son prácticamente indiscutibles.

Yo creo que luego de la coyuntura electoral de 1988 ambos entendieron bien que lo que estaba maduro en México era la construcción de un sistema democrático, sin estar apostando al desplome de lo existente. Es decir, el PRIy el gobierno ya no podían seguir gobernando como lo habían hecho en las últimas décadas, pero tampoco estaba en la orden del día un posible desplome de todo eso. Entonces, creo que comprendieron bien que a partir de una serie de reformas sucesivas se podían ir remodelando las normas y las instituciones; por ejemplo, en materia electoral, para que el resto lo hiciera la gente votando.

No creo que en el proceso de transición democrática mexicana una sola fuerza, menos una sola persona, pueda arrogarse para sí misma todos los méritos, en primer lugar porque fue un proceso relativamente largo (unos 20 años) y porque allí hubo contribuciones de izquierdas y derechas, e incluso desde el propio gobierno. No nos olvidemos que reformas como las de 1994-1996 fueron aprobadas por los legisladores del PRI, del PAN y del PRD.

ARM: Usted observa muy positivamente el intercambio, la aceptación y la contaminación entre diversas tradiciones políticas e intelectuales para entender la realidad: por ejemplo, usted lo postula en ensayos como el dedicado a Leszek Kolakowski o en el señalamiento de sus divergencias con Enrique Krauze acerca del liberalismo. En este sentido, ¿en el panorama intelectual mexicano ha sido exitoso este intercambio?

JW: Yo creo que sí. Es probable que estas influencias no aparezcan en un todo armónico; pero, para decirlo de otra manera, las tradiciones republicana, liberal y socialista están muy imbricadas. De la primera se rescata todo el entramado de organización política; de la segunda, los derechos individuales, y de la socialista los derechos sociales y la aspiración de igualdad.

Pienso, incluso, que quizá la corriente política que en el mundo mejor supo conjugar estas tradiciones sea la de la socialdemocracia europea, que se ha hecho cargo de los dos valores fundamentales de la modernidad, que son la libertad y la igualdad. Si solamente se pone el acento en la libertad, pues se reproducen todas las desigualdades, y como decía un gran liberal como Isaiah Berlin, es la libertad que tiene el lobo para comerse a las gallinas. Del otro lado, solamente subrayar la necesidad de la equidad o de la igualdad social sin tratar de preservar lo que son derechos individuales, pues también hemos visto en que acaba; esto no es especulativo: pensemos en la Unión Soviética, en sus países satélite, en Cuba o Corea del Norte.

Entonces, y hasta donde yo alcanzo a ver, a mí me gustaría para México precisamente una izquierda socialdemócrata que supiera conjugar estas dos grandes tradiciones: la que defiende la libertad y la que defiende la igualdad. Ahora bien, son valores que están en una cierta tensión, y que no siempre ni en todo momento pueden ser conjugables, pero como aspiración y como horizonte, creo que eso debería ser el núcleo fundamental de una izquierda moderna, tolerante, democrática, abierta.

ARM: ¿Cómo ha vinculado su aprendizaje digamos teórico, de libros, obras de teatro, películas, en las aulas, con su experiencia en la acción política y el servicio público?

JW: Considero que las actividades política y académica, e incluso de funcionario público, no tienen por qué no tener puentes de contacto sino todo lo contrario; yo soy de la idea de que una actividad política sin un cierto horizonte cultural tiende a secarse y a perder significación.
En ese sentido, de manera relativamente natural, incluso cuando fui funcionario público en ningún momento pues dejé de leer sobre otros asuntos, de ver cine, de ir al teatro. Es decir, lo que he intentado, más por gusto que por otra cosa, es no circunscribirme a una sola área del conocimiento, porque creo que eso angosta la visión general de las cosas.

Entonces, este libro recoge, de alguna manera, esa polución, esas ganas de, aun estando en el servicio público, no desprenderse de la literatura, del teatro, del cine, de las artes plásticas, etcétera.

ARM: Uno de los artículos que me llamó más la atención por los paralelos trazados con la situación política mexicana, por supuesto con sus especificidades, es el dedicado a Norbert Lechner, especialmente la parte donde habla de la polarización que hubo en Chile antes del golpe de Estado. En México ha habido una cierta polarización desde 2006. ¿Cuál es la responsabilidad que han tenido los intelectuales y los académicos en esta polarización?

