Las negociaciones entre Israel y el Hamás con el arbitraje egipcio conducen de momento a un arreglo cuyos términos aún ni claros ni compartidos. Israelíes retornan con gozo y tranquilidad a las playas, incluso en Ashdod y Ashkelón que conocieron reiterados ataques. Y en Gaza las multitudes se vuelcan a las calles festejando la victoria que habrían logrado.
¿Quién engaña a quién? ¿Y adónde conduce la suspensión – al menos de momento- de los intercambios de proyectiles que cerebros electrónicos envían y neutralizan?
Interrogantes que no sólo abruman a una opinión pública israelí que apenas acierta a descifrar las consecuencias de un bélico diálogo que parece fortalecer y expandir la presencia del Hamás y de sus líderes en el espacio palestino, incluyendo a las zonas administradas por Ramallah.
Ciertamente, la aviación y los servicios de contraespionaje de Israel jugaron un efectivo papel en esta áspera confrontación.
En contraste con Gaza, los costos en víctimas y en bienes destruidos han sido escasos. Sin embargo, ásperas distancias se han revelado entre ciudadanos de desigual origen y credo, y continúa la ausencia de un gobierno estable capaz de aprobar un presupuesto o articular un confiable gabinete.
Cabe esperar que en los próximos días este incierto cuadro ganará colores menos oscuros en respuesta a las legítimas inquietudes de los pobladores que habitan ciudades, aldeas y kibutzim que bordean con Gaza. Bien merecen lo que hasta aquí no han recibido.
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