Balak. Esta interpretación es la que se lee todas las semanas en español en el Kotel

Tras la derrota de Sijón y Og, los Hijos de Israel acampan frente a las fronteras de Moab.

Los ancianos de Moab y Midian, al ver que este pueblo derrotó a reyes tan poderosos, deciden, por consejo de Balak ben Tzipor, rey de Moab, enviar mensajeros a Bilaam ben Beor, un poderoso hechicero residente en Petor, para que maldiga al pueblo de Israel.

Los mensajeros llegan a la casa de Bilaam y él los invita a pernoctar en el lugar.


En la noche se le aparece en sueños Di-s y le prohíbe ir con los mensajeros, afirmando que el pueblo de Israel está bendito por Él. Los mensajeros vuelven con la negativa de Bilaam a Balak. Este vuelve a enviar una delegación. Esta vez Di-s permite que Bilaam vaya, pero le avisa que sólo podrá decir lo que él le ordene. Bilaam, montado en su burra se encamina hacia Moab. En el camino se le aparece un ángel dispuesto a cortarle el paso. Bilaam no lo ve pero la burra si y se detiene. Bilaam castiga al animal y este prosigue. Nuevamente se produce el mismo episodio, pero Bilaam continua con su camino, hasta que por tercera vez el animal ve al ángel y se detiene, lastimando esta vez las piernas del jinete. Bilaam golpea a la burra y por un milagro el animal habla, recordándole a su amo que nunca había hecho algo así, es entonces que Bilaam ve al ángel, el que le dice que no podrá ir en contra del dicho de Di-s. Ya en Moab Bilaam en tres ocasiones construye altares y ofrece sacrificios, pero cuando trata de maldecir a Israel, lo bendice. Balak lo despide furioso. Antes de irse Bilaam predice la caída de Edom, Moab y Midian y el poderío de Israel.

Los hijos de Israel se dejan convencer por las mujeres de Midian y se entregan a la idolatría y la corrupción sexual. Uno de los jefes de la tribu de Shimón lleva una mujer midianita al campamento, y en su tienda se entrega a prácticas sexuales prohibidas. Una plaga se desata entre el pueblo, hasta que Pinjas ben Eleazar ben Aarón el sacerdote, toma su lanza y ejecuta de un solo golpe al judío y a la mujer, deteniendo así la plaga.

NO TIENEN MAS REMEDIO QUE ELOGIARNOS

Cuando Bilaam quiso maldecir al pueblo de Israel, en lugar de maldiciones pronunció tres bendiciones que son un elogio para el pueblo, culminando con la maravillosa “Cuan hermosas son tus tiendas Iaacob, tus moradas Israel”. A lo largo de nuestra historia nos encontramos con muchos que han buscado destruirnos, que han buscado maldecirnos, pero siempre terminan, aunque sea indirectamente, mencionando nuestro elogio. He aquí unos pocos ejemplos:

“Hay un pueblo que mora solo y sus leyes son distintas de las nuestras” Hamán fue quien dijo esto, y aunque su intención era convencer al rey que debía eliminar a los judíos, no tuvo más remedio que afirmar que éramos fieles a nuestras leyes. La Iglesia, en las épocas de la Inquisición afirmaba que no comprendían por qué nos aferrábamos a la Ley de Moisés (según el clero la Torá ya había, Di-s no permita, caducado). Tenían que admitir nuestra adhesión a la Torá. Ahora hay muchos que hablan de nuestra presencia en la Tierra de Israel y afirman que nos aferramos a ella a causa de las “leyendas bíblicas que hablan de un antiguo estado judío”. Reconocen que somos fieles a nuestra Herencia, la Tierra de Israel.

Lágrimas y plegarias destrozadas
Una carta abierta a los tres jóvenes asesinados, Hy’’d.
por Sara Debbie Gutfreund

Lloren por nosotros

Cuando escuché las horribles noticias, yo estaba en una cafetería y la frase cruzó por la pantalla de mi teléfono con un pequeño sonido. Las palabras rasgaron mi corazón: “Se han encontrado los cuerpos de los tres jóvenes secuestrados”. ¡No! Quería gritar. Quería borrar las palabras. Quería que se fueran. Pero no podía gritar. No pude respirar por un momento.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Apoyé mi cabeza sobre la mesa por un segundo. Mi teléfono comenzó a sonar sin parar. Mensajes de texto. Le envié un mensaje a mi marido: “¿Qué le decimos a los niños?”. Luego llamó mi hija. Entendí por su tono de voz que aún no se había enterado. “Ima, ¿qué pasa? Suenas rara”.

