En diferentes informes de televisión internacionales, de distintas partes del mundo, algunos periodistas que reportan desde el lugar de los hechos, de la guerra en Ucrania, destacan un aspecto que sentimos no tienen claro cómo presentar debidamente: aquí los que sufren son rubios y de ojos celestes. Algunos agregan explícitamente: blancos y cristianos. Entre ellos, hay quienes dicen claramente que “esto no es lo que nos hemos acostumbrado a ver de los refugiados de Siria, Irak o Afganistán”.
Sentimos el esfuerzo que hacen para buscar las palabras adecuadas sin quedar como políticamente incorrectos, como si estuvieran dando a entender que unas vidas valen más que otras.
Pues ante todo, es un hecho que esta es la mayor conflagración bélica en Europa-sí, el continente blanco- desde la Segunda Guerra Mundial, sin olvidar la cruenta guerra de los Balcanes hace algunas décadas. Víctimas y victimarios son mayormente “rubios y de ojos azules”, expresión que no debemos tomar literalmente-basta con ver al Presidente de Ucrania Volodomir Zelensky, que no lo es- sino como referencia a un tipo humano.
¿Y a qué se refieren todos aquellos periodistas que señalan este aspecto? Lo destacan en muchos casos-nos permitimos interpretarlo sin habérselos preguntado- como expresión de horror, que también en la Europa “civilizada” pasa esto. Claro que es un horror, y claro que es lógico que nos estremezca que en el siglo XXI ocurra algo así. Pero ¿acaso es menos horroroso cuando mueren como moscas en Siria y Afganistán?
A mí también me horroriza que uno se “acostumbre” a que mueran tantos en esos otros lares, en países que uno ya sabe que están en las noticias por terribles matanzas, por regímenes dictatoriales y asesinos de sus propios pueblos, por extremistas religiosos que matan por doquier para imponer su verdad.
Y no menos que eso me horroriza que el otro lado del mundo, el que solemos ver como el mundo libre, sea tan permisivo con los asesinos de todas esas víctimas que no son “rubias” ni “ojos celestes” en el mundo árabe, en diferentes partes de Asia y África. Nadie sale a manifestar cuando árabes matan árabes, cuando islamistas masacran a musulmanes inocentes y a cristianos para imponerse, ni los condenan en la ONU. Por supuesto tampoco cuando matan judíos. Sí manifiestan y condenan si mueren palestinos al responder Israel a ataques en su contra, eso sí. Si mueren palestinos asesinados en Siria, nadie dice nada. Quedan tragados en esos números inconmensurables de víctimas no rubias ni de ojos celestes, por las que el mundo no mueve un dedo.
Los responsables directos y centrales de todos esos muertos, son sus asesinos, generalmente sus propios hermanos o correligionarios. Pero a ellos se agregan los que no exigen a los asesinos que paguen por sus crímenes, porque les conviene.Por consideraciones políticas, por intereses comerciales y demás.
Occidente –un término muy amplio por cierto- ha cometido no pocos errores en la historia,por decirlo delicadamente. Entre ellos no se contaron las matanzas entre hutus y tutsis en Rwanda, ni los degollamientos del ISIS, ni la represión asesina de las manifestaciones en Siria, ni las bombas que sunitas extremistas ponen en mezquitas chiitas en Irak y viceversa.
Las víctimas de todos esos horrores, valen tanto como las de la terrible guerra actual. En ese sentido, Putin es tan culpable como Assad de Siria, aunque numéricamente no se le haya acercado aún ni de lejos.
Afortunadamente, cuando nos abrumamos de amargura al ver cuánto sufrimiento puede aún el ser humano causar en sus semejantes, vemos las múltiples expresiones de solidaridad de pueblos, países e individuos, para con quienes sufren hoy en Ucrania. Opto ahora, en medio de la preocupación, por aferrarme de esa actitud , sin la cual, realmente todo estaría perdido.
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