Universalismo racionalista versus nacionalismo judío

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Nuestro tiempo, dice Isaiah Berlín (1909 -1997), ha asistido al conflicto de dos puntos de vista irreconciliables. Por un lado el racionalismo universalista, en cuanto cree que las verdades matemáticas, los valores morales y estéticos conforman una armonía perfecta, conformando una realidad eterna que se ciñe a todos los hombres. Auguste Comte, por ejemplo, se preguntó ¿por qué si la libertad de opinión no es aceptada en matemáticas si tendríamos que aceptarla en moral o en política? escandalizando por ello a J. Stuart Mill y a otros liberales. La razón por la que todos aún no han reconocido estas verdades universales es por falta de capacidad moral, intelectual o material. Esa especie de culto a la unicidad, dice el pensador judío nacido en Letonia, es la base del platonismo y de buena parte del pensamiento posterior, tanto judaico como cristiano, y no lo fue menos en el Renacimiento y la Ilustración.

También el mundo medieval católico al tratar de imponer los valores cristianos era universalista pero la revuelta en contra de la autoridad papal que produjeron los reformistas del siglo XVI (entre ellos, particularmente a los juristas protestantes) llevaron a proclamar que las diferencias entre condiciones culturales diversas tenían igual importancia, si no que más, que sus semejanzas. No obstante, el modelo francés y católico se impuso a través de victorias militares. Los ejércitos de Richelieu y de Luis XIV aplastaron y humillaron a gran parte de la población alemana, sofocando el desarrollo natural de la nueva cultura del renacimiento protestante en el norte. Un siglo más tarde, los alemanes se rebelaron en contra del usufructo francés del campo de la cultura, el arte y la filosofía, y se vengaron lanzando un contraataque de lo individual, lo nacional y lo histórico en contra de lo universal y lo eterno.

Posteriormente vino la Revolución Francesa con la consiguiente imposición universalista y autoritaria de la razón. Entonces contra el nuevo universalismo racionalista renació la concepción predominantemente germánica, o en todo caso nórdica, que quizás pueda ser rastreada aún más atrás en las nómadas tribus teutónicas que llevaron sus costumbres de oriente a occidente y de norte a sur, desconociendo el derecho universal del Imperio Romano y la Iglesia Romana e impusieron su propia tribal consuetudines por encima del jus Pentium.


Los románticos alemanes, de inclinación religiosa y metafísica lucharon contra la ideología racionalista a la que consideraban errónea tanto en su interpretación de la historia como en su visión mecanicista de la naturaleza del hombre y la sociedad.

Las fuerzas irracionales se colocaron entonces por encima de las racionales, dado que lo que no puede ser criticado o es inapelable resulta más atractivo que lo que la razón puede analizar. Las fuentes oscuras y profundas del arte, la religión y el nacionalismo, precisamente porque son oscuras, resisten el examen distanciado y se desvanecen bajo el análisis intelectual, son veneradas y adoradas como trascendentes, inviolables y absolutas. En el caso de las naciones, este rechazo de la noción de valores universalmente válidos tendió a veces a inspirar el nacionalismo y el chauvinismo agresivo, así como la glorificación inflexible de la autoafirmación individual o colectiva.

Entonces, hijo del romanticismo irracional es el nacionalismo. Este no es la conciencia de la realidad del carácter nacional, ni un orgullo de pertenencia. Es la creencia en la misión exclusiva de una nación por ser intrínsecamente superior a las metas o atributos de todo lo que se halla fuera de ella. De modo que si existe un conflicto entre mi país y otros hombres, estoy obligado a luchar por mi país sin importar el costo que pueda significar para ellos si se resisten. No podría yo esperar otra cosa de seres que han crecido en una cultura inferior, que descienden y han sido educados por personas inferiores que, ex hipótesis, no pueden entender los ideales que nos animan a mí y a mi nación.

El romanticismo vanagloria la cultura del mártir, aun enemigo. De igual modo, que en mis relaciones con los demás tengo un ideal al cual consagro mi vida, el enemigo tiene otro. Si esos ideales entran en conflicto, es incomparablemente preferible que peleemos a que tengamos que transigir cualquiera de nuestras creencias. Surge entonces el respeto del otro en la lucha por sus ideales, a pesar de que estas creencias nos parezcan detestables. Lo que si se aborrece es cualquier forma de compromiso, reconciliación o intento de evadir la responsabilidad con el verdadero ser. Esto conduce a la concepción del enemigo noble inmensamente superior al filisteo pacífico y benevolente o al enemigo cobarde. Decir que un hombre es un idealista es decir que, aunque sus metas puedan parecernos absurdas o incluso repulsivas, si su conducta es desinteresada y está dispuesto a sacrificarse por un principio y en contra de sus obvios intereses materiales, es merecedor de un profundo respeto. Esta es una actitud totalmente moderna y la acompaña el alto valor conferido a los mártires y a las minorías.

Después de 1914, se pregunta Isaiah Berlin, asi como después de Hitler y Nasser y del despertar de Africa y también luego de otros acontecimientos menos esperados como el surgimiento del Estado de Israel, ¿que observador coherente podría seguir sosteniendo la antigua tesis de que el nacionalismo es una consecuencia lateral del ascenso del capitalismo y que decaerá cuando lo mismo le acontezca a este?

Este compilador se pregunta, parafraseando a la inversa, los argumentos del pensador israelí A B Yehoshua quien sostuvo que los judíos diaspóricos somos solamente medio-judíos, si por el contrario, el judaísmo universalista es compatible con el nacionalismo israelí, pues si no lo es, entonces serán los judíos nacionalistas del moderno estado quienes serán acaso judíos contradictorios pese a ser meritorios ciudadanos de su estado-nación.

Bibliografía: Arbol que crece torcido, Editorial Vuelta, México, 1992.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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