JW: Precisamente yo recuerdo a Norbert Lechner y sus textos porque él se preguntaba, como una gente cercana a la Unidad Popular, como un académico de mucho prestigio en Chile, qué habían hecho mal ellos; es decir, él asumía que la responsabilidad fundamental del golpe era de Augusto Pinochet y de los militares, pero la pregunta pertinente para él (y para mí también) es: “¿Qué hemos hecho mal nosotros?”. Porque la única variable que una persona, un partido o una organización puede controlar es su propia conducta, no la del resto.

Él hace una reflexión que a mí me parece muy pertinente no sólo para Chile sino en general: decía que cuando la academia se alinea acríticamente con las diferentes posiciones políticas, le hace un mal favor a la academia y también a la política, porque la academia lo que hace es repetir el discurso que está en el escenario público, y a éste desde la academia no se le aportan nuevas visiones, matices, puntos de vista o insumos.

Yo creo que Lechner tiene toda la razón: la academia no es sinónimo de política, y puede acabar desvirtuándose, más que a través de la hiperpolitización, cuando pierde sus resortes críticos en relación a la política. Él decía: “Bueno, los intelectuales de aquel entonces quizá hubiéramos podido generar otras condiciones no tan polarizadas”.

México no vive, ni de lejos, una situación similar a la de Chile, pero en efecto en la polarización que se vivió luego de las elecciones de 2006 pues hubo quien se plegó de manera acrítica a las diferentes posiciones, y yo creo que el mundo intelectual está obligado a hacer un favor a los ámbitos intelectual y de la política precisamente pensando la complejidad de situaciones como esas, no solamente reproduciendo la versión de uno solo de los contendientes. Por eso está en el libro Lechner, y también porque, por desgracia, ya murió; yo lo conocí aquí, en México: vino, dio clases en Flacso, y en su momento sus textos fueron muy leídos y muy comentados, venturosamente.

ARM: Quiero seguir un poco sobre lo que dice Lechner en el sentido de que en México existe un discurso antipolítico que ha permeado a vastos sectores de la población; lo que planteaba él era justamente lo contrario: una reivindicación de la política pero entendida como un trabajo cultural, uno de cuyos sentidos sería darle un sentido de pertenencia a una comunidad política, a un sujeto colectivo. ¿Cómo se puede hacer esa labor en nuestro país cuando justamente priva el discurso antipolítico que es repetido incluso por los propios políticos?

JW: El resorte antipolítico está allí: basta ir a un restaurante o a una cantina, o subirse a un taxi o a un camión, hablar con los amigos y con los familiares, o leer las encuestas para darse cuenta que franjas muy grandes de la población, e incluso quienes dicen que quieren vivir en democracia, tienen un enorme desprecio por los políticos, por los partidos y por los parlamentos. Tenemos allí un problema de concepción: no hemos asimilado con claridad lo que es y para qué sirve la democracia y cuáles son sus instrumentos.

Como Lechner se daba cuenta de este deterioro, de este malestar con la política, lo que postulaba era una política con un horizonte más amplio, que no solamente ofreciera un sentido de pertenencia a quienes la hacen sino un sentido de vida. Él hablaba de la necesidad de reconstruir los mapas mentales que le dan significado a las cosas y a los acontecimientos, y eso, que la política en algún momento dio, parece que se está erosionando.

Creo que allí hay un gran tema; no sé que tanto los partidos políticos sean conscientes del asunto, y qué tanto hagan para remontar esa situación, pero considero que es su obligación intentar dotar de sentido a la actividad política, cosa que no se hace solamente con ofertas y más ofertas, que además requerirían también ser sustentadas con un diagnóstico y un cómo se va a hacer para remontar la situación. Para decirlo de otra manera: en México hay problemas muy profundos, y nadie tiene una varita mágica para solucionarlos, pero se supone que la política, la buena política, puede empezar a atenderlos y eventualmente a superarlos.
Eso es volver a cargar de significado y de sentido a la actividad política.

ARM: En ese sentido, ¿cómo puede la sociedad, a través de su propia organización, contribuir a esta construcción de la política?

JW: La política no debe estar solamente en manos de los partidos; pero yo sigo viendo que la sociedad civil mexicana es una muy débil, muy fragmentada y muy desigual. Trato de decir algunas palabras para que no sean adjetivos nada más tirados así.

