Yiddish

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En el siglo XX, el Yiddish rodaba por los rincones y los corazones del gueto entrelazando las manos, incendiando las voluntades, suavizando el dolor, murmurando rebelión. Moisés Oyved -19 0 3-1958- nació en Skampa, Polonia, creció en Yiddish, aprendió otros idiomas, burló a los asesinos y escribió libros y poemas, uno, dedicado al idioma que lo acompañó siempre:

Yiddish

Eres para mí madre-sagrada.


Eres para mí niño-ternura.

Cuando anido en tu pecho, mi corazón

se derrite en tu amoroso hablar.

Cuando mis labios chupan la miel de tus palabras,

beso el cuello de mi pequeño niño.

“Oy” es el discurso de mi alma,

“Vei” es el grito de mi corazón,

dime, tu filólogo de corta vista, tú conocedor de setenta idiomas,

has escuchado palabras tan dulces como “Neshomele,”

“Neshomele,” “vaibele” y “taibele”.

¿Has visto velas benditas?

¿Has oído “Dios de Abraham, Issac y Jacobo”?

¡Oh, lengua madre! ¡Lengua madre!

Me eres tan querida como el vestido de novia parchado

de una novia pobre,

sagrada como la lagrima de un niño que sufre.

Sobre tu cabeza vuelan palomas de paz

y en tu jardín crecen uvas que refrescan el corazón.

El deseo te hizo nacer

y el miedo te hizo crecer.

Estás angustiado como las cuerdas-corazón de mi musa,

tienes el sabor de maná en el desierto.

Contigo lamentare en las ruinas desoladas,

contigo serviré y exaltare a Dios.

Cuando niños salvajes, sin educación, te vieron con las mangas recogidas.

Con un babero roto, empapado de sudor y dolor,

te llamaron madrastra, sirvienta-criada.

No, madre, verdadera madre mía.

Tu babero esta remojado en lágrimas,
roto con las grandes rasgaduras de nuestra alma,

sudor de nuestro sudor, sangre de nuestra sangre.

Cuando lenguas enemigas lastimaban como arena nuestros dientes

y el hebreo, glorioso, lengua divina de nuestros padres, no brillaba en el exilio,

no podía degradarse

y nosotros languidecíamos y sufríamos

en nuestras cunas oscuras, nadie nos cantaba, nadie nos lloraba.

Llegaste por el este como la estrella de la mañana,

nos cuidaste, nos protegiste,

besaste nuestras manos, nuestras piernas

con tus cuentos de un remoto pasado,

nos arrullabas con tus canciones

de ‘pasitas y almendras” y días mesiánicos felices.

Pero apenas, empezábamos a abrir los ojos un poco difícilmente.

Apenas empezaban a mejorar las cosas para nosotros

y empezamos a sentirnos avergonzados por ti,

te hemos negado y tratamos de olvidarte.

Oh, lengua madre, ¡lengua de la niñez! ¡Oy vei, Oy vei, lengua del exilio!

¿Quién puede comprehender? ¿Quién te puede entender?

El pesar de tu corazón llega al fondo del mar de la humillación

y la altura de tu alma alcanza la corona de Dios

Acerca de Alicia Korenbrot

Nació en la Ciudad de México, terminó sus estudios de Filosofía en la UNAM, es Escritora y traductora. Actualemente reside en Israel.

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