Al estancamiento político que en estos días apremia a Israel se suman los efectos del coronavirus que le obligan a cerrar casi totalmente sus fronteras. Como resultado, algo más de 200 mil ciudadanos que presentan síntomas inquietantes deben aislarse en sus hogares, y el número de hospitalizados desborda un centenar de casos. El vaciamiento de los aeropuertos, la prohibición de cualquier aglomeración pública que supere mil participantes, las huérfanas salas de teatros y cines, la masiva acumulación de alimentos en los hogares al anticiparse el cierre parcial de los supermercados: algunas consecuencias de una epidemia que, nacida en China, se expande con rapidez en el mundo.
A estas circunstancias se suman la incertidumbre política después de la tercera puja electoral. Las agrupaciones encabezadas por Beny Ganz ensayan en estos días tejer algún entendimiento con los partidos árabes que han obtenido quince escaños de los 120 en la Knesset. Suponen que sin tomar parte activa en el gobierno sus representantes le apoyarán desde fuera. Unos y otros entienden que si no aciertan en este empeño un reiterado duelo en las urnas traerá la victoria electoral de la coalición presidida por Bibi.
Dos circunstancias podrían alterar este escenario. Por un lado, la deserción de la diputada Orly Levi Abaksis de la coalición jefaturada por Ganz, y, por otro, una gestión acertada por parte del presidente Rivlin en favor de un entendimiento entre los líderes de los partidos hoy enfrentados.
Incierto escenario que abre la inquietante posibilidad de un cuarto y costoso torneo electoral que tendría lugar en septiembre. En cualquier caso, Netanyahu deberá presentarse dentro de pocos días ante un tribunal jerosolimitano por presuntos delitos que habría cometido.
En suma: corona e incertidumbre política, además de la crisis financiera que inquieta a la bolsa mundial, representan desafíos que pondrán a prueba la solidez de la sociedad israelí.
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