Muy débil: la inmensa mayoría de los mexicanos no estamos agrupados en ningún tipo de organización, y sociedad civil es la que está organizada. También es muy desigual: hay grupos de poder organizados, con diagnósticos, con propuestas, con capacidad de gestión, de cabildeo que pesan mucho, y también hay muchos que no pesan casi nada.

Yo creo que entre más densa sea la sociedad civil en el sentido de cada vez más organizada, con sus propias reivindicaciones, diagnósticos y propuestas, la vida política se vuelve más rica, e incluso la exigencia hacia los políticos se vuelve superior. En cambio, una sociedad civil débil, escasamente organizada, polarizada, desigual no logra generar ese contexto de exigencia en los partidos políticos. Yo creo que ese es un tema mayor.

Para decirlo en una frase: si los partidos políticos y sus candidatos tienen alrededor una sociedad civil fuerte organizada, diversificada, con planteamientos, la exigencia hacia ellos es mayor; si, por el contrario, en el entorno de los partidos lo que existe es una sociedad civil débil, a veces hasta famélica, pues sus grados de libertad son mayores.

Entonces, creo que la sociedades democráticas más fuertes son las que, precisamente, tienen una trama de organización más vasta y más fuerte.

ARM: En el ensayo sobre Octavio Paz me llamaron la atención sus discrepancias en el asunto de la creación del sindicato de trabajadores de la UNAM y con aquel célebre discurso de Fráncfort en 1984. Dice también que la izquierda tuvo en Paz una “conciencia crítica incómoda pero productiva”. ¿Para usted, cuáles fueron las principales herencias críticas que dejó Paz a la izquierda?

JW: Pienso que Paz estuvo siempre en diálogo y polémica con la izquierda, y que para ésta fue uno de los referentes más importantes con los que contó. Simple y sencillamente no se le podía dar la espalda, porque los suyos eran planteamientos no solamente pertinentes sino muy agudos. Creo que lo fundamental de él, por lo menos a partir de 1969 en adelante, desde Posdata, fue que puso insistencia en que la salida de México en materia política era la salida democrática. En esto no cabe duda que Paz tuvo totalmente la razón; yo acabo ese ensayo con un listado de lo que creo que Paz le pedía a la izquierda: que fuera una izquierda laica, republicana, democrática, ilustrada, etcétera, y creo que en todo ese terreno él tenía razón.

También tomo algunos episodios menores, como el de la huelga de 1977 en la UNAM, en donde sí pienso que en sus artículos (que luego fueron recuperados en El ogro filantrópico), Paz hacía suyo, en buena medida, el discurso de las autoridades universitarias: nos atribuía a los sindicalistas algunos objetivos que la verdad no teníamos, como lo era el objetivo de apoderarse de la academia. Cualquiera que lea el proyecto de contrato colectivo de aquel entonces se dará cuenta que había una clara distinción entre lo laboral y lo académico. Pero bueno, es un asunto que, visto en retrospectiva, es bastante menor.

ARM: Otro tema que traviesa el libro es el de la violencia, que aparece en sus artículos sobre Hans Magnus Enzensberger, Hamlet, Albert Camus y Ludwik Margules. ¿Cómo observa usted hoy las posibilidades de violencia política en nuestro país?

JW: Pues la violencia está presente, por desgracia; pero no es la violencia de carácter político sino delincuencial, y ha generado una espiral muy ominosa, porque buena parte de la vida en sociedad en México por desgracia transcurre en medio de la violencia y con la sombra de la violencia. Por supuesto, esto tiene un carácter disruptivo muy grande.

Pero yo no veo en el terreno de la política posibilidades de surgimiento de movimientos armados, primero por la causa positiva: hoy existen condiciones para hacer política pública y pacífica, por un lado; pero, por otro lado, paradójicamente, porque hoy la violencia está absolutamente ligada a bandas delincuenciales.

ARM: Esta actividad delictiva, ¿qué efectos políticos ha tenido en la política?

JW: Yo digo que esta violencia no solamente ha impactado la vida política sino la vida toda, aunque también hay que señalar que, por ejemplo, en materia electoral todas las jornadas han transcurrido bien; menciono esto para tratar de poner los platos de la balanza.

Lo que quiero decir es lo siguiente: este tipo de violencia no es un problema que competa sólo a la política sino a la vida en sociedad, y que ojalá podamos remontar.

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