Ekev. Esta interpretación es la que se lee todas las semanas en español en el Kotel

En la Parashá Ekev Moshé continúa su discurso final a los Hijos de Israel, prometiéndoles que si cumplen los mandamientos de la Torá, prosperarán en la tierra que están a punto de conquistar y habitar, en cumplimiento de la promesa de Di-s a sus antepasados.

También les reprocha por los errores cometidos por la generación anterior, recordándoles la adoración del Becerro de Oro, la rebelión de Koraj, el pecado de los espías y como hicieron enojar a Di-s en varios lugares. “Han sido rebeldes contra Di-s” les dice “desde el día en que los conocí”. Pero también les habla del perdón de sus pecados y las segundas Tablas que Di-s escribiera y les entregara luego de su arrepentimiento.

Estos cuarenta años en el desierto, les dijo Moshé, en que Di-s los mantuvo diariamente con el maná del cielo, fueron para enseñarles que “no solamente por el pan vive el hombre, sino por la palabra de la boca de Di-s”


Moshé describe la tierra a la que van a entrar, una tierra “que fluye leche y miel” bendecida con las siete especies: “Trigo cebada, oliva, uva, granada, dátiles e higos”.

Les ordena destruir los ídolos de los anteriores moradores de la tierra, y les advierte que no se vuelvan altaneros y piensen que “mi poder y mi fortaleza han hecho toda esta riqueza”.

Una parte clave de nuestra Parashá es la segunda parte del Shemá, que repite las mitzvot enumeradas en la primera parte y la recompensa por el cumplimiento de las mitzvot y los resultados adversos si fallan. También es el origen del precepto de orar e incluye una referencia a la resurrección de los muertos en la era mesiánica.

 

¿DE QUIEN ES LA FUERZA?

 

“No sea que comas y te sacies, que edifiques buenas casas y las habites… y digas en tu corazón: Mi fuerza y el vigor de mi mano han hecho para mi esta riqueza” (Deuteronomio 8:12-17)

 

“Canción de las gradas. De David sobre Shlomó. Si el Eterno no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Eterno no cuida la ciudad, en vano cuida el guardia” (Salmos 127:1)

 

“Mira lo que gané…”

“Este negocio que me costó tanto esfuerzo…”

“La casa que levanté con mis manos…”

Cuántas veces escuchamos estas frases (y también las pronunciamos). “Nosotros hicimos”, “nosotros logramos”, “nosotros ganamos”. Según nuestros sabios ese es el primer paso hacia la idolatría. Si olvidamos, como bien lo expresara el Rey David en el Salmo precitado, que el que verdaderamente hace las cosas es Di-s, entonces llega un momento en que creemos solo en nuestras propias fuerzas, y es cuando empezamos a buscar dioses que se amolden a nuestra forma de ser, dioses que podamos dominar, a los que podamos usar para nuestra conveniencia. Antes eran imágenes, eran las fuerzas de la naturaleza, hoy son los bienes materiales.

“No sea que comas… y digas en tu corazón: Mi fuerza y el vigor de mi mano…” dice la Parashá.

“Si el Eterno no edifica la casa, en vano trabajan…; Si el Eterno no cuida, en vano cuida…” nos recuerda David.

 

¿Di-s es Religioso?

 

Por Simon Jacobson

 

Estudios recientes muestran que, el 80- 90 % de los habitantes de USA dicen creer en Di-s, pero el 40-50 %  declara no practicar religión alguna.

Ciertamente, si Di-s es Todopoderoso e infinito, y la religión es un compendio de leyes y rituales y una lista de cosas que uno debe ó no hacer, se hace difícil describir a Di-s como “religioso”. Tampoco pareciera que ser religioso acercará a la persona a Di-s. Si Él trasciende toda limitación y definición, ¿por qué la forma de acercarnos a Di-s debe ser el imponer más restricciones y axiomas a nuestras ya finitas y pesarosas vidas?

De todas formas, esta paradoja no está confinada únicamente al aspecto religioso- espiritual de la experiencia humana. A lo largo de la historia, cuando una persona deseaba escapar de los límites de lo mundano y frívolo, lo lograba a través de subyugarse a un estructurado y rígido código de conducta.

Mi ejemplo preferido para esto es la disciplina dela música. Hay una cierta cantidad de notas en la escala musical, y ninguno – ni siquiera el más grande de los músicos- pude crear una nueva nota o abstraerse de alguna. Quien desee ejecutar o componer música debe conformarse con este sistema absoluto e inmutable.

Más aún, sometiéndose a esta estructura, el músico creará una pieza de música que conmoverá la parte más profunda del corazón de la persona- ese sitio que no puede ser descrito, y mucho menos, definido. Usando esa fórmula precisa y matemática, el músico creará algo que transportará a quién la escuche a un lugar mucho más elevado de los confines y ataduras del diario vivir, muy por encima de las estructuras de la física y la matemática.

Imagine, entonces, una disciplina musical cuyas leyes hayan sido dictadas por el Inventor y Creador de la vida- Aquél que posee el conocimiento íntimo de cada fuerza, cada vulnerabilidad, cada potencial y cada sensibilidad.

La única pregunta que resta es: ¿Por qué tantas leyes? ¿Por qué esta disciplina dicta cómo debemos despertarnos y cómo debemos dormir, y virtualmente todo lo que entretanto hacemos?

Porque la vida misma en toda su infinita complejidad, es nuestro instrumento de conexión con Di-s. Cada “escala” en su “registro” debe ser aprovechada para alcanzar la conexión óptima.

Ya que la música es nuestra metáfora, no podemos dejar de citar la famosa anécdota en la que el Archiduque Ferdinand de Austria, según se dice, le dijo a Mozart: “Hermosa música, pero demasiadas notas”. A lo que el compositor respondió: “Si, su majestad, pero ni una más de las necesarias”.

 (Extraído de www.es.chabad.org)

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