Para la italiana e integrante de Madres de Plaza de Mayo, Vera Jarach, los dichos del ahora ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, cuando habló con ironía de los denominados ‘vuelos de la muerte’, le produjeron “una gran tristeza” porque su hija Franca, “seguramente, tuvo ese destino ya que en el último lugar donde se la vio con vida fue en la ESMA”, la entonces Escuela de Mecánica de la Armada desde donde los jóvenes secuestrados por la dictadura argentina eran transportados dormidos en un vuelo sobre el Río de la Plata, adonde eran tirados desde aviones con peso en sus pies para hundirse en esas aguas profundas.
Vera Vigevani de Jarach recuerda que las aseveraciones de Berlusconi fueron “particularmente conmocionantes para los familiares de desaparecidos, y en particular para los de origen italiano” cuando, desde Cerdeña, en un acto de campaña manifestó que intentaban hacerlo parecer “como aquel dictador argentino que mataba a sus opositores llevándolos en avión con una pelota, después abrían la portezuela, toma la pelota y dice: Hay un lindo día afuera, por qué no van a jugar un poco”.
Franca Jarach
Para Jarach, también integrante de la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina y de la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos en Argentina, “la primera reacción fue de incredulidad y de sentirnos ofendidos e indignados porque no se puede bromear con ciertos temas”.
Vera lleva consigo un dolor múltiple porque a sus 10 años, en 1939, junto a su familia se vio forzada a salir de Italia pocos meses después del dictado de las leyes raciales hitlerianas.
“Me echaron del colegio y con mi familia fuimos de la Argentina, que nos abrió las puertas”, recuerda y agrega que, sin embargo, no todos tuvimos la misma suerte.
“Algunos fueron deportados. Mi abuelo paterno, por ejemplo, el veneciano Ettore Camerino, creyó que no iba a suceder nada y decidió quedarse”, pero “en 1943 fue deportado a Polonia y falleció en Auschwitz”.
Para ella los dichos de Berlusconi le traen al presente que así como no tiene tumba dónde recordar a algunos de sus antepasados, “muchos años después se produjo un destino análogo, y a pocos meses de iniciada la dictadura desapareció mi hija Franca”, de quien la dictadura también le negó una tumba.
Franca cursó el secundario en el Nacional Buenos Aires, militó en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y luego de una asamblea quedó libre por unas amonestaciones que le impusieron.
Cuenta que quisieron reincorporarla pero como se sintió ofendida por la conducta de los directores, decidió no finalizar sus estudios en esa escuela. Así fue que comenzó a concurrir a un taller de técnicas vinculadas a la industria gráfica donde se vinculó a personas relacionadas con la tarea sindical.
En la tarde del 25 de junio de 1976 -tres meses después de iniciarse el gobierno de facto- a Franca se la vio por última vez en libertad mientras tomaba un café en un bar Exedra, junto a unos amigos.
“Nunca supe bien cómo la detuvieron”, cuenta Vera quien removió cielo y tierra para dar con el paradero de su hija. Incluso llegó a reunirse en dos oportunidades con el entonces presidente italiano Sandro Pertini y el Papa Juan Pablo II.
Gracias a su búsqueda infatigable, “unos antropólogos forenses me contactaron con una mujer que había estado secuestrada en la ESMA con Franca. Ella me confirmó que la había conocido durante el único mes y medio que estuvo detenida, por lo que sospechamos que formó parte uno de los vuelos de la muerte.”
Vera aclara que en su lucha lo único que importa es “que en primer plano se destaque que lo importante es sostener la memoria. De eso quiero que se acuerden”.
-¿Qué significa eso para usted, Vera?, consulta este cronista.
-Mantenerla, trabajar por ello. Tengo esperanzas de que se tome más conciencia de lo que ha sucedido, estar por la memoria significa estar atentos porque, como dijo Primo Levy, todo aquello que sucedió en alguna oportunidad podría volver a suceder.
En alguna oportunidad supo definir a Franca de este modo:
“Era una chica muy alegre, sensible, pero que podía pasar a momentos de gran tristeza. Era muy solidaria y había entendido perfectamente que este mundo, con tantas injusticias, no era una condena eterna sino que esa realidad podía cambiarse”.
“Esperaba esa transformación y luchó por ello, poco tiempo porque su vida fue cortada. Franca estaba convencida de esto, como lo sigo estando yo. Acepto que no se puede ser del todo optimista, pero creo que hay posibilidades siempre de mejorar las cosas y que vale la pena tratar de hacerlo”.
“Podría haber sido una buena abogada porque era amante de la justicia, desde muy pequeña marcaba el sentido de la justicia en muchas cosas. Además hacía teatro, escribía y pintaba. Mi marido era ingeniero pero tenía gran vocación por la pintura así que Franca empezó a dibujar y pintar desde muy chica, mi marido le enseñó mucho”.
Respecto a la articulación entre pasado y futuro, Vera agregó estar convenida que “ la memoria no es una garantía de ‘Nunca Más’, pero es nuestra esperanza para que con más conocimiento y comprensión se puedan prever los síntomas a tiempo y evitar, con métodos pacíficos, que ciertas historias vuelvan a repetirse”, nos dijo -por último- esta joven mujer de 84 años, tersa en su piel como la porcelana y joven en su espíritu aún, seguramente como lo seguiría siendo Franca en una vida que la sigue extrañando.
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