Como una contribución a rescatar una de las más fascinantes historias emanadas de la conquista de México, Smurfit Cartón y Papel de México comisionó en 1990 al distinguido historiador Miguel Ángel Fernández para que investigara sobre “La Jerusalén Indiana”. En estas líneas, trataré de resumir parte de los resultados de esta investigación, única sobre este tema, que refleja el pensamiento místico de la época. El descubrimiento de América trajo nuevos retos para las órdenes monásticas que tenían fuerte influencia sobre los monarcas españoles. Carlos V quería ser el “Rey del globo” pero su título de “Rey de Jerusalén” no cuadraba con la realidad ya que esta ciudad había sido conquistada recientemente por Solimán al frente de las tropas turcas-otomanas.
Cristóbal Colón en Agosto de 1492, juró que el oro que encontrara allende los mares sería dedicado para la liberación de Jerusalén. En 1498 estipulaba que “una parte” sería dedicada a este fin y en su último testamento, en 1506, no había referencia al respecto.
Pasaron los años y el rescatar a Jerusalén se fue convirtiendo en una misión mesiánica y utópica. En 1509 un cardenal y hombre de estado español Francisco Jiménez de Cisneros trató infructuosamente de organizar la cruzada que Colón había soñado y que consistía en reunir 50,000 soldados y 5,000 caballos.
Bajo esas circunstancias, fue surgiendo la idea de establecer en el Nuevo Mundo otra Jerusalén. Retomando antiguas profecías, se fue cristalizando la idea de formar allí la sociedad cristiana perfecta en donde sólo habitarían frailes e indios. Los piadosos monjes poco a poco iban reconociendo señales de que estaban en el camino correcto. Cuando llegó el primer grupo de doce franciscanos a Tenochtitlán, Torquemada “confirmó” que habían llegado nuevamente los doce apostoles a “la Nueva Jerusalén”.
Para entender la “Nueva Jerusalén” hay que remontarse al Siglo XIII, pues los franciscanos que llegaron a México seguían las profecías de un controvertido monje italiano, Joaquín DeFiore (1135-1202). Los seguidores de DeFiore, después de su muerte, lo identificaron como el esperado Mesías que iba a erradicar la corrupción eclesiástica y reemplazarla con humildes monjes.
Según DeFiore, existían tres edades en la Historia de la Humanidad: La primera que comenzó con Adán y terminó con Jesús. La segunda era la del Evangelio que terminaría exactamente en el año 1260 con un cataclismo y surgiría entonces un nuevo Mesías. Esta tercera Edad, que se prolongaría hasta el Juicio Final, sería la Edad de los monjes, de la santidad, de la contemplación. Existía la creencia que era necesario ganar todas las almas antes de que llegara el Juicio Final, el cual estaba próximo. Ganar todas las almas representaba un problema bastante complejo por dos razones: una era que tenían que ganar varios millones de almas que habitaban en este continente y con quienes no contaban anteriormente. La segunda razón era filosóficamente más profunda y tema de interminables discusiones religiosas: decidir si los indios eran o no poseedores de “alma”. Este último dilema teológico se prolongó por cerca de cuatro siglos. Sin embargo, para evangelizar América no había tiempo que perder, así que se decidió iniciar la construcción acelerada de conventos-fortaleza para desde allí comenzar la inmensa labor de salvamento de almas.
Fray Gerónimo de Mendieta, otro profeta del Nuevo Mundo dijo: “América es el cimiento de la Nueva Jerusalén”. Este personaje, el menor de cuarenta hijos, fue el artífice de la Edad de Oro de la “Iglesia Indiana”. Siguiendo las ideas formuladas por DeFiore, Mendieta fue impulsando el concepto de construir aceleradamente pues había que convertir al Nuevo Mundo en un extenso monasterio que seria la Ciudad de Dios o la “Nueva Jerusalén Indiana”.
Otras señales muy claras indicaban que el mundo se acabaría pronto. Una seguida serie de cataclismos, enfermedades, inundaciones, eran las señales inequívocas para los expertos. Colón mismo estaba convencido que faltaban sólo unos 155 años según lo plasmó en uno de sus tratados.
Se construyeron una inmensa cantidad de conventos e iglesias para estar preparados para una nueva era y la llegada del Mesías. Una de las construcciones más importantes fue una supuesta réplica del Templo de Salomón, en el convento de San Miguel en Huejotzingo, Puebla
Entre las opiniones que aportó Mendieta estaba la teoría de que los indios eran descendientes de una de las tribus de Israel y que habían emigrado a Tenochtitlán después de la destrucción del Segundo Templo. Otra de sus aseveraciones era que Dios había determinado que esta vez el “pueblo escogido” para construir la Jerusalén Indiana era el pueblo español.
Al final de sus días, Mendieta escribía decepcionado sobre como sus ideales se derrumbaban ya que el apoyo de la corona española fue disminuyendo para sus grandiosos planes. En parte España ya resentía las consecuencias económicas de la expulsión de los judíos y de los moros. Mendieta calificó el reinado de Felipe II como la Edad de Plata en vez de la Edad de Oro y al final como la “Edad de Hierro” al ver fracasar su sueño de una América gobernada desde la Jerusalén Indiana.
Los planes de convertir a la Nueva España en una “Ciudad Celestial” se olvidaron con el tiempo. Sin embargo estos frailes dejaron un valioso legado para futuras generaciones como son las extraordinarias construcciones arquitectónicas y miles de obras de arte sacro, pinturas, frescos, artesanías, etc. Entre los Conventos sobresalen los de Acolman y Malinalco (Edo. de México), Actopan (Hidalgo), Atlatlauhcan (Puebla), Yecapixtla (Morelos) y San Antonio de Izamal en Yucatán.
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