El Instituto Cervantes enseñará la cultura del judeoespañol a la comunidad sefardí de Salónica

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La ciudad griega de Salónica fue la que acogió “al grupo más grande de los judíos expulsados” de la Península a partir de 1492, subraya la directora del Instituto Cervantes en Atenas, Cristina Conde de Beroldingen, en conversación telefónica. Allí se desarrollaron y ejercieron influencia económica hasta que en el Holocausto los nazis estuvieron a punto de exterminar a una comunidad de la que hoy quedan “unas 1.200 personas”. De los 46.000 judíos deportados a los campos de exterminio solo sobrevivieron 1.500.

La historia reciente ha llevado a que esta urbe de un millón de habitantes haya perdido prácticamente “la memoria de su pasado sefardí”, añade Conde. Un daño que se va a intentar paliar con “la apertura en Salónica de una extensión del centro que el Cervantes tiene en Atenas”. Esta iniciativa de honrar a los ancestros partió del presidente de la Comunidad Israelita de Salónica, David Saltiel. “Se puso en contacto con nosotros, y estamos encantados de que, sobre todo, los más jóvenes se reencuentren con su patrimonio histórico e idioma de origen”.

La firma del convenio entre el Cervantes y la Comunidad Israelita se ha firmado este martes en Atenas, con la presencia de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya. El acuerdo prevé que en las instalaciones que cede la Comunidad Israelita se impartan, desde primeros de octubre, clases de español, por un lado, y talleres de cultura del judeoespañol, por otro, que incluirá vocablos de esa lengua. En ambos casos la enseñanza no está restringida a la comunidad judía, sino que se abre a todo aquel que esté interesado. Si la situación por la pandemia del coronavirus impidiese las clases presenciales, entonces se haría por internet.


El judeoespañol nació de la dispersión geográfica de los judíos de la península Ibérica tras su expulsión a finales del siglo XV. Una lengua a la que sumaron voces de los países en los que residían: turco, hebreo, búlgaro, griego, francés… Hoy es una lengua heredada por los descendientes de aquellos judíos que intenta recordar un mundo que ya no existe, quizás ello le otorgue “una ermozura especiala” en traducción al ladino -otro de sus nombres- de unas palabras de Unamuno cuando conoció este idioma.

Ese poco más de millar de judíos tesalónicos que habla el ladino lo practica en el ámbito familiar. “Los mayores lo suelen hablar entre ellos, pero la gente más joven apenas conoce algunas palabras”, añade Conde, que se resiste a que se tilde al judeoespañol de lengua muerta. “El legado sefardí no es solo el idioma, sino sus muchas manifestaciones culturales, en la literatura, el teatro, historia, gastronomía, música…”.

Este intento para que no muera el judeoespañol se suma a la formación, en 2018, de una academia del ladino en Israel que, sin embargo, ha estado lastrada desde el principio por diferencias entre sus miembros y las dificultades para reunir financiación. Con la casi imposibilidad de establecer una cifras oficiales, se estima que en todo el mundo apenas hablan sefardí unas decenas de miles de personas, no más de 150.000, la mayoría en Israel, aunque también en Turquía, Estados Unidos, los Balcanes, el Magreb o Francia. Ahora, el Cervantes quiere insuflar aire al ladino y que no la empresa no sea baldía o, como se dice en ese idioma para ejemplificar una tarea vana: “Fuimos hasta Estambul para una cuchara de arroz”.

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