Koraj. Esta interpretación es la que se lee todas las semanas en español en el Kotel

Koraj induce a un motín desafiando el liderazgo de Moshe y la entrega de la Kehuná (sacerdocio) a Aharón. Se suman al motín dos enemigos de Moshe, Datán y Avirám, y 250 miembros distinguidos de la comunidad, que ofrecen el santo ketoret (incienso) para probar que son meritorios del sacerdocio. La tierra se abre y traga a los rebeldes, mientras un fuego consume las ofrendas de ketoret.

Una subsiguiente plaga es frenada por la ofrenda de ketoret de Aharón. Su vara milagrosamente florece con almendras para probar que su designación como Sumo Sacerdote es de origen Divina.

Di-s indica las leyes de trumá (ofrendas) de cada cosecha de grano, vino y aceite de oliva, todos los primogénitos del ganado ovino y vacuno, junto a otras dádivas específicas entregadas a los Kohaním.


DE “LIDERES” Y LIDERES

Mucho se habla en nuestros tiempos  de la “crisis de liderazgo”. No solamente a nivel de naciones, sino a nivel de comunidades, faltan líderes compenetrados con las necesidades y expectativas de los que esperan ser dirigidos por ellos. Es por eso que surgen “líderes”, así, entre comillas, que llevados por su soberbia terminan convirtiéndose en dictadores que sólo piensan en su beneficio particular.

Pero eso no es nuevo. En nuestra parashá tenemos dos ejemplos, el del LIDER con mayúscula y el “lider” entre comillas.

Koraj, integrante de la tribu de los sacerdotes, los levitas, miembro de la familia más destacada de la tribu, la de Kehat, llevado por su soberbia, considera que Moshé fracasó al no llevar al pueblo a la Tierra Prometida y quiere convertirse en “líder”. Por su parte, Moshé, quien guiado por su humildad llegó a decir “Quiera Di-s que todo el pueblo profetizara…”, queriendo significar que todos merecían llegar al nivel de profecía que él tenía, era un LIDER.

El primero terminó siendo tragado por la tierra y nada quedó de él. El segundo dejó un legado que todavía es una guía para la humanidad toda.

3 DE TAMUZ

El día 3 de Tamuz (este año el martes 11 de junio) se cumplen 19 años del fallecimiento de Rabí Menajem Mendel Schneersoohn Ztz´´l, el Lubavitcher Rebe, es por eso que publicamos el siguiente artículo.

Mi Visita a Lubavitch Por Elie Wiesel

Recuerdo y siempre recordaré mi primera visita a Lubavitch. Ocurrió hace unos treinta años. Aunque era jasid de Wizhnitz, había oído hablar de Jabad y de su renombrado líder. Como corresponsal extranjero del diario israelí “ledioth Ajaronot”, había pensado en escribir un artículo sobre la manera en que los jasidim de Lubavitch celebran la liberación del primer Rebe Rabí Schneur Zalman de Liadí, de la prisión zarista. Cuando me fui en las primeras horas de la mañana, seguía perteneciendo a Wizhnitz, pero ya estaba atrapado por algo o por alguien que uno encuentra solamente en Lubavitch.

Recuerdo: en una sinagoga que parece al mismo tiempo enorme e íntima, miles y miles de jasidim, jóvenes y viejos, de todo el mundo, bailan verticalmente, como si no se movieran de su lugar, pero forzando su ritmo a todo el universo. Con los ojos cerrados, cantan como solo los jasidim pueden cantar. Diez veces, cincuenta veces repiten las mismas palabras, la misma melodía y la canción estalla en sus pechos y enciende mil llamas en sus ojos antes de elevarse cada vez más alto, hasta el séptimo cielo, si no más alto aún, hasta el “Heijal”, la fuente y santuario de todas las canciones.

El centro es el Rebe, el jasid que hay en mí lo mira maravillado. En su personalidad se mueve algo melancólico y profundo. Preocupante y tranquilizador al mismo tiempo. Siente lo que todos aquí sienten, ayuda a todos a alcanzar lo inalcanzable. En su presencia, uno se siente mas judío, más auténticamente judío. Visto por él, uno llega a un contacto más cercano con nuestro propio centro judío interior. Soy incapaz de apartar mis ojos de él. Su mirada lo abarca todo y a todos. Raramente he sido testigo de tal control y preocupación por una asamblea tan grande. Miles de ojos siguen sus movimientos más imperceptibles. Cuando habla, todo el mundo escucha sin aliento, absorbiendo cada palabra, cada suspiro. Cuando canta, el mundo entero canta con él y con nosotros.

Recuerdo: estoy allí durante horas, en el 770 de Eastern Parkway, como en un sueño, mirando al Rebe que estaba mirando a sus seguidores. A veces sonreía y la noche se desvanecía de sus vidas. Había momentos en que parecía serio y sombrío. Y entre canción y canción, sus fervientes oyentes temblaban entre el temor y la esperanza. De pronto, me vi a mi mismo otra vez como un niño, pasando un Shabat en la corte del Wizhnitzer Rebe. También allí las almas se convertían en cuerdas musicales y entonaban an­tiguas melodías.

Pero en Lubavitch es diferente. El mundo es diferente. Incontables cementerios invisibles separaban el pasado del presente. En Lubavitch pienso en Wizhnitz de una manera diferente. Lo que el Rebe de Lubavitch está haciendo, lo que está logrando aquí puede sentirse más allá de Lubavitch. Eso lo entendí mucho más tarde. Cuando comencé a viajar por el país, descubría los emisarios del Rebe en los lugares más olvidados. Si no fuera por ellos y por su devoción, si no fuera por la misión que el Rebe les confiara en los cuarenta años de su liderazgo quién sabe cuántas almas judías se habrían perdido para nuestro pueblo.

Es parte de la grandeza del Rebe el que sepa a quién enviar, adónde y cuándo.

No todos sus logros han sido hecho públicos. Algunos deben permanecer secretos. Cuando sean revelados -pronto, espero- seguramente aumentará la admiración ya existente por la visión del Rebe en el terreno de la educación.

Así, el pueblo judío tiene con el Rebe una gran deuda de reconocimiento y gratitud.

Y yo también la tengo, en Lubavitch he aprendido mucho de Lubavitch. Las conversaciones que tuve con el Rebe ya muy avanzada la noche, en los años ’60 permanecen conmigo.

Si no hubiera participado en el “Jag Hagueulá” de Jabad hace unos treinta años, me pregunto si hoy sería quién soy.

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