“Estos son los nombres de los hijos de Israel que llegaron a Egipto con Yaäcov, cada hombre con su casa vinieron” (Shemot 1, 1)
A partir de este momento la simiente de Yaäcov deja la protección de la Tierra Santa para dedicarse a la construcción de lo que se llamaría el pueblo de Israel.
Yaäcov claramente sabía que este descenso a Egipto era la culminación de la historia de la venta de Yossef, pues por medio de ella es que se materializaría el pacto que el Eterno consolidó con Abraham: “Haz de saber que tus hijos morarán en una tierra ajena, y los torturarán y esclavizarán…” Y que aunado a esta promesa se encontraba también: “Y Yo los haré subir de ese lugar con una gran riqueza”.
Pero para mantener el espíritu de Israel en alto, y asegurar que el pueblo judío sería el mismo a su salida – y no un grupo de exiliados con culturas ajenas – debía preparar el terreno. Por ese motivo mandó a Yehudá a establecer centros de estudios de toráh, de donde surja la conducción espiritual de Israel.
Sin embargo, y aunado a lo mencionado, cada familia bajó a Egipto con su “casa”.
¿Qué significa esto?
Explica el comentarista “Torat Moshé”:
“Cada familia llevó consigo una casa de estudio a Egipto. Ya que cada casa de estudio, aunque esté fuera de Israel, lleva en ella la santidad de Israel”
En otras palabras, ellos no querían desprenderse de su terruño, de la Tierra Santa. Y sabían que lo único que les podía dar la fuerza de retornar a Israel era justamente no perder relación con ella, manteniendo el estudio de las tradiciones en alto, y transmitiendo valores judíos a las nuevas generaciones a través de la carga espiritual que proporciona la casa, la influencia paterna, y las mitzvot impregnadas en ella.
Este es el verdadero concepto de hogar en el judaísmo.
Recinto donde se perciba un microcosmos de la santidad de nuestra amada tierra de Israel.
Shabat Shalom
Yair Ben Yehuda