El País y su (continuada) obsesión con Israel

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España, año 2020. Una de las peores cifras de infectados y muertos por covid-19 del mundo (1.381.218 casos de coronavirus confirmados con prueba diagnóstica de infección activa; 39.345 muertos con test positivo a 9 de noviembre). Una tasa oficial de desempleo del 16,26%. Y el clima político, como mínimo, preocupante. Pero para El País, era de vital importancia publicar una editorial que se parece mucho a una revancha, más que a un análisis, que a una opinión. Un desquite que precisaba, por lo demás, de definiciones erróneas – amén del recurso a los términos habituales para caracterizar negativamente a los israelíes y sus reclamos en el marco del conflicto – para llevarse a cabo.

“Con cuatro años más de Trump en la Casa Blanca, las ambiciones de los colonos judíos iban a quedar colmadas. Será difícil que los fundamentalistas judíos, que utilizan la Biblia en vez de la legalidad internacional como escrituras de propiedad sobre los territorios palestinos…”, decía el editorial.

Los judíos resultaban ser “colonos” – extraños invasores – o “fundamentalistas”; porque los territorios, decretaba el medio, son palestinos; aunque la “legalidad internacional” no diga eso: son las partes quienes han de decidir las fronteras que delimiten ambas soberanías. Pero al medio no le importaba mucho la “legalidad internacional” tan aludida como mera fórmula abstracta que, vaya sorpresa, siempre es “violada” por Israel…

Entonces el medio, para darle contenido a los términos “colono” y “fundamentalista” aplicados a los judíos – sería interesante que prestaran atención a lo que los líderes palestinos (políticos, religiosos y terroristas) le dicen, le inculcan casi a diario a su población sobre su visión sobre el conflicto, sobre Israel, los judíos y, también, sí, a menudo, sobre los cristianos: incitación al odio y a la violencia desde un supremacismo islámico) – recurría a la invención falaz:


“Las últimas e inocentes víctimas son más de 70 palestinos beduinos, asentados en Humsa al Baqaia, un poblado en territorio de Cisjordania. Es incomprensible la indiferencia de la opinión pública internacional ante el destino amargo de estas familias, atacadas en sus cultivos y ganado y amenazadas en sus precarias propiedades, con la excusa de la construcción de un campo de maniobras militares para que a la postre sean entregadas a los colonos”.

Las acciones de los “colonos”, querido lector, venía a decir el medio, siempre afectan a víctimas inocentes (palestinas).

Pero vamos a las mentiras que presentaba esta moderna versión de libelo trasnochado:

1. No se trataba de un poblado, sino de un campamento ilegal erigido en el Área C, es decir, bajo control civil y de seguridad israelí. Ergo, no puede ser caracterizado como “territorio palestino”, sino, más acabadamente, como territorio en disputa. Algo que han tenido en cuenta diversos medios internacionales a la hora de corregir dicha caracterización errónea de los mencionados territorios (entre ellos, The Wall Street JournalThe New York Times oDeutsche Presse-Agentur (DPA).)

2. El campamento no fue “atacado” (acción necesaria para la existencia de la pretendida relación víctima-victimario). De acuerdo a lo informó la agencia de noticias Reuters, la COGAT (autoridad israelí encargada de hacer cumplir, entre otras cuestiones, las normas de construcción en área C de Cisjordania) emitió un comunicado en el que decía que las fuerzas israelíes habían llevado a cabo una “actividad de cumplimiento de la ley contra 7 tiendas y 8 corrales construidos ilegalmente, en un polígono de tiro situado en el Valle del Jordán”.

3. De acuerdo a una imagen aérea de 2019 proporcionada por la ONG israelí Regavim, que se opone a la construcción ilegal por parte de los beduinos, apenas son divisables dos pequeños grupos de estructuras. FOTO

4. “… con la excusa de la construcción de un campo de maniobras militares para que a la postre sean entregadas a los colonos”.

Falso. La Corte Suprema de Israel ha determinado en múltiples ocasiones que los beduinos en Kherbet Humsa no tienen derechos de propiedad sobre dichas tierras, y que se trasladaron a una zona designada como campo de maniobras que había sido establecida para tal propósito décadas antes. Según una resolución de esta Corte, la tierra en cuestión había sido declarada campo de maniobras militares en 1972.Y señalaba:

“… no se discute que los apelantes no tienen derechos de propiedad reconocidos en estas áreas. Esencialmente, el caso se refiere a los ocupantes ilegales que utilizan la tierra para el pastoreo”.

Alguien decía – tal vez Montaigne (era muy dado a las certeras y agudas observaciones) -, que la opinión que se emite no dice tanto sobre aquello a lo que se refiere, sino sobre quien la emite. El retrato que hacía en esta editorial El País de sí mismo, debería preocupar mucho al medio; porque en esta editorial no sólo, en definitiva, le daba continuidad a una muy mala cobertura del conflicto árabe-israelí y de los asuntos relacionados con Israel; sino porque anteponía la fabricación a los hechos: es decir, degrada su credibilidad integral.

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