Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, tuvo una travesía vital que en buena medida explica el carácter y las resonancias de sus obras literarias. Nació en la India en 1903 que en aquel entonces formaba parte de un imperio que desde Londres controlaba la mitad del mundo entonces conocido. Para facilitarle alguna educación su madre lo llevó a Inglaterra. Por sus méritos en la escuela primaria y secundaria, mereció la posibilidad de cursar estudios superiores en los marcos de Eton. Aldous Huxley fue allí uno de sus maestros. Su familiaridad con el entorno asiático lo condujo a Birmania donde ejerció funciones policiales en nombre del Imperio británico. Pero después de ser testigo de los abusos e injusticias inherentes a este dominio, retornó a Inglaterra asumiendo trabajos como periodista. Su sensibilidad social e ideológica se dilató en los años veinte con la irrupción de los regímenes fascistas y comunistas que se declararon totalitarios cuando esta palabra tenía entonces en estos sistemas un positivo significado.
A España llegó en 1936. Tomó parte activa en la guerra civil en favor de los defensores de la República. Allí asimiló y fue testigo de múltiples experiencias, heroicas algunas y otras de inmisericorde crueldad. Las expuso en su libro Homenaje a Cataluña, que vio la luz en 1938. Por su participación y méritos una plaza céntrica en Barcelona lleva su nombre.
El ascenso de Mussolini y del estalinismo, amén de la irrupción macartista que se verificó en Estados Unidos al concluir la II Guerra, acentuaron su percepción sobre el carácter- clara o sutilmente represivo- de los regímenes que tomaron forma durante y después de la guerra. Y en estos días, en los que los algoritmos concebidos y comercializados por Google, Microsoft y otras empresas nos están conduciendo a regímenes totalitarios que inocentemente saludamos, cabe recordar dos de sus novelas-manifiestos: Rebelión en la granja y 1984.
La primera – sátira y elegía a la vez respecto a la frágil condición humana – relata la rebelión de los animales en contra de la tiranía y de las represiones del señor Jones. La victoria lograda por los primeros pareció asegurar un nuevo tramo de justicia y equidad. Pero los cerdos, jefaturados por Napoleón, gestan a través de la mentira y de la violencia un régimen no menos opresivo que el anterior, régimen que al cabo suscribirá una alianza con Jones a fin de asegurar su sólida continuidad. Fábula que refleja realidades vividas por Orwell: Jones es el Zar ruso depuesto por la revolución de octubre 1917, Napoléon es Stalin, la alianza remite al acuerdo Molotov- Ribentropp que reflejó la afinidad entre el comunismo ruso y el nazismo alemán.
No es correcto suponer que esta orwelliana creación tiene validez sólo respecto a estas experiencias históricas. Se reiteran desde entonces en múltiples escenarios, particularmente en América Latina, en Asia oriental y en países musulmanes. Y habrán de extenderse con los diversos pero insensibles recursos creados por la cibernética.
Anticipación que conduce a recordar a la novela 1984. Se dibuja aquí la vida asfixiante en Oceanía, regida por el Big Brother y una delgada capa de tecnócratas. Los nuevos mandamientos se enhebran en una “neolengua” que instituye y legitima la vigilancia masiva. Ninguna desobediencia o rebelión son factibles en este régimen sustentado en una tecnología que norma y asegura la represión. 1984 se inspiró en la celebrada utopía de Aldous Huxley Un mundo feliz, y en R. Bradbury, autor de Fahrenheit 451.
Pero estos antecedentes no tienen sólo validez literaria e histórica. La novela de Orwell se aproxima a nuestra realidad cuando ésta toma hoy la fisonomía de un texto totalitario jovialmente aceptado por todos. Piénsese por ejemplo en los servicios que nos ofrece el Waze.Nos conduce con fina puntería a los lugares que deseamos. Pero, ¿quién gobierna a quién cuando le solicitamos brújula y orientación? O recordemos a los aparatos teléfonicos que hoy todos usamos. No es secreto que ellos y sus contenidos pueden ser vigilados desde lejos, por la instancia que así lo decida.Y en estas realidades se enhebra otra que pone en tensión al creador y a la criatura tecnológica. Aludo a la victoria ocurrida en marzo último del robot Alfa-Go creado por Google al enfrentarse, en Corea, al campeón mundial del legendario juego chino llamado Go, un hecho que recuerda la derrota de Kasparov, campeón mundial de ajedrez, cuando enfrentó a una computadora en 1997. Noticias que indican que los algoritmos vienen perfeccionando perfeccionado sin pausas ni supervisión el control de las actividades humanas, y aquellos que se creen sus creadores pueden tornarse fáciles víctimas.
En estas circunstancias, Orwell y lo orwelliano asumen inquietante actualidad. Implican entre otras cosas que en nuestros tiempos la democracia debe ser defendida no sólo en los parlamentos y en la arena pública; también en las transacciones arbitrarias de los algoritmos.
El futuro que predijo Orwell es el presente actual.