Israel: tres elecciones, dos hechos básicos

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A la política israelí le ha llevado un año volver a la casilla de salida. He aquí el hecho fundamental que se desprende de las terceras elecciones legislativas celebradas en el Estado judío en un solo año. Si bien el primer ministro, Benjamín Netanyahu, tiene razón en ver en los comicios del lunes una victoria personal, sólo si lo compara con su cuasi derrota de septiembre puede considerarlo un gran triunfo. El demencial sistema electoral israelí puede que haya exasperado y agotado a la ciudadanía, pero estas tres elecciones apenas han alterado el panorama.

Tras todos estos comicios, Netanyahu sigue siendo el político más popular de Israel, aunque cabe aducir que nadie con causas judiciales abiertas debería permanecer en el poder, aun cuando los cargos contra él sean cuestionables. Y aun así una masa crítica de votantes no comparten tal reparo, por no hablar del mantra que dice que Netanyahu es una amenaza para la democracia o para el imperio de la ley. Aunque no deberían haberse celebrado tres comicios para ello, queda claro que, cuando se trata de Netanyahu, o se retira él (algo que no parece que vaya a suceder en el futuro previsible) o lo retiran los jueces. Mientras su futuro esté en manos de los electores, seguirá siendo primer ministro.

La otra conclusión primordial tiene que ver con las políticas que se están aplicando, y es algo que están ignorando numerosos comentaristas. Aunque el resto del mundo, empezando por algunos aspirantes a la Presidencia de EEUU, siga abogando por que Israel haga peligrosas concesiones a los palestinos en pro de la paz, una vasta mayoría de los israelíes ha dejado de debatir sobre la cuestión. Pese a que muchos americanos se nieguen a aceptarlo, el consenso acerca de la falta de un socio palestino para la paz trasciende al bloque derechista-religioso comandado por Netanyahu, pues también el partido Azul y Blanco ha hecho campaña con posiciones prácticamente idénticas a las del primer ministro.


He ahí dos hechos básicos sobre el país que tanto sus amigos como, sobre todo, sus críticos deberían tener bien presentes.

El proceso electoral dio origen a un nuevo partido –Azul y Blanco– cuyo único objetivo era desalojar del poder al primer ministro. En ocasiones pareció que podría tener éxito, pese a que el éxito de Netanyahu en los ámbitos económico y diplomático hacían que las denuncias contra él sonaran a que lo que se buscaba principalmente era un mero cambio por el cambio. Más importante: al inicio del proceso, sobre Netanyahu se cernió la amenaza de la imputación judicial por corrupción; once meses después, en la tercera ronda electoral, de hecho ya estaba imputado. Sus comparecencias ante los tribunales empezarán el próximo día 17.

Los rivales de Netanyahu le subestimaron. También juzgaron erróneamente el escepticismo con que prácticamente la mitad del electorado veía un proceso judicial utilizado para dar satisfacción a la oposición. El empeño en desalojar a un primer ministro en ejercicio con cargos que, pese a que pudieran apuntar a una conducta inapropiada, siguen cayendo por debajo de lo necesario para desplazar a un líder electo nunca mereció crédito a nadie que no despreciara previamente a Netanyahu.

Todo lo que han conseguido estas tres elecciones es volver a confirmar que Netanyahu es el gran maestro de la política israelí, y que el Likud sigue siendo el partido más popular. En el entretanto, hemos descubierto que Gantz no aguanta la comparación. Si a finales de abril lucía como una cara nueva, desde entonces se ha revelado un fiasco, sin una visión alternativa, por decirlo pronto. Puede que Azul y Blanco se haya convertido en el nuevo hogar de quienes solían votar al antaño predominante Partido Laborista; sin embargo, el empeño de Gantz en ser visto como tan duro como Netanyahu en materia de seguridad y tan presto como el primer ministro a anexionar el Valle del Jordán lo ha convertido en una figura superflua.

Netanyahu ha forjado su consenso en materia de seguridad con la ayuda del liderazgo palestino, que no ha hecho más que rechazar las sucesivas ofertas de paz. Lo cual se ha visto reflejado en el plan para Oriente Medio recientemente divulgado por la Administración Trump; un plan realista en lo relacionado con la falta de deseo de una auténtica paz por parte de los palestinos y en la naturaleza irreal de los desvelos de estos últimos por forzar a Israel a volver a las líneas de 1967 y establecer un Estado palestino que no reconozca la legitimidad del Estado judío, con independencia de dónde se tracen sus fronteras.

Ese realismo en lo relacionado con la seguridad es lo que convierte en un imposible que Gantz y el líder de Israel Beiteinu, Avigdor Lieberman, se unan a los restos del laborismo para conformar un Gobierno con el consentimiento, activo o pasivo, de la Lista Conjunta Árabe.

En una refutación del libelo que pinta a Israel como un Estado apartheid, los votantes árabes tienen los mismos derechos que los judíos y han convertido a la Lista Conjunta en el tercer partido del país. Pero no importa lo mucho que Lieberman y Gantz quieran reemplazar a Netanyahu: jamás podrán justificar su colaboración con partidos cuyo objetivo final es la erradicación del Estado judío.

Aunque Netanyahu y sus partidarios habrían de estar contentos con el resultado electoral, éste no ha sido un mandato inequívoco. Es muy probable que su bloque no alcance la mayoría absoluta, y tendrá que llegar a un acuerdo con Gantz o con desertores de la oposición si no quiere impedir la celebración de unas cuartas elecciones. Es probable que el primer ministro no tenga completa libertad para ejecutar la anexión de los asentamientos israelíes ni, mucho menos, para conseguir inmunidad ante los cargos que penden sobre su cabeza.

Y aunque seguirá en el poder, Netanyahu estará acabado si los jueces le condenan por corrupción.

Mientras, sus críticos deben dejar de ir diciendo que Netanyahu es una amenaza para la democracia. Tres elecciones confirman que los votantes apoyan al primer ministro y sus políticas, y que sus rivales no pueden batirle en las urnas. El fin de la era Netanyahu sólo lo fijarán él mismo o los jueces que lo van a juzgar, no sus rivales políticos.

© Versión original completa (en inglés): JNS

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