Y Carmen encontró marido…

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Este cuento va con mucho cariño para las mujeres que no encuentran marido rápido y se desesperan, fue real.

Carmen salió muy deprimida de la oficina. Nadie la esperaba. Tenía muchas amigas, pero casi todas ellas estaban casadas y con hijos. No le divertían ya, le parecía que cuando las mujeres tenían bebés se volvían aburridas. La conversación giraba únicamente alrededor de “los angelitos”, todo eso le fastidiaba. ¿Sería ella así cuando tuviera hijos? Claro está, si es que se casaba.

Estaban por otra parte las amigas “liberadas”, algunas de ellas solteras, otras divorciadas. Ella, que era muy conservadora era tildada de “aguafiestas” por estas últimas. No le escandalizaba que sus amigas salieran con quien se les pusiera enfrente. No, de ninguna manera. Pero no le gustaba ir al tipo de reuniones adonde ellas iban, ni ir a un bar a ver si le resultaba algún hombre interesante. Esa clase de conquistas le parecían degradantes.


Era la única hija que quedaba en casa; tenía dos hermanos y una hermana, todos casados. Ella a sus treinta y dos años vivía dedicada a su trabajo. Cierto que como profesional le iba muy bien, tenía su agencia de publicidad. Trataba de negocios con muchos hombres, muchos de ellos eran sus grandes amigos. La admiraban y querían, la trataban como a una camarada. No era una mujer bella, pero sí elegante, agradable y atractiva.

Adoraba a su padre, quien se entendía muy bien con ella. Claro está que también quería mucho a su madre. Pero ya la tenía desesperada con sus comentarios: ¡Ay hija! ¿es que no te casarás nunca? Tu hermana que es menor que tú, tiene ya tres niños y tú no tienes para cuando ¡eres tan poco coqueta!

Soñaba con tener un amor. No necesariamente con el matrimonio. Deseaba que la amara alguien; no le gustaba en lo absoluto coquetear, ni usar ninguna argucia femenina. La persona que la quisiera, debería quererla como ella era: sencilla, sensible, franca y sincera. Era una mujer muy cultivada, le gustaba la buena música, la lectura y todas las artes en general. Había viajado mucho, conocía mundo, en suma era una mujer interesante. Vivía feliz en términos generales. Pero ahora de pronto le entró la rebeldía. Ya estaba cansada, concretamente desde hacía unos días, cuando fue al matrimonio de su prima, fue muy elegante, se veía muy bien. Por supuesto, toda la familia aprovechó para darle la lata: Carmen y tú ¿cuándo nos vas a dar la sorpresa? Ya es bueno que pienses en casarte. Ya triunfaste profesionalmente. Ahora debes fundar una familia. En resumen, le amargaron la fiesta, la pasó mal. Tuvo que contenerse para evitar dar unas cuantas respuestas desabridas o groseras.

¿Cómo podía la gente ser tan ignorante, para creer que solo el matrimonio podía dar la felicidad? Y sin embargo, sí le hacía falta tener a alguien a su lado, no como para obtener la felicidad, sino como un complemento. Mucha gente opinaba que como se la consideraba tan suficiente, tan triunfadora, era difícil que alguien se le acercara. A los hombres les daba miedo una mujer así. De todas maneras ¿quién sabía si no era mejor estar sola? Muchas de sus amigas casadas, vivían renegando de los maridos y deseando dejarlos.

Afortunadamente tendría que viajar a Nueva York próximamente por su trabajo. Eso seria un cambio y, por unos días, dejaría de oír las quejas de su madre. También vería a muchas de sus buenas amistades, iría a la Opera, a ver alguna representación teatral. Tal vez hasta se quedara unos días más y viajaría a otra ciudad de los Estados Unidos. A ver qué salía. Casi siempre tenía muy buen humor; solo de tanto en tanto se entristecía.

Días más tarde abordó el avión, finalmente había podido dejar arreglados sus asuntos. Informó a sus padres que, posiblemente, se quedaría más días de lo que planeaba, estaba muy cansada. Su madre le hizo mil recomendaciones y le dio un sinfín de encargos.

Cuando se instaló en su asiento, se relajó. Iba decidida a estar contenta y a olvidarse de todo. A su lado se sentó una señora madura. Parecía muy simpática, quizá podría entablar una conversación interesante.