Aclaré mi garganta. Recuperé el aliento y le dije: “No hay buena señal aquí. Hablamos cuando llegue a casa”.

“¿Qué les decimos?”. ¿Que todo este tiempo que hemos estado rezando por ustedes, ustedes ya no estaban? ¿Que cuando se encendieron velas extra de Shabat ustedes ya estaban en otro mundo? Ellos preguntarán por qué. Preguntarán cómo pudo ocurrir algo así. Querrán saber cómo la gente puede ser tan cruel. Cómo Dios puede permitir semejante sufrimiento. Ellos preguntarán, y yo no sabré qué decir. ¿Qué debo decirles?

Lloré todo el camino de vuelta a casa. Lloré por sus padres, por sus familias, por sus amigos. Lloré por la terrible pérdida para nuestra nación. Por sus vidas que estaban recién comenzando, y ustedes tenían tanto que aportar, que aprender, que crecer. No los perdimos sólo a ustedes, sino que perdimos también a los hijos que habrían engendrado en el futuro y a los hijos de esos hijos. Generaciones enteras cortadas brutalmente sin ningún tipo de advertencia. Lloré. Estacioné en frente de mi casa, me sequé las lágrimas y limpié mi rostro. Sólo mis hijas mayores se encontraban en casa y estaban empacando para el campamento de verano. Si no les digo, ellas se enterarán de todas maneras. “Pero, ¿qué debo decirles?”. Ellas estaban buscando unas almohadas para el campamento cuando subí las escaleras. Supieron de inmediato cuando vieron mi rostro que algo andaba terriblemente mal. “Ima, ¿qué pasó?”.

Meneé mi cabeza. No encontraba las palabras adecuadas. “Encontraron a los jóvenes”. No pude seguir. “¿Vivos?” preguntaron ellas.

Meneé mi cabeza nuevamente. Luego comencé a llorar. Pensé en sus madres, en sus padres. Pensé en el corazón de nuestra nación rompiéndose en pedazos, y en el silencio del mundo. ¿Por qué? ¿Por qué el mundo se mantuvo en silencio?

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“Ima, todo este tiempo, nosotros estábamos llorando por los jóvenes, pero la verdad es que ellos estaban llorando por nosotros”, dijo una de mis hijas.

Sus palabras me golpearon como un grito desgarrador que acorta la distancia entre ustedes y el resto de nosotros. Entre el cielo y la tierra. Todo este tiempo, ustedes han llorado por nosotros. Viendo cómo nos juntábamos a rezar. Cómo recibíamos Shabat antes. Cómo algunos de nosotros encendíamos velas de Shabat por primera vez. Cómo poníamos nuestras diferencias de lado y nos uníamos como pueblo. Cómo nuestros hijos rezaban y hacían carteles para ustedes. Estuvieron viéndonos todo este tiempo. ¿Acaso pueden creer cuánta fuerza y amor generaron ustedes en el pueblo judío? ¿Pueden creer cuánto nos cambiaron e inspiraron?

Estamos perdidos ahora, sumergidos en rabia y dolor. “¿Cómo pudieron? ¿Cómo puede haber ocurrido esto?”. Por eso les pido, lloren por nosotros una vez más. Los necesitamos más que nunca. Pidan por nosotros. Estamos tambaleándonos por haberlos perdido. Queremos permanecer unidos. No permitan que olvidemos las plegarias que pronunciamos y las velas que encendimos. No permitan que nos olvidemos los unos de los otros. Todo este tiempo pensamos que estábamos llorando por ustedes, pero en realidad ustedes estaban llorando por nosotros. No sabemos qué decir. No sabemos qué hacer. Por favor no nos dejen. Cuídennos. Lloren por nosotros así como nosotros lloramos por ustedes. Que nuestros llantos se unan y se eleven juntos, como fragmentos de plegarias destrozadas, desde arriba y abajo, que se encuentren, se completen y se transformen en un todo una vez más. (aishlatino.com)

EN MEMORIA DE Eyal Yfrach Z´´L, GILAD SHAAR Z´´L Y NAFTALI FRENKEL Z´´L
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