Opacada en los medios de comunicación por la inmensa tragedia de la guerra civil en Siria, otra guerra, la que que azota desde hace casi tres años a Yemen, el país más pobre del mundo árabe, sigue su curso provocando muerte, desolación y una crisis humanitaria de inmensas proporciones. Un reporte reciente del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados señalaba que Yemen se ha convertido en un Estado fallido, asolado por la violencia, el desplazamiento forzado de cientos de miles de personas, hambruna y epidemias como la del cólera, cuyas víctimas se multiplican sin control.
El citado reporte denuncia cómo en los últimos meses la cifra de desplazados ha llegado a los dos millones, sin que existan los espacios y medios para protegerlos del desamparo y la explotación.
¿Quiénes se enfrentan en este pavoroso conflicto? En principio fueron el bando del gobierno encabezado por el presidente Abed Rabbo Mansour Hadi, contra el movimiento rebelde houthi de identidad chiita denominado Ansar Allah. Sunnitas contra chiitas pues. Pero muy pronto fuerzas externas entraron a jugar un papel protagónico: Arabia Saudita apoyando mediante inclementes bombardeos aéreos a Mansour Hadi, mientras que Irán, país chiita por excelencia, brindando apoyo armamentista y logístico a los houthis. En otras palabras, ambos poderes regionales, Arabia e Irán, aprovecharon el tablero yemení para confrontarse y ganar espacios en su competencia por la hegemonía en la zona.
En este contexto, el príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salman, concentrado en consolidar su poder como heredero del trono, sigue escalando el conflicto ya que considera que en ese espacio se juega tanto su credibilidad personal como el destino de la competencia por la hegemonía regional entre su reino e Irán. El monarca cuenta con el fuerte apoyo militar de Estados Unidos consistente en servicios de inteligencia y logísticos destinados a fortalecer las embestidas sauditas sobre blancos huthíes en Yemen, ataques que por lo general han tenido efectos devastadores sobre grandes núcleos de
población civil.
La alianza Estados Unidos-Arabia, basada en múltiples intereses económicos y geopolíticos –en estos días el príncipe Mohamed bin Salman ha estado de visita en Washington– tiene que ver también con la hostilidad compartida hacia Irán, enemigo contra el cual cierran filas y al cual pretenden derrotar en la arena yemení. Irán, por su parte, ha reiterado en varias ocasiones que el conflicto no puede tener una solución por la vía militar, por lo que ha propuesto un proceso en cuatro etapas para resolverlo, a saber, un cese al fuego inmediato, ingreso de ayuda humanitaria, pláticas entre los bandos yemenitas en pugna y la formación de un nuevo gobierno inclusivo. Sin embargo, esa fórmula no ha sido aceptada por la alianza saudita-norteamericana.
Debido a esta encrucijada, se llevó a cabo hace unos días un agitado debate en el Congreso de EU que derivó en una sesión del Senado donde se votó acerca de la participación de Washington en la lucha contra los huthíes.
Por desgracia, y en virtud de la postura recalcitrantemente anti-iraní de la administración de Trump, fue derrotada por votación de 55-44, una propuesta bipartidista consistente en dar por terminado el involucramiento de EU en las campañas aéreas de bombardeo a Yemen que siguen produciendo miles y miles de víctimas civiles. Para la parte perdedora en la votación los bombardeos son contraproducentes y no contribuyen a debilitar regionalmente a Irán sino lo contrario, mientras que los partidarios de la política de Trump al respecto, opinan lo contrario. En consecuencia, el lamentable pronóstico es que Yemen seguirá desangrándose sin un final a la vista para la pesadilla que viven los habitantes de ese país.
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