Carmen, quien era muy retraída, – nunca hablaba de ella, ni de lo que hacía; al menos con su familia y amistades – tenía la costumbre de charlar con la persona que le tocara en suerte a su lado, durante sus viajes. También escuchaba con paciencia y comprensión lo que le contaban. Eso le gustaba mucho. Pensaba que a una persona desconocida le podía exteriorizar sus inquietudes y sus problemas. Al fin era muy remoto que la volviera a ver. Además, a esa persona no le angustiaban sus penas. Era, tomar un oído prestado y desahogar el espíritu. Igualmente ella oía a la otra persona. Era un intercambio de cargas que no agobiaba a ninguna de las dos. Después de eso, ella se sentía muy bien y hasta ahora nunca volvió a encontrarse con un compañero de viaje casual.

Así que el avión despegó, su vecina de asiento le dirigió una amable sonrisa.

– Siempre me da mucho miedo el despegue, ¿a usted no?

– ¡Oh no – dijo Carmen – me gustan yo disfruto todo el vuelo, hasta el despegue.

– Ojalá yo pudiera decir lo mismo – suspiro la mujer – Voy a alcanzar a mi esposo. No me gusta volar sola, pero no tuve más remedio. Y usted, también viaja sola, ¿La espera alguien en Nueva York?

– En cierta forma sí, voy de negocios.

– Ah, ya veo. ¿Está casada?

¡ No era posible que también en el avión le hicieran esa pregunta!

– No señora, soy soltera.

– ¡Qué raro, una mujer joven y guapa como usted sola!

– Bueno en realidad hasta el momento no he encontrado la persona que me guste para eso. Casarse es un asunto muy serio.

– Tiene usted razón. Sobre todo si tiene negocios importantes y una vida interesante. Sería horrible casarse con alguien mediocre.

Carmen le contestó con un monosílabo. No le interesaba hablar con otra edición de su madre, las cuatro horas que quedarían de vuelo. Como estaba del lado de la ventanilla, fingió haberse dormido.

Llegó a Nueva York y arregló varios asuntos de manera satisfactoria. Tenía muchas amistades ahí. Fue al teatro, a la ópera, a ver exposiciones de arte, estuvo muy divertida. Podría aprovechar otros días para pasear. Iría en tren sin rumbo fijo a donde la suerte la llevara. Podría ir hasta Washington y pasar allí unos días, había ido muchas veces a los Estados Unidos y no conocía esta ciudad, sería interesante conocerla ver los sitios históricos, sabía que los alrededores eran muy bellos.

Carmen se dirigió a la estación central para abordar su tren, hacía años que no viajaba por ese medio y le gustaba mucho. No quiso viajar en el tren rápido, no llevaba prisa. Al subir al tren la invadió una sensación de felicidad, la misma que sentía cuando era una niña y viajaba con toda la familia. Se acomodó en su asiento dispuesta a pasar unas horas agradables. El tren empezó a pitar: iba a ponerse en movimiento. Carmen iba sentada del lado de la ventanilla observando el andén. Vio como se despedía la gente. Una joven llegó a la carrera, detrás de ella corría un hombre también joven, aparentemente viajaría sola, pues el hombre la abrazó y besó repetidas veces muy apasionadamente, finalmente la soltó. Esta escena hizo suspirar a Carmen. El joven seguía de pie en el andén, mirando ansiosamente la ventanilla donde Carmen supuso estaría la joven. Le dio tristeza pensar que nadie la extrañaba a ella.

Estaba sumida en sus pensamientos. De pronto sintió sus mejillas bañadas en lágrimas. Iba de mal en peor. Ni cuenta se había dado de que estaba llorando. Revolvió su bolso en busca de algún pañuelo: ¡qué cosa! no encontraba ninguno. De pronto oyó que alguien le hablaba:

– ¿Me permite, señorita? Y vio una mano con un pañuelo. Lo tomó, se secó los ojos y miró al dueño del pañuelo y de la mano. Era un hombre agradable. Podría ser más o menos de su edad. Carmen enrojeció hasta las orejas.

– Muchas gracias, – dijo – Qué pena, no se porque se me salieron las lágrimas. No suelo llorar. Además, cuando subí al tren, venia de lo más contenta.

– Serían esas escenas de despedida, – repuso el hombre – a algunas personas las entristece.

