En tiempos tan revueltos como éstos, en épocas tan propensas al desprecio y la rabia, todavía duele más percatarse de que ciertas conductas que creíamos ajenas a nosotros, los judíos, tales como el odio abierto a otras tradiciones religiosas que, simplemente, el Talmud despacha con un avodá zará, tarea extraña o ajena, polo negativo del positivo avodá kedushá, labor santa expresada en el estudio y los rezos, algunos idiotas malvados se dediquen a pintar insultos en templos y santuarios cristianos de Israel. Esos energúmenos ignoran que hace menos de setenta años y en Alemania se pintaban atrocidades en los domicilios y tiendas judías, y que ese fue el triste precedente de males aún mayores. Desconocen que la creencia ajena, así difiera de la nuestra, es tan santa como la que observamos nosotros. Escribir que ´´Jesús es un mono´´ es una vergüenza ya que aunque no nos guste el personaje y pensemos que en su nombre hemos sufrido lo indecible, eso no es motivo para insultar a sus seguidores y custodios.
Justamente somos nosotros los que debemos dar lecciones de tolerancia, pues de intolerancias tenemos la memoria repleta. Israel debe perseguir, apresar y juzgar con mano de hierro a los culpables de tales atrocidades. Es una pena que la labor esclarecedora que en ambientes académicos israelíes iniciaran intelectuales como Joseph Klausner y David Flusser, publicando libros que rescataban al Jesús judío y hasta observante, se vea desbaratada por gentes de mal gusto cuyas pintadas nos deshonran a todos. Qué culpa tiene el pobre y lírico rabí judío del siglo I si sus seguidores se encarnizaron con el pueblo del cual surgió. No es así como demostramos que tenemos un mensaje válido que comunicar al mundo, no es así como los judíos mantenemos en alto la bandera de la ética y la claridad mental. El rabino Kook solía decir que el mal no se combate con la misma dosis de bien sino con una dosis doble, y eso mismo había dicho Jesús de la otra mejilla. Que el origen de tales pintadas haya que buscarlo entre los jóvenes religiosos de los asentamientos, todavía duele más, considerando que entre ellos están, hoy por hoy, los más fervorosos amantes de Israel, quienes creen que la tierra de nuestros antepasados nos sustenta, define y alimenta más allá de sus nutrientes materiales.
Hay un rasgo de insoportable cobardía en quienes insultan en la oscuridad porque no se atreven hacerlo a la luz del día.
Por más que los israelíes se empeñen en ello, las huellas del cristianismo y el islamismo no desaparecerán así como así de Tierra Santa. Tenemos que aprender a convivir y servir de modelo en una región en la que nuestros vecinos dan rienda suelta a su odio año tras año. Tenemos que seguir siendo una ´´luz para los pueblos´´, como quiere el profeta, lo cual excluye de nuestra conducta la maldad y cualquier clase de odio. Es probable que Israel tarde en erradicar de su seno esos elementos, pero no cabe duda que acabará por hacerlo. Su elevado destino depende de ello.