El principal reto que tiene la Ciudad de México para los próximos años es consolidar una sociedad civil activa, involucrada y participativa, que tome en sus manos el futuro de nuestra capital.
Los habitantes de esta metrópoli no sólo enfrentaremos desafíos permanentes, como la escasez de agua potable o la recurrencia de movimientos telúricos, también debemos encontrar soluciones definitivas para la movilidad, el transporte público y el uso de la tecnología para mejorar la calidad de vida.
Y, en lo inmediato, está la seguridad pública en calles, colonias y espacios comunes, la cual va a la par de una correcta procuración de justicia.
En ello no todo es responsabilidad del gobierno, ya sea central o municipal. Nosotros, como ciudadanos, compartimos una tarea igual de importante, aunque no hayamos sido electos para desempeñarla.
Nadie puede negar que la sociedad capitalina es, posiblemente, la más participativa, vocal y defensora de sus derechos y garantías. Su poder de presión ha logrado transformaciones a nivel nacional; ahí radica precisamente su relevancia como corazón del país.
Sin embargo, estamos en un cambio de época, que demanda un mayor involucramiento en las decisiones que se tomen sobre el destino de la capital.
Es una oportunidad de construir un sentido de ciudadanía distinto, mejor, que resuelva con inteligencia y transparencia los problemas cotidianos.
Desde el manejo de la basura, para evitar que el drenaje colapse cada temporada de lluvia, hasta la tranquilidad que debe tener una mujer al abordar el Metro o caminar por cualquier banqueta, nuestros hábitos deben modificarse si aspiramos a ser una urbe con futuro.
Llegó el momento de diseñar, de manera integral, respuestas que incorporen a buenas autoridades, ciudadanos comprometidos, y empresas responsables con su entorno social.
Ya existen antecedentes. Uno que tuve oportunidad de encabezar, junto a un grupo único de profesionales, es el Consejo Ciudadano.
Hoy, zonas de la capital como el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, la Plaza Garibaldi, las colonias comprendidas en la Roma-Condesa, y las cuatro terminales de autobuses capitalinas registran disminuciones históricas en el índice de delitos, gracias a la confianza, la coordinación y la colaboración que fue el núcleo de una organización civil como el Consejo.
Pero no fueron los únicos modelos y programas que demostraron una realidad: si estamos bien organizados, el crimen no tiene ninguna oportunidad de rebasarnos como lo ha hecho.
Me preguntaban, antes y ahora, cuál había sido el secreto para que un organismo civil, inédito en el país, lograra lo que parecía imposible: atender bien al ciudadano, al mismo tiempo que era un puente confiable con la autoridad.
La respuesta contiene dos elementos indispensables: voluntad y compromiso. Cuando ambos existen, no hay problema en la Ciudad de México que no se pueda resolver.
No obstante, en once años, el Consejo es el cimiento de un edificio mucho más grande; uno que debe ambicionar ser un rascacielos para convertirse en un símbolo internacional de fortaleza moral, modernidad, respeto e inclusión.
Así que todavía falta mucho por construir, y el trabajo hacia el futuro apenas empieza.
Convoco a todos los capitalinos a que sigamos en este proceso de transformación civil desde donde nos encontremos.
El destino de la capital de México, nuestro hogar y el de nuestras familias y cercanos, depende ello.
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