– Es posible, señor. A veces eso lo conmueve a uno. No es lo mismo cuando se viaja en avión. Entra uno a la sala de espera cuando ya se ha despedido de todo el mundo.

– ¿Dejó a alguna persona querida en el andén?

– ¡Oh no! Yo no soy de aquí. Solo vine en viaje de negocios.

– ¿Va de negocios a Washington?

– No, ya terminé mis negocios. Aunque parezca increíble, he estado en este país muchas veces y no conozco a Washington. Tengo algunos días disponibles y decidí ir. ¿Y usted?

– Por ahora, vivo en Washington. Pero me quiero ir a vivir a algún país latinoamericano. Me parece que la vida es más agradable allá. Usted no es de aquí y habla muy bien el idioma.

– Bueno, estuve en los Estados Unidos estudiando un tiempo, también en Inglaterra. Soy mexicana.

– No habría podido adivinarlo. No tiene tipo latino. Pensé que no era norteamericana, porqué no tiene ningún acento. Pero ¡mexicana! No me lo imaginé.

– ¿Porqué no? En México la gente aprende varios idiomas. Estamos bastante civilizados.

– Señorita, no intentaba ofenderla. Conozco a México, me encanta y tengo excelentes amigos allí. Es más, he pasado largas temporadas en ese país. Me parece fascinante. Cuando me refería a irme a un país latinoamericano, estaba pensando precisamente en México, se el idioma. Cuando voy allí no me siento extranjero.

– Yo no intentaba ser agresiva. Lo que pasa es que aquí, algunos nos tienen por gente atrasada. Pensé que usted creía lo mismo. Y dígame ¿A su familia le gustará ir a vivir allí?

– Pienso ir solo. Mis padres están retirados. Viven en Miami, yo soy hijo único.

– Me refería a su esposa.

– Soy soltero, todavía no he encontrado esposa. La verdad es que ni la he buscado. Hasta ahora, desde que terminé mis estudios, no he hecho más que trabajar y viajar cuanto he podido, por negocios o por placer. De ser posible, me gustaría casarme con una mujer latina, no tengo nada en contra de las norteamericanas, pero me atraen más las latinas.

– Seguramente piensa que las latinas somos muy sumisas y abnegadas. Creo que se equivoca, ya hemos cambiado mucho.

– Usted es graciosa, como que vive a la defensiva. No, no lo dije por eso. Sino que me parecen más afectuosas. ¿es usted casada?

– Vaya, lo que menos me imaginé‚ es que también en el tren me harían esa pregunta. No, no me he casado, tampoco he buscado marido. Me he dedicado a mi trabajo. Precisamente salí de viaje para huir de mi familia. Todo el tiempo me fastidian con eso del matrimonio. Les parece una tragedia que todavía no me haya casado.

– Perdón, nuevamente. Le pregunté solo por curiosidad, no para molestarla, a mi también viven atosigándome con el matrimonio, a mi no me molesta que lo hagan, me casaré, cuando se me de la gana y encuentre la persona adecuada. Lo que me extraña es que nadie la haya pescado, es usted una mujer muy atractiva.

– He ahí la diferencia, usted se casará cuando se le de la gana. Una mujer no puede hacer eso, tiene que esperar a que alguien se lo pida, la verdad es que hasta la fecha, nadie me lo ha propuesto. Mi madre dice que los hombres me tienen miedo porque soy muy suficiente, dice que es difícil que yo encuentre marido.

– ¡Qué disparate! Lo que pasa es que es usted quien no lo ha querido. De lo contrario, ya estaría casada y con hijos.

– ¡Qué horror! Yo casada y con hijos. Habría hecho lo mismo que mi hermana. Su carrera quedó en nada, no vive más que para el marido y los niños, ya podría haber esperado un poco más.

– ¿Lo ve? Es usted quien no ha querido casarse y con seguridad ha espantado a los que se le han acercado, seguramente les pone cara de pocos amigos o los trata como amigos…

– Pues viéndolo bien, es posible que haya sido así, pero de un tiempo a esta parte me he sentido muy sola. Como que me falta algo, ya no debo seguir viviendo en casa de mis padres. Es un absurdo. Debería vivir sola, no lo he hecho porque a mi madre le parece inmoral, si me voy, mi pobre padre no tendrá vida. Mi madre se la hará imposible pues lo culpará de mi partida, no me casaría por salir de la casa paterna, sería un gran error.

– Ni tiene porqué hacerlo. Una persona tan sensible como usted, deberá casarse enamorada. Tiene mucho que ofrecer.

Carmen se sorprendió. ¿Cómo sabe usted que soy tan sensible?

– Se le nota por encima. Bueno, ya que estamos en una conversación tan interesante. ¿Porqué no me dice su nombre?

– Me llamo Carmen. Es la ópera preferida de mi padre. Por eso me puso ese nombre. Lo peor es que también a mí me gusta mucho esa ópera. ¿Y usted, como se llama?

– Ernesto. A mi padre le gusta mucho Wilde.

Ambos se echaron a reír divertidos.

– Bien Carmen. ¿A qué se dedica?

– Tengo una agencia de publicidad. ¿Y usted?

– Soy ingeniero textil. Justamente estoy en tratos con dos fabricantes. Uno en México y otro en Brasil. A ver con cuál de ellos me arreglo.¿Me explicaría el porqué de sus lágrimas Carmen?

– Quizá nostalgia, o tristeza, no lo se. De pronto sentí que nadie me quería. Que a pesar de todos los éxitos que he tenido profesionalmente, no he sido amada. Todos los hombres que conozco me tratan como a una camarada, no como a una mujer. No es normal. ¿Seré demasiado seria o poco atractiva? Qué curioso, ya le estoy contando mis penas. Me ocurre en todos los viajes. Siempre he sostenido que las mejores confidencias se hacen a personas desconocidas. Es como una especie de terapia. Después, ya no se vuelve a ver a esa persona y se siente uno muy ligero.

– Carmen, es usted verdaderamente encantadora. Yo sí quiero seguirla viendo. Nunca había hablado con una mujer tan franca, espontánea y sin pretensiones. En general las mujeres tratan de impresionarlo a uno, usted ni lo intenta. Es la mujer más sencilla que he conocido.

– ¿Y para qué‚ voy a querer impresionarlo? Usted no es más que un compañero casual de viaje, Ernesto. Y con qué‚ objeto voy yo a impresionar a nadie. No encuentro ningún gusto en fingir. No tengo pretendientes, que yo sepa, ni quiero una legión de ellos. Solamente un buen hombre que me ame, tal cual soy, me agrada mi personalidad. No me interesa hacer comedias, me sentiría ridícula.

– Carmen, la invito al carro-comedor, es hora de comer algo. Me alegra haber subido a este tren. Nunca pensé tener una compañía tan agradable. Cuénteme más de usted. Yo le hablaré un poco de mí. Quiero conocerla, tratarla, verla. Creo que aceptaré el trabajo de México.

– Ernesto, no sea tan frívolo, no actúe a la ligera. Si apenas hace dos horas ni me conocía, sería absurdo cambiar sus planes por mí.

– No es absurdo y puedo cambiar mis planes, si así lo quiero, quiero estar cerca de usted. En realidad me parece que la conozco desde hace muchos años. Difícilmente podría sentirme mejor al lado de otra persona, no es fácil conocer gente excepcional todos los días.

– Ya sabes la novedad? Carmen se casa.

– No es posible. ¿Con quién?

– Verás, hace unos meses conoció a un señor americano, se prendó de ella y se vino a vivir aquí. Se entienden muy bien ¡quién lo diría, con lo difícil que es Carmen!

– A mi no me lo parece y me alegro, es una excelente persona.

– ¿Qué tal? Y nosotras que creíamos que se iba a quedar a “vestir santos”.

– Ya viste que no. Me dicen que el hombre la adora y ella está felicísima. ¡Hasta se ve bonita!

– Oye ¿irás a la boda?

– Claro. No me la pierdo. Quién iba a imaginar que Carmen encontraría marido.

Acerca de Sara Hazán

Sara Hazán es una pintora, grabadora y escritora mexicana. Nació en Milan, Italia, Desde muy temprana edad, ha vivido en la ciudad de México, en donde ha estado casi toda su vida. También vivió en otros paises algunos años.Su pintura es figurativa, costumbrista y de brillante colorido.Tiene también aficiones de escritora, publicó un libro de cuentos que contiene algunas experiencias que ha presenciado o vivido a lo largo de su vida. Tiene varias obras en colecciones privadas, en Colombia, Costa Rica, EE.UU., Inglaterra e Israel.

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