Testimonio de Sra. Danielle Wolfowitz, restacada por el Cónsul Gilberto Bosques

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Quisiera agradecer el privilegio de hablar ante ustedes y este tesoro que representa la juventud que asiste a este Acto, ya que es el futuro y la esperanza del mundo, y decirles que le debo, así como mi familia, el milagro de haber salido viva de la época terrible del Holocausto, al diplomático mexicano Lic. Gilberto Bosques Saldívar (qepd.), quien en su calidad de Cónsul en Marsella en 1941, salvó 45,000 vidas de republicanos españoles, cientos de judíos y miles de antifascistas al otorgarles visas de México, arriesgando su carrera y hasta su vida para otorgarlas en el caso de los judíos, aún en contra de las instrucciones de la entonces Secretaría de Relaciones Exteriores. Sin el Lic. Bosques, ni yo, ni mi familia, ni mis hijos, ni mis nietos estaríamos aquí. Una avenida lleva su nombre en Viena en reconocimiento a su labor heroica. Ojalá en México se le brinde el reconocimiento que merece.

Si la pasión y el dolor son elementos de unidad, el pueblo mexicano y el pueblo judío comparten muchas afinidades, ya que las restricciones del sistema de castas de la colonia española y las persecuciones sufridas por el pueblo judío son muy semejantes.

La máxima lección del Holocausto que torturó y asesinó sádicamente a la tercera parte de la comunidad judía mundial de 1940 a 1945, (cuando antes la muerte de uno de cada diez miembros de un grupo humano era considerada una catástrofe irreparable), así como a diez millones de rusos, un millón de polacos, gitanos y todos los opositores al régimen nazi, es la urgente necesidad de respetar al ser humano, de cualquier origen, color o religión, y evitar para siempre la repetición de una tragedia parecida.


Para que el mal prospere, basta con la indiferencia de la gente honrada que por apatía omite manifestar su desaprobación ante actos criminales. Acontecimientos como la masacre ocurrida entre Tutsis y Hutus en Ruanda, o los asesinatos de Pol-Pot en contra de su propio pueblo en Cambodia, deben evitarse para siempre. Si sabemos que algo infame está pasando, tenemos el deber de denunciarlo y hacer todo lo posible para que termine.

Los prejuicios pueden llevar a horrores e infinita desgracia, sobre todo cuando son enseñados desde la tierna infancia a los niños. Sólo mencionaré dos casos que, si hoy nos dan risa, causaron mucho daño en su tiempo. En la antigüedad, los mercaderes fenicios consideraban a los primeros griegos como unos salvajes sin remedio, ya que se adornaban la frente con cuernos de ciervos para ir de cacería y eran ¡tan tontos! que copiaban el alfabeto fenicio al revés, de izquierda a derecha. Los fenicios desaparecieron mientras los griegos crearon una civilización genial, base de nuestra cultura occidental. Cuando conquistó Inglaterra, Julio César escribió que los angles eran unos débiles mentales, pues ¿qué se podía esperar de seres altos, rubios y con ojos azules? Este prejuicio sólo declinó cuando un Papa de la Iglesia Católica vio a unos angles en el mercado de esclavos, y dijo que en vez de angles, debía llamárseles ángeles.

Los prejuicios que originaron tantos acontecimientos nefastos duraron 2000 años en contra de los judíos; se les reprocha hasta hoy el considerarse como el pueblo elegido, hecho erróneo, ya que los sacerdotes sólo le dijeron esto al pueblo con el objeto de que sirviera de ejemplo y transmitiera los valores espirituales al mundo. También se ha calumniado al pueblo judío, acusándole de deicidio. Jesucristo, quien murió como judío y rezando en hebreo a los 33 años en la cruz, fue víctima de un suplicio infligido por los Romanos para castigar a la gente modesta por los motivos más insignificantes; por ejemplo, a una sirvienta que hubiera robado un pan en la cocina. La historia occidental no ha publicado que al entrar en Jerusalén en el año 70 EC, el general romano Tito mandó plantar una selva de 50,000 cruces en las cuales los Romanos crucificaron a 50,000 niños, mujeres y ancianos. ¡Y pensar que Mozart escribió una ópera llamada “La Clemencia de Tito”!

El derrumbe moral de la sociedad romana originó en parte de su juventud la búsqueda de valores morales y espirituales más sólidos que los que les ofrecía el paganismo. Se orientaron entonces hacia el cristianismo y el judaísmo. Para enfrentar la competencia judía, autores cristianos como San Juan Crisóstomo y San Agustín recurrieron al menosprecio hacia todo lo hebreo, sosteniendo que los judíos llevaban para los demás los principios que eran incapaces de entender. Esta tendencia se reforzó a fines de la antigüedad cuando el catolicismo se volvió la religión oficial del Imperio Romano. El dilema para los romanos consistió entonces en adorar a un dios que ellos mismos habían crucificado. Les resultó indispensable encontrar a un chivo expiatorio, para lo cual les resultó fácil acusar al pueblo judío.

Durante la Edad Media se acusó a los judíos de usureros, ya que la Iglesia Católica Apostólica Romana los excluyó de todas las profesiones y oficioso y sólo les permitió prestar dinero, oficio prohibido a los cristianos. Pese a lo que se diga, cuando un judío prestaba dinero para aliviar enfermedades o extrema pobreza, el Talmud no le permitía cobrar interés.

La ética de la religión judía es compadecer al sufrimiento ajeno sin importar su origen, tratar de aliviarlo y compartir los beneficios y descubrimientos científicos y tecnológicos con todos, aún sus propios enemigos. Mencionaré como ejemplo el caso de los doctores Sabin y Salk, descubridores de la vacuna contra la poliomielitis infantil, vacuna que salvó a tantos millones de niños de la muerte o de grave lesiones permanentes.

La ciencia y la religión nos enseñan que el hombre tiende a desconfiar del “otro”, ajeno a su familia, medio social o religión, debido a un prejuicio que arranca de un temor muy primitivo. Sólo la educación puede superar estos instintos que surgen de los estratos más oscuros del subconsciente humano. Por ello es indispensable desterrar desde la infancia todos los odios irracionales que aún permanecen en el mundo y no permitir el menosprecio hacia ningún ser humano, ya que todos merecen respeto.

Debemos actuar, por consiguiente, para que tanto sacrificio y dolor no hayan sido en vano y para que todos los pueblos entiendan que actualmente, cuando el ser humano ha logrado, merced a su inteligencia, colocar a hombres en la Luna y enviar naves espaciales a otros planetas, el recurso a la violencia es lo más monstruoso y aberrante para resolver las inevitables divergencias que surgen en el desarrollo de los pueblos que habitan la Tierra, y que todos aprendamos finalmente a vivir o, por lo menos, a coexistir en paz.

Gracias por su atención.

Danielle Wolfowitz
27 de enero del 2011

Acerca de Danielle Wolfowitz

Francesa por nacimiento, mexicana por elección por más de 50 años.

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