Facebook está causando estragos en Irán: muestra y hace visible todo lo que los integristas querrían ocultar. Hasta cierto punto estoy de acuerdo con el veredicto de ciertos jueces iraníes contrarios a esa red social. Es verdad que invade la privacidad y entra a todas partes casi sin pedir permiso. Pero de ahí a juzgar a Zuckerberg por ello, a condenarlo, a exigirle una compensación millonaria, hay un larguísimo trecho. Lo peor es que se lo acusa de ser sionista por el simple hecho de ser judío, algo que parece obvio a los ayatolás pero que no puede considerarse sinónimo, excepto para quienes nos odian y envidian. Aún es pronto para que el régimen iraní se desplome, pero no hay duda de que Facebook erosiona y erosionará, poco a poco, su tendencia al secretismo.
Nadie está obligado a tener Facebook u ordenador, del mismo modo que nadie está obligado a tener una cafetera eléctrica o una tablet. La emergencia de los bibelots electrónicos y la polivalencia de sus usos es imparable: no podemos decretar que los japoneses dejen de inventar preciosas miniaturas, cámaras o teléfonos móviles, ni que los chinos los copien para abaratarlos. El mundo está acabando de construir su sistema nervioso, sus meganeuronas de cristal y fibra óptica. Aunque el ingente incremento de las comunicaciones no diga más que tonterías como bien puede verse en los mensajes partidos o quebrados que se envían los jóvenes, escritos en un idioma espasmódico y mediocre, lo cierto es que sobran los canales para establecer vínculos al mismo tiempo que éstos, los vínculos, son cada día menos duraderos. Es ese mundo intercomunicado, abierto y luminoso, esa panoplia de pantallas grandes y pequeñas la que no quieren los ayatolás, que preferirían la aristocracia de unos pocos consumidores, de ser posible del estamento de los Guardianes de la Revolución, a la democracia de millones de consumidores, cada uno en su casa y libre de navegar a gusto.
Una sociedad cerrada como la iraní sobrevive por su poderoso exoesqueleto ideológico al que sirve, en primer lugar, la policía secreta, y en segundo el mastodóntico ejército. No sabemos cuánto podrá durar, tal vez algo más que la revolución rusa del 17, claro que dejando secuelas imborrables y desastrosas en la mentalidad del pueblo. Para muestra Putin, un tirano ilustrado. Hay momentos en los que pienso que el error occidental fue no acabar con el régimen iraní en lugar de meterse en Irak, convertido en un avispero violento tras una sangría interminable. Todo empezó con Khomeiny, y el que no quiera verlo así que lea acerca de la influencia que ha tenido y tiene aún en el jihadismo contemporáneo, esos locos sanguinarios lanzados a degollar todo lo que odian y premiar el analfabetismo mientras lapidan mujeres por el simple hecho de ¡casarse por amor! Al lado de los fanáticos, que nunca tienen razón pero siempre tienen fuerza, los civilizados, es decir nosotros, languidecemos de manera peligrosa, debilitados por la obsesión por los derechos humanos y el creciente y tonto narcisismo de los selfis que parecen corroborar la inmortal frase de un maestro del pop norteamericano, aquel que dijo que todo el mundo ´´merece cinco minutos de inmortalidad´´, o de fama. Precisamentre aquello a lo que apunta Facebook, que ni es tan inocente ni es tan peligroso. Somos nosotros los que le permitimos ser una cosa u otra. Por lo tanto, internautas de todo el mundo, ¡un esfuerzo más hasta que caiga el último de los siniestros ayatolás!