La muerte es, sin duda, la más terrible de las barreras a las que el hombre se ve enfrentado. Así también, uno de sus más antiguos combates ha sido tratar de retrasar el instante fatídico.
Es por esto que, según las épocas, el hombre se volvió hacia prácticas mágicas, luego hacia el ocultismo. En nuestros días, la ciencia tomó el relevo. Pero la imaginación humana también se alimentó de relatos cuyos personajes vivían indefinidamente.
La longevidad atribuida a Matusalén, uno de los patriarcas antediluvianos del Génesis, es también proverbial. De hecho los 969 que le atribuyen los escribas en las Escrituras constituyen casi la única información que se tiene sobre este personaje. Le confieren una especie de récord, puesto que cuentan que su bisabuelo, Adán, vivió 930 años, su abuelo Set, 912 años y su padre Henoch, 365 años. Sin embargo este último no murió sino que fue “llevado” por Dios después de una vida perfecta. Al hijo de Matusalén, Lamech, le confieren sólo 177 años, pero la descendencia recuperó su vigor con Noé, el héroe del Diluvio, que murió a los 950 años.
Existen hipótesis sobre la interpretación de estas longevidades fabulosas que no son, por lo demás, contradictorias. La primera supone que los años concedidos a los patriarcas son, en realidad, el número de meses de sus vidas: se obtiene de esta manera alrededor de 77 años para Adán, 76 para Set, más o menos 81 años para Matusalén, 30 años para Henoch y 79 para Noé. En cambio, según este cálculo, Lamech habría vivido apenas 15 años. Los escribas habrían efectuado esta conversión con el fin de exaltar a estos hombres dignos de admiración.
Según otra teoría desarrollada por los especialistas de la Biblia, estas vidas sobrenaturales habrían sido inventadas para establecer genealogías sin lagunas que cubrieran con pocos nombres largos períodos prehistóricos. Esta manera de proceder se repite con el sacerdote caldeo Beroso, quien en su Historia de Babilonia, escrita alrededor de 280 a.e.c., afirma que los reinados de los diez reyes de las épocas fabulosas no abarcaron menos de 432,000 años.
De manera más comprobable, la historia nos da a conocer, de tiempo en tiempo, a través de los siglos, la existencia de personas que sobrepasaron ampliamente la esperanza de vida de sus épocas. Esta se ha alargado en proporciones extraordinarias desde la Prehistoria, pero el “despegue” esencial se produjo recién en el siglo XIX. De hecho, un hombre vive hoy en día tres veces más que el de Cromañón.
Por otra parte, las investigaciones recientes ubican la barrera biológica de la especie humana en alrededor de 110 años. Estimación que sufre excepciones: en 1958 un colombiano habría alcanzado la respetable edad de 160 años de edad. Récord conmemorado por la Oficina de Correos colombiana con una estampilla que tenía por leyenda: “¡El hombre más viejo del mundo!”
Esta noción de barrera biológica fue dada a conocer por un americano, el Pr. Leonard Hayflick pues sus experiencias in vitro parecen probar que las células se comportan como si tuvieran una especie de reloj interno que determina de antemano durante cuánto tiempo vivirán y seguirán dividiéndose.
Si la noción de barrera biológica corresponde a una realidad, sólo la manipulación genética permitirá eludir el infranqueable obstáculo que representa hoy en día. ¿Alcanzará algún día la ciencia este resultado? Si así fuese, habrá puesto entonces un pie en un terreno hasta hoy reservado a lo divino. Por ahora, el hombre se contenta con explorar la vía del trasplante de órganos defectuosos.
Pero volviendo a la magia, el ocultismo y la longevidad recordemos que para luchar contra los estragos del tiempo en el organismo, los hombres se han visto tentados a menudo a recurrir a lo sobrenatural. Tal es el caso de…
El vampirismo. Contrariamente a una idea preconcebida, el vampiro no es un difunto sino un “no muerto” o sea un ser inmovilizado en la frontera que separa la vida de la muerte. El vampiro ha adquirido la longevidad, a menudo contra su voluntad, al ser víctima de otro vampiro. Esta forma de semiinmortalidad tiene todo de una condena y el “verdadero” vampiro es más cercano al monstruo Nosferatu que al seductor Drácula, las dos caras dadas por el cine al mismo héroe del escritor Bram Stoker.
La Magia negra. Una longevidad deseada puede resultar de un pacto consumado con fuerzas oscuras. Se pretende que algunos grandes brujos de la macumba, la magia negra brasileña, hayan vivido más de dos siglos. Autores de ciencia ficción, como el americano Lovecraft, han imaginado por otra parte, una forma de vampirismo psíquico que permitiría a seres humanos envejecidos rejuvenecerse atiborrándose con la energía vital de personas jóvenes.
La Magia real. Esta es la de los grandes ocultistas, de los alquimistas. La alquimia se presenta como una tentativa de reconquista a través del conocimiento de los antiguos secretos de los privilegios perdidos a causa del pecado original. Entre estos privilegios figura en primer lugar el de la inmortalidad. Durante siglos los alquimistas trataron de reencontrar el secreto del elíxir de una larga vida, “el oro potable”, que supuestamente les permitiría atravesar los siglos realizando su fin último: la transmutación del cuerpo y el retorno a la inmortalidad adámica. La tradición pretende que algunos alquimistas famosos como Nicolás Flamel, el conde de Saint-Germain, Artepio, el alquimista árabe de la Edad Media o Fulcanelli, lograron esta transmutación.
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