Recordar el tema del Holocausto no es grato para nadie ya que durante esa época muchas familias fueron desintegradas de un día para otro, separando a padres e hijos, abuelas y nietos de sus orígenes y hogares.
Así este episodio de la historia, debería dejarnos más que una enseñanza frente a situaciones como esta donde la humanidad no solo debe avergonzarse de haber permitido que sus congéneres fueran torturados y asesinados debido a la intolerancia religiosa, indiferencia y ambición de poder que generó el exterminio de casi todo un pueblo, sino además porque el respeto a las diferencias es fundamental en un mundo cada vez más individualizado donde debemos estar atentos frente a nuevas oleadas de racismo, antisemitismo y discriminación.
Por ello hoy traigo a colación la historia de Abraham y Jacobo Guttreiman, hermanos y sobrevivientes del Holocausto obligados a abandonar su pueblo natal en Parysov, Polonia, hace más de siete décadas, para emprender el viaje más largo e incierto de sus vidas el cual fue “Vivir después del Holocausto” y así lo relatan Chana y Max Guttreiman, en su libro “¡Oy mame! ¡Oy mame!” (2014. Ed. EUNED. San José) al compartir la historia de su padre y tío, de la siguiente manera:
“…Era setiembre de 1939, mismo año de la invasión, Parisov fue ocupado por el ejército alemán. Fue antes de Rosh Hashana y desde el primer momento supimos que la noche caía sobre nuestras cabezas y que quizás para nosotros nunca más sería de día. Lo primero que hicieron fue exigirnos que entregáramos la ropa abrigada con que nos protegíamos del crudo invierno….
Fueron muchos los polacos no judíos que colaboraron con los alemanes. Se convirtieron en informantes, en delatores que por un kilo de azúcar entregaban familias enteras a la ferocidad homicida de los invasores. Los alemanes, no nos llamaban por nuestros nombres. Imagino que necesitaban hacerse a la idea de que no éramos seres humanos, sino animales, una plaga que había que exterminar para cumplir con un deber patriótico. Llamarnos por nuestros nombres hubiera sido como aceptar que éramos humanos, como ellos; que como ellos merecíamos vivir y trabajar y enamorarnos y tener hijos y soñar y morir de viejos una tarde, sin arrepentimientos ni tragedias.
…Nos lo fueron quitando todo, pero lo primero que nos quitaron fue la dignidad, nuestro orgullo esencial de seres humanos. Cuando nos quitaron la ropa y los negocios, y luego las casas, ya no éramos más que sombras de lo que habíamos sido. Esa es la parte de la historia que creo que muchos no entienden.” (pp. 26-27)
Y es precisamente por esto que revivo este pasaje tan doloroso de la Humanidad, para tratar de entender y hacer entender a otros el horror y la infamia de que fueron objeto muchas personas como Abraham y Jacobo durante la Segunda Guerra Mundial, producto del sin sentido de una Alemania que decayó al escalón más bajo de su historia, al desacreditar y negar la condición de persona que caracteriza a todo ser humano con el único objeto de arrebatarles, no solo sus posesiones materiales sino incluso hasta su propia vida.
Sin embargo, no quiero que esto se interprete como que el Holocausto de millones de judíos ha sido el único genocidio en la historia del mundo, porque como filósofa reconozco que han habido otros pueblos conquistados y diezmados para imponerles otra cultura.
Así que no pretendo minimizar el genocidio indígena en América, o el de la raza negra esclavizada, sino que estoy tratando de generar conciencia de que una y otra vez a lo largo de nuestra era, al pueblo judío se le mata sin remordimiento como si no formara parte de la raza humana.
Por lo tanto, alzo mi voz para no tolerar y mucho menos ignorar este tipo de situaciones que en la actualidad ocurren de nuevo alrededor del mundo y más allá de intentar comprenderlas, no deberíamos jamás olvidarlas, como el relato de Abraham y Jacobo, para así no permitir que se repitan nuevamente.
San José de Costa Rica, 02 08 2015
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