Debarím: En lo Profundo

El triste episodio de los espías que mandó Moshé a la tierra de Israel, marcó el origen de nuestro prolongado exilio.

Israel lloró la noche del nueve de Av, al escuchar que la tierra no era tan maravillosa como creían.


Curiosamente, Moshé también estuvo de acuerdo con enviar esa comitiva y, aparentemente, ni siquiera él, en su nivel de profecía, pudo darse cuenta de las bajas intenciones del pueblo.

“Y se aproximaron a mí todos ustedes, y dijeron: Mandemos hombres delante de nosotros, que verifiquen la tierra y nos informen (lo que hayan visto), la manera de cómo subir a ella, y las ciudades a las que llegaremos. Y me pareció conveniente esa idea, y tomé de ustedes doce hombres, uno por tribu.”(1/22-23)

Así Moshé reprende al pueblo, diciéndoles que fue víctima de un engaño.

Ya que la propuesta fue establecer estrategias de ataque, pero ellos, en realidad, querían comprobar si la tierra era “verdaderamente” buena y habitable.

Vemos que la principal falla de esa generación se ubicaba en un punto interno y casi imperceptible. Tanto así, que lograron eludir la percepción profética de Moshé Rabenu.

Dice Yirmiyahu, el profeta, en nombre de Dios, al ver la destrucción del Templo: “Y en los rincones ocultos llorará Mi Alma…”(13/17)

Pregunta el talmud en el tratado de Jaguigá 5b: “¿Acaso Dios llora? ¡Ciertamente no hay tristeza delante de Él!”

Responde la guemará: “Sí la hay… en los sitios ocultos.”

Explica Rabí Jayim Fridlander, ZT”L: “El “llanto” del Todopoderoso, destaca el sentido de la tragedia de la destrucción: La catástrofe sucedió en un “recinto oculto” – lugar interno. Por tal motivo, solamente ahí se encontrará el “llanto” de Dios.

Los conceptos de “alegría” y “tristeza” frente al Eterno, se manifiestan en la forma de conducir Su mundo.

Si hay alegría, entonces también demostrará Su afecto, iluminándonos con atribución positiva. Desconsuelo significará, entonces, el hecho de cubrir su “rostro” o minimizar su influencia hacia nosotros.

El “llanto” causado por la destrucción y el exilio, provocaron que las bondades relacionadas con nuestra interioridad espiritual, como Toráh, santidad, y la Presencia Divina, no sean encauzadas hacia nosotros.”

El problema real, que ha determinado, y determina, nuestra extensa diáspora, radica en un error interno y casi imperceptible, de nuestra personalidad. Es la constante tendencia a dar preferencia a nuestro propio punto de vista, y dejar la voluntad del Creador del mundo, en segundo plano.

Solemos exteriorizar nuestra incondicional disposición, y voluntad sincera, de seguir todos, y cada uno de los estatutos que figuran en Su Ley, pero, en momentos de prueba, solemos anteceder nuestra propia apreciación de las cosas a la visión de la Toráh.

Esta falta es tan crucial en nuestra vida comunitaria, que ha sido la razón de nuestras desgracias a través de la historia. Pues, Dios, al ver nuestra actitud, se “entristece” y deja de enviar esa bondad esencial para nuestra vida, la que nos permite mantenernos invulnerables frente a nuestros enemigos.

Este nueve de Av, tenemos la mitzváh de enlutarnos por las destrucciones, persecuciones y masacres que hemos sufrido durante la historia, pero, con mayor razón, debemos reflexionar en el hecho que son solamente un reflejo de lo que sucede dentro de nosotros, de la magnitud que pueden alcanzar esos errores “imperceptibles”, que tanto “contrarían” la voluntad de Quien nos dio la vida.

Tenemos buena madera, poseemos cualidades que no se encuentran en otros pueblos, nuestro deber es sacarlos a flote, y hacerlos parte esencial de nuestra conciencia.

Shabat Shalom

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