Escritores exiliados y devorados por la historia

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«Decir adiós es un arte difícil y amargo que estos últimos años hemos tenido la ocasión de aprender sin apenas un respiro». Las palabras del gran narrador vienés Stefan Zweig, quien conoció bien el exilio y las pronunció en el funeral de otro autor tocado por el destierro, Joseph Roth, anticipan la lectura de Sin tiempo para el adiós (ensayo editado por el sello Galaxia Gutenberg). Se trata de un volumen en el que la crítica literaria y escritora Mercedes Monmany (Barcelona, 1957) cartografía la amplia y diversa nómina de autores que se vieron forzados a cruzar fronteras como «exiliados y devorados por la historia», en expresión de otra de las presencias mayores del libro, la pensadora malagueña María Zambrano.

Combinando aliento narrativo y la precisión del periodismo, Monmany propone una lectura del siglo XX a través de las experiencias de unos nombres indispensables para entender la experiencia del dolor y el desarraigo convertidos en alta literatura.

El nazismo


A Zweig y Roth se suman Thomas Mann y Alfred Döblin, Cesare Pavese y Natalia Ginzburg, Vladimir Nabokov y Adam Zagajewski, Antonio Machado, Robert Musil, Dubravka Ugresic, Walter Benjamin, Marisa Madieri, Yorgos Seferis y Manuel Chaves Nogales. Unos escapaban del nazismo -Klaus Mann, otra figura imprescindible en la configuración de este libro, contabilizó en torno a 3.000 los autores que huyeron de Alemania tras la toma de poder de Adolf Hitler en el año 1933-, otros del estalinismo o de una guerra civil.

Algunos cambiaron de lengua literaria, como Nabokov -«Mi feliz expatriación comenzó prácticamente el día de mi nacimiento»: otra cita que preside Sin tiempo para el adiós– y otros no pudieron volver a su país de origen, en algún caso, porque ya no existía: las fronteras, nombres y estados habían mudado en apenas unos años.

Con la publicación de este volumen, Mercedes Monmany sigue una línea temática que ya había transitado en Por las fronteras de Europa y Ya sabes que volveré. En sus páginas queda patente su interés y profundo conocimiento de las literaturas centroeuropeas, pero la mirada es plural y abarcadora: en sus páginas conviven la comunidad judía de Nueva York, James Joyce en Trieste y Max Aub en México, hasta llegar a José Ángel Valente y Winfried Georg Sebald.

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