Violines de la Esperanza

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Escondido en un sótano en el centro de Tel Aviv, en medio del olor de aserrín y barniz, está un taller de instrumentos musicales cuyo propietario y su hijo han pasado los últimos años encontrando violines, que fueron tocados por víctimas judías del Holocausto, para devolverles la vida.

Amnon Weinstein es un luthier, un artesano de instrumentos de cuerda. La infancia de Amnon estuvo acompañada de la vibración de los violines al ser afinados. Hijo de un luthier judío emigrado desde Lituania antes de la Segunda Guerra Mundial, Amnon creció con la fortuna de haber esquivado el Holocausto, pero con el peso de saber que el resto de su familia, tanto materna como paterna, murió en los campos de concentración.
Amnon encontró su manera de materializar esta carga de la historia restaurando los deteriorados violines sobrevivientes.

El violín ha sido parte importante dentro de la cultura judía por siglos, muchos de los grandes intérpretes han sido judíos. El instrumento ha jugado un rol muy importante en la vida profesional de muchos músicos judíos, así como en la vida comunitaria como componente vital de la música Klezmer.


Durante el Holocausto, el violín asumió nuevos roles dentro de la comunidad judía: para muchos, el violín y la música se convirtieron en libertadores, rescatándolos de la tiranía nazi, formando orquestas y agrupaciones musicales, como la Nueva Orquesta Filarmónica de Palestina formada en 1939 por Bronislaw Huberman quien reclutó a 75 intérpretes europeos judíos que junto con sus familias pudieron escapar del régimen nazi; para otros, el violín fue un instrumento de consuelo en los momentos más oscuros de su existencia, como el de Erich Weininger, que tocando durante su cautiverio, trajeron alivio y desahogo elevando el ánimo de sus compañeros prisioneros; para algunos, éste significó la salvación, mejorando ligeramente sus vidas en los guetos y campos de concentración ya que los miembros de las orquestas en Auschwitz y Birkenau, que tocaban mientras los grupos de trabajo marchaban, recibían algunas veces mejor comida y trabajo más ligero que realizar. En algunos guetos, violinistas, como Feivel Wininger, tocaban en bodas y fiestas locales recibiendo como pago sobras de la fiesta que se llevaban y compartían con otras personas, salvándolas del hambre; en ocasiones, el violín quedó como único recuerdo de algún familiar o amigo.

Por cada violín recuperado hay miles que nunca regresarán a sus dueños, mientras que los instrumentos han sobrevivido, la información de las personas que alguna vez los tocaron no lo ha hecho. Sus dueños permanecen desconocidos, pero el arte en su construcción y los adornos que tienen, como estrellas de David, indican que alguna vez pertenecieron a un músico judío. Amnon ha deducido por el daño que algunos violines presentan en su parte superior, que fueron tocados en guetos y campos de concentración pues ese deterioro es el resultado de tocar al aire libre, muchas veces bajo la lluvia y la nieve, algo que ningún músico haría a menos que fuera forzado. Para él, los violines no identificados son los más valiosos de su colección, no son instrumentos caros, son objetos simples que representan la vida cotidiana de la comunidad judía y sus tradiciones, que fueron destruidas. Desde mediados de los años 90 los busca, los exhuma, los restaura y resucita, haciendo que éstos vuelvan a sonar, es su forma de recordar a los millones de inocentes que fueron callados por siempre.

Aunque hoy en día Los Violines de la Esperanza sirven como homenaje a aquellos que perecieron, durante el Holocausto representaron optimismo en el fututo. Dondequiera que hubieron violines, hubo esperanza. Cada violín es la voz de esta gente, de la que apenas conservamos fotos.

Cada violín cuenta su propia historia.
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*Extraído del libro Violins of Hope, James A. Grymes

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