Atardecer de un Gigante (Tercera y última parte)
Después de despedirse de Rajel, su enfermera, y habiendo recorrido una veintena de metros hacia el comedor del kibutz, los llamados de su ayudante Shmuel detuvieron su lento caminar y casi al instante se dispuso a retornar a casa. En esta ocasión estaba seguro que se le estaba avisando la tan ansiada llamada telefónica de Amos -su hijo. Efectivamente su presentimiento y el conocer la puntualidad de su hijo, quedaron plenamente confirmados cuando tomó el auricular y con voz ansiosa preguntó: – ¿Eres tú